por: Fabrizio Casari
Palestina está cualificada para convertirse en Estado miembro de las Naciones Unidas. Lo dicen 143 países a los que se oponen 9. Giran la cabeza en 25 que, tras una aparente equidistancia, muestran su total inadecuación en la gestión de la gobernanza internacional. En algunos aspectos la conciencia civil y la civilización jurídica se sienten más ofendidas por los 25 que se abstienen que por los 9 que se oponen. Porque entre los que se oponen hay países que sería más honesto llamar parcelas coloniales de EEUU (Palau, Nauru, Micronesia, Papúa Nueva Guinea, Hungría, Argentina y República Checa), pero en las abstenciones (Alemania, Gran Bretaña, Italia, Canadá, Holanda, Suecia, Austria, Suiza, Finlandia, Ucrania, Albania, Bulgaria, Rumanía, Croacia, Moldavia, Georgia, Letonia, Lituania, Macedonia del Norte, Paraguay, Islas Marshall, Fiyi, Vanuatu, Malawi y Mónaco) reside una parte importante de Europa y otros países candidatos a la adhesión a la UE.
La de la equidistancia ante una masacre de civiles a manos de un ejército cobarde y criminal no parece una actitud coherente con los valores fundacionales de la Unión Europea contenidos en la Declaración de Ventotene de 1941, redactada por Altiero Spinelli y Ernesto Rossi; sin embargo, encuentra adhesión en los principios políticos en los que se fundamenta la actual UE, transformada en pocas décadas de alternativa pacífica al bipolarismo en actor militar del unipolarismo occidental.
Cabe preguntarse qué quiere decir Europa cuando habla de derechos humanos, si ante la matanza que ya ha causado 37.000 muertos, la inmensa mayoría mujeres y niños, a los que hay que añadir más de diez mil, probablemente sepultados bajo los escombros provocados por los bombardeos de la aviación y la artillería sionistas sobre infraestructuras, hospitales, escuelas, universidades y cosas, casas, personas y piedad, no merece la misma atención y las mismas reacciones puestas en marcha para Ucrania. ¿Es diferente el peso específico en la bolsa internacional de las características de Oriente Medio que las europeas? ¿Está el valor de la vida directamente relacionado con el PIB de la nación a la que pertenece?
Más bien se trata de un sórdido cálculo político que confirma cómo la táctica y la estrategia cuentan más que los principios de los que se alardea con las palabras y se niegan con los hechos. Ninguna hipótesis de presencia palestina en la ONU plantea el no reconocimiento del Estado de Israel, si acaso, aplica lo que se hipotetizó y previó en los Acuerdos de Camp David a los Acuerdos de Oslo el principio de “dos pueblos y dos Estados”, en palabras apoyadas por la mayoría absoluta de la comunidad internacional, incluida la representada por los abstencionistas.
Las 25 abstenciones dejan claro a todos que carecen de autoridad internacional, que son países con soberanía limitada no sólo por su dependencia de Estados Unidos, sino también porque están sometidos al lobby judío internacional y son leales a la idea de una extensión ilimitada y desvergonzada del Estado judío. No por culpa histórica, que se ignora alegremente en otros momentos y contextos, sino en beneficio de los intereses occidentales en Oriente Medio. Una zona estratégica en todos los sentidos entre las principales del mundo, donde se permite a Israel expandir su territorio “del río al mar”, meter sus garras en los ricos yacimientos de gas y petróleo de la zona, apropiarse de un territorio de un tamaño jamás imaginado en la historia. Es superfluo preguntarse por qué tanta generosidad y tanta ceguera ante el horror sionista: la expansión y el fortalecimiento de Israel en detrimento de los palestinos, así como de los libaneses, los sirios y, algún día, los jordanos, es una verdadera cláusula de salvaguardia contra la posible unidad política del mundo árabe. Por tanto, una garantía de control, explotación y gestión de una encrucijada estratégica de primera riqueza e importancia para el Occidente colectivo.
La abstención europea es el resultado de una aversión a Palestina mitigada por el necesario distanciamiento de la guerra de aniquilación del Estado sionista contra la población civil palestina. Las protestas estallaron en todas partes contra el genocidio de los palestinos y el silencio cómplice de sus aliados impidió votar en contra. Hacerlo habría sido, de hecho, objetivamente un voto a favor de Israel, es decir, una luz verde definitiva y formal al criminal designio de genocidio y posterior sustitución étnica de los palestinos. Esto habría supuesto una fuerte fractura interna con las respectivas opiniones públicas, que habría producido consecuencias electorales en Europa y EEUU.
Este es el razonamiento de Biden al decidir una congelación parcial y tardía, aun políticamente significativa, de los suministros militares para la fuerza aérea como reacción a la irreverente indiferencia de Netanyahu ante las peticiones de no proceder a la invasión terrestre de Rafah. Es una reacción obligada a las protestas de una parte importante del electorado democrático por el apoyo incondicional a Israel. Biden sabe que será precisamente la exhibición de actitudes opuestas hacia Ucrania y Palestina lo que podría costarle la reelección y, a la inversa, también se da cuenta de cómo Netanyahu con sus negativas quiere favorecer a toda costa el regreso de Trump a la Casa Blanca para terminar la obra de expulsión total de los palestinos de Oriente Próximo.
Netanyahu, en efecto, fuerte en el apoyo incondicional del lobby judío que controla las finanzas, la información, la Cámara de Representantes y el Senado de EEUU, y consciente de que el fin de la masacre tendrá como primera consecuencia su deposición, probable detención e investigación tanto por los tribunales israelíes por corrupción como por la Corte Internacional de Justicia por crímenes de guerra y genocidio, sigue adelante en su camino. Espera que la extrema derecha política y religiosa con la que ha llegado a querer y pactar los crímenes a cometer se lo agradezca internamente y que el eventual regreso de Trump le dé el blindaje político y judicial internacional que tanto necesita.
El voto de la Asamblea es un hecho histórico de elemental justicia, de sacrosanto equilibrio y de razonable e inevitable igualdad con todos los demás Estados de la comunidad internacional. Que los palestinos tienen derecho a un Estado y que ese Estado debe ser miembro de Naciones Unidas no lo dicen sólo los palestinos, víctimas entre las víctimas de un desorden internacional que la propia ONU es incapaz de recomponer, sino que es la convicción de la unanimidad sustancial de la comunidad internacional, que sanciona que la aplicación del Derecho no puede estar sujeta al abuso de los poderosos lobbies que condicionan las políticas de sus patrocinadores.
El Presidente Abu Mazen subrayó que el consenso internacional demostrado en la Asamblea General de la ONU “restablece la confianza palestina en la legitimidad internacional, protege la solución de los dos Estados y encarna el derecho legítimo del pueblo palestino a un Estado independiente y soberano con Jerusalén Este como capital”.
Ahora se espera el voto del Consejo de Seguridad, condición necesaria para una eventual aprobación total. Cuelga, por supuesto, la posibilidad del habitual veto de EEUU, que afirma querer el reconocimiento del estado de Palestina sólo de acuerdo con el estado de Israel, que obviamente nunca lo dará y así se reproducirá el mismo abuso a lo largo de los siglos. Pero el veto estadounidense, en el contexto actual, es más complicado: lleno de repercusiones negativas internas e internacionales, sancionaría el evidente divorcio entre sus intereses dominantes y la comunidad de Estados en su conjunto.
Se abre un escenario – el del escaño palestino en la ONU – que corre el riesgo de convertirse en el peor de los boomerangs políticos para la política israelí, cimentada en la carnicería de los palestinos gracias a un apoyo absoluto por parte de Estados Unidos que siempre ha sido injustificado y ahora es injustificable.