por: Fabrizio Casari
En el silencio de los medios de comunicación occidentales, la semana pasada se han producido dos acontecimientos de significativa importancia planetaria. El primero es la decisión -histórica y de enormes implicaciones- de Arabia Saudí y del complejo de países Opec+ de abandonar el acuerdo económico suscrito con Estados Unidos en los años setenta (presidencia de Nixon), que preveía la compra del suministro de petróleo en dólares. A partir de ahora, los países productores de crudo venderán en cualquier divisa y esto afectará reflexivamente al dólar, que, al haber menos demanda en los mercados, se depreciará. Las repercusiones no son difíciles de adivinar: contribuyen fuertemente a la desdolarización de la economía mundial y, paralelamente, reducen la influencia de Estados Unidos en los mercados de divisas, mermando así su capacidad de influir en otras economías.
Además, China decidió colocar en el mercado una parte importante de la deuda estadounidense que poseía. En el primer trimestre, Pekín vendió más de 53.000 millones de dólares en bonos y obligaciones del Tesoro estadounidense, y Bélgica (que posee una parte importante de los activos chinos) vendió 22.000 millones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense en el mismo periodo. El producto de la venta se invirtió en la compra de oro, cuyas reservas chinas ascienden ahora al 4,9 del total.
Esto representa un golpe para Washington porque socava la compra de títulos de la deuda estadounidense, que es uno de los principales recursos de una economía acosada por un déficit aterrador. La venta de bonos del Estado y la sustitución gradual del dólar como moneda para el comercio internacional reducen seriamente el impacto de las sanciones estadounidenses sobre Pekín y forman parte del posicionamiento de China hacia el dominio de Estados Unidos.
Otra decisión, no menos importante y también impregnada de valor estratégico, fue la adoptada por la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de los BRICS. Aumento del comercio dentro del bloque, refuerzo del Banco de Inversiones, apoyo a las asociaciones regionales de cooperación. En presencia de los nuevos países (Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán y Etiopía), se decidió reaccionar ante las sanciones occidentales, como ya habían hecho China, Rusia, Venezuela y Nicaragua. E ignorando las amenazas occidentales a los socios de Rusia, Nueva Delhi anunció un acuerdo con Moscú para transportar carbón ruso a India a través de Irán y, tras la solicitud formal de adhesión de Nicaragua al organismo multilateral, ha llegado también la de Tailandia, mientras Turquía estudia formas de colaboración progresiva. El mensaje que llega es que las amarras han saltado: se ha lanzado el desafío a la hegemonía del dólar y a su uso agresivo y sin escrúpulos para regular las relaciones internacionales.
G7, la caravana del aleluya
Hubo la reunión del G7 en Italia, con un guion bastante previsible. Amenazas de sanciones contra Rusia y cualquiera que no las aplique (prácticamente tres cuartas partes del planeta), habituales promesas a Ucrania si acepta que su población sea literalmente exterminada para mantener comprometida a Rusia, que esperan que se consuma en un conflicto largo y sin salida, aunque ellos sean los primeros en no creerlo.
Sobre las anunciadas confiscaciones de los beneficios de los activos económicos y bancarios rusos retenidos por Occidente, persisten las incertidumbres jurídico-operativas. Europa tendrá que actuar sobre 200.000 millones de euros congelados y Estados Unidos sobre unos 70. Los inconvenientes – reclamaciones sobre propiedades y depósitos occidentales, acusaciones penales en foros internacionales por malversación, así como violación del código de conducta de los bancos – recaerán así, como la guerra, principalmente sobre los hombros de Europa y no de EEUU. La idea es que cubran el préstamo del G7 a Ucrania de 60.000 millones hasta finales de 2024, suponiendo que la situación se mantenga como hasta ahora, tanto por lo que respecta a la Casa Blanca como a Kiev. Pero la utilización de los beneficios del capital ruso significa sobre todo una cosa: Occidente ya no tiene intención de gastar en Ucrania.
El objetivo, sin embargo, es también China y el G7 aplaude a la decisión de Bruselas (inspirada por Washington) de elevar los aranceles a las importaciones chinas de coches eléctricos más allá de límites comprensibles; hasta el 38%, además de las sanciones ya decididas para el sector tecnológico.
Pero, ¿no está la UE a favor de la globalización, de la economía verde, del abandono progresivo de los combustibles fósiles y del aumento forzoso de los eléctricos? ¿Por qué castigar entonces a China, que tiene un alto nivel de calidad y una fuerte capacidad de producción en el sector del automóvil y trabaja en sinergia con varias empresas europeas (la italiana Stellantis entre ellas, a través de Iveco ha firmado un acuerdo con Fanton para la distribución de coches eléctricos chinos en Europa)? Según la narrativa sobre la reconversión ecologista de las estructuras de producción y del mercado de bienes de consumo de masas, debería fomentarse, dado que contribuye a un menor uso de combustibles fósiles y a una mayor difusión de los coches eléctricos.
La medida, deseada por EE.UU., golpeará la economía de la zona UE y desde Volkswagen al resto de fabricantes europeos de automóviles llegan fuertes protestas contra Bruselas, que califican la decisión de contraproducente porque producirá muchos más perjuicios que ventajas competitivas. Pekín se ha reservado una respuesta adecuada a lo que considera una política de aranceles contraria a las normas comerciales internacionales. Si decide reaccionar, China tiene mucho donde elegir: dónde, cuánto, cómo y cuándo.
Según un estudio de la Casa Europea-Ambrosetti, de hecho, la UE importa de China el 56% de las 34 materias primas “críticas”, es decir, los metales necesarios para el funcionamiento de coches eléctricos, turbinas eólicas, smartphones, PC, televisores, incluso drones. En concreto, desempeña un papel predominante en 11 de ellas. “Si China cortara el suministro de tierras raras a Europa – argumenta el estudio – 241 GW de energía eólica (47% del total) y 33,8 millones de vehículos eléctricos (66% del total) estarían en peligro de aquí a 2030, lo que haría imposible cumplir los objetivos de la UE”. Además, “el 45% de las materias primas para la producción de paneles fotovoltaicos de la UE proceden de China; lo mismo para la producción de energía eólica (42%) e incluso para las baterías la UE depende de Pekín, de donde llegan el 37% de las materias primas que intervienen en la producción”.
La aceleración del fin
Los aranceles contra China explican el modelo de globalización occidental: liberalismo en las exportaciones y proteccionismo en las importaciones. El “sistema de reglas”, que constituyó el marco político-jurídico de la fase expansiva del capitalismo anglosajón, ya no sirve; eran buenas reglas cuando permitían a EEUU y al Occidente global ganar y dominar, pero ahora que la hegemonía es incierta en una fase declinante del sistema imperial, las reglas deben cambiar.
Pero el cambio no es una hipótesis a evitar, sino un proceso que ya está en marcha y que gana velocidad cada día que pasa, aunque sólo sea como reacción a la histeria devastadora con la que la fortaleza occidental pretende golpear todo lo que está fuera de sus muros.
La heterogeneidad política y cultural de los BRICS, presentada en Occidente como prueba de un camino imposible, se ve en cambio superada tanto por el diálogo interno como por la coincidencia de intereses del Sur Global con el Este. Y quizás, incluso antes, por la arrogancia imperial de Occidente. No hay lugar para el diálogo para una composición ordenada y mutuamente conveniente entre los que quieren aplastar y los que ya no quieren ser aplastados.
Se vislumbra el fin de un modelo basado en el vasallaje, de un feudalismo atómico que drena la riqueza del 90% del mundo hacia el 10% de la población. En el Norte voraz tendrán que darse cuenta de ello si quieren seguir desempeñando un papel estratégico a largo plazo.
El nuevo mundo es ahora, es una realidad de la que es imposible desentenderse. El imperio en declive tendrá que reconciliarse con las economías emergentes y tomar nota de la urgencia de nuevos equilibrios políticos y militares, si no quiere hundirse mientras desde el puente de mando lanza amenazas al mar que lo engulle.