Una emboscada criminal a punta de Kalashnikov cobró la vida a cuatro oficiales de la Policía Nacional de Nicaragua, acribillados mientras viajaban a bordo de una camioneta pick-up. Los perpetradores de la masacre pertenecen a la banda llamada “El Jobo”, criminales nicaragüenses y narcos que operan desde el territorio de Costa Rica y que cruzan la frontera con Nicaragua para dedicarse a sus actividades delictivas.
Fabrizio Casari
La dinámica de la emboscada y la rápida ex filtración de los delincuentes, han dejado entrever la facilidad con la cual encuentran refugio en la selva de Costa Rica, en donde se han establecido y se protegen después de cada ataque. El gobierno de San José obviamente negó cualquier implicación en lo sucedido, pero Managua, a través de una nota oficial, denunció la responsabilidad directa de las autoridades costarricenses.
“El gobierno de Nicaragua -afirma- recuerda al gobierno de Costa Rica que tiene la obligación de no permitir la organización y permanencia de bandas delincuenciales armadas, que realizan incursiones en territorio nicaragüense para cometer asesinatos, narcotráfico y abigeato”. El comunicado, concluye con la presentación “de la protesta más enérgica ante el gobierno de Costa Rica” al que invita “a adoptar las medidas correspondientes, a fin de evitar que estos eventos criminales se repitan”.
La actividad delictiva ha aumentado particularmente el año pasado, durante el intento de golpe de Estado en Nicaragua, cuando la derecha nicaragüense, gracias a los buenos oficios de la ultraderecha salvadoreña de Arena, obtuvo el apoyo de parte del crimen organizado centroamericano para derrocar al gobierno de Daniel Ortega.
Además, la oportunidad había sido considerada favorable para los narcos y la criminalidad nicaragüense, que siempre han encontrado en la Policía y el Ejército un obstáculo insuperable para la penetración del narcotráfico en Nicaragua, según reconocen las mismas organizaciones estadounidenses.
Protagonistas de la agresión son los mismos
Ni la OEA, ni los denominados “organismos de derechos humanos”, ni la jerarquía eclesial han considerado oportuno manifestarse para condenar la masacre, demostrando su auténtico papel. De hecho, en las mismas horas en que se consumó el horrible crimen, el presidente del Parlamento Europeo, el antiguo monárquico-fascista hoy de Forza Italia, Antonio Tajani, en lugar de expresar la solidaridad europea con Nicaragua por la vil emboscada a sus agentes, amenazó a Managua con sanciones, porque “tomó un camino equivocado”.
La intención del exponente de la derecha italiana es seguir los pasos de las declaraciones de John Bolton y Mike Pompeo, los dos nazidiplomáticos al mando de la política exterior de los Estados Unidos.
Tajani está cerca al cierre de su mandato, pero aun abusando de su papel en la difusión de posiciones en nombre del Parlamento Europeo, sobre las cuales el foro de Estrasburgo jamás se ha pronunciado, expresa el sentimiento de la derecha europea, enamorada del trumpismo, que en su progreso prefigura una amenaza no sólo para Nicaragua sino también para sí misma. Una Europa que, huérfana de una idea de un polo autónomo internacional, se adhiere sin objeción a la voluntad estadounidense.
La tentativa de utilizar a Honduras al norte y Costa Rica al sur para formar bandas armadas que ingresen al territorio de Nicaragua, es un esquema que ya se utilizó en la década de 1980, cuando los dos países fronterizos dieron asilo y bases operativas a los terroristas contras que atacaban las casas y las cooperativas agrícolas, para difundir el terror y socavar el consenso político del gobierno sandinista.
Hoy, el cuadro es completamente diferente pero los protagonistas de la agresión a Nicaragua son los mismos: el dinero y el comando político de los Estados Unidos, los mercenarios ayudados incluso por gobiernos pro-Estados Unidos, la derecha nicaragüense pide de rodillas las sanciones estadounidenses contra su mismo país y que con su sistema mediático difunde desinformación para generar caos.
Trumpismo apuesta a los derrocamientos continentales
El terrorismo ataca, mientras el país se dedica al estudio del rediseño estratégico de la propia estructura económica y de sus aliados internacionales, políticos y comerciales. Las actividades delictivas están destinadas a golpear al sistema-país: la intención es incidir en su imagen, reduciendo el índice de seguridad que reina en Nicaragua (que aún despierta admiración en todo el continente, incluidos los EE.UU.) y dañando el turismo, uno de sus principales apuestas para el desarrollo futuro.
El apoyo a cada acción que altere el clima de recuperación de la paz y de la economía por parte de la derecha terrorista, guiada por el MRS y dirigido por la dinastía Chamorro, se expresa a través de las posiciones que diariamente se ofrecen a nivel internacional.
Por otro lado, la Iglesia esconde sus vestidos de lobo con una aparente disposición a convertirse en cordero, pero su jerarquía no logra controlar los impulsos golpistas que la caracterizan.
Mientras, la oposición está fuertemente dividida a su interno, con expresiones de odio recíproco entre facciones que intentan arrebatarse las cuotas de dirección y los financiamientos.
La desestabilización de Nicaragua encuentra el apoyo más importante en el gobierno de los Estados Unidos, como parte de un proyecto más amplio de reconquista de América Latina, que se basa en el intento de subvertir el orden constitucional en Nicaragua y Venezuela, para aislar gradualmente a Bolivia y aumentar el nivel de presión sobre Cuba, quizás amenazando con la moratoria de la suspensión presidencial de los capítulos más absurdos de la ley Helms-Burton.
Para tal fin, está en marcha una campaña de propaganda a nivel mundial para reproducir en Nicaragua lo que ya se ha hecho contra Venezuela; basada en mistificaciones y mentiras, llamando a la unión de la derecha internacional para transformar a Nicaragua en una trinchera simbólica.
El Trumpismo apuesta a los derrocamientos continentales, como parte importante de su diseño de reorganización mundial. Si venciera, asumirá el valor de una política de prospectiva; si, por el contrario, pierde, justo en el “jardín de casa” de América Central, resultará más una tendencia de fase, un signo nefasto de los tiempos que vivimos, pero con una perspectiva temporal reducida.