Josseline Yaleska M. Berroterán*
En medio de un contexto internacional convulso y lleno de incertidumbres que van desde el genocidio perpetrado por Israel contra el pueblo palestino, un inminente estallido bélico a nivel global, crisis diplomáticas en Latinoamérica, manifestaciones sociales en contra de sistemas ultraliberales, crisis de Estado en Haití, migraciones, procesos electorales y un oleaje de presentación de demandas internacionales ante la CIJ en la Haya, nos han generado un panorama amplio de discusiones y complejidades, el mundo y la sociedad se encuentra en un ciclo de incertidumbres.
Estados Unidos, a la puerta de sus elecciones presidenciales en noviembre, ha logrado posicionarse en la opinión pública internacional por sus implicaciones en los diferentes acontecimientos globales, además de las polémicas generadas por los dos candidatos presidenciales que, para algunos, se ha convertido en una revancha política y electoral que debe tener su desenlace.
Por un lado, el republicano Donald Trump ha hecho historia al convertirse en el primer candidato con causas penales abiertas que se presenta a una contienda electoral en su país (enfrentaría 4 juicios penales). Sin embargo, ha logrado obtener ventajas de esta particularidad para su estrategia electoral; mientras tanto, el actual presidente Joe Biden libra una batalla de legitimidad y aprobación frente a los medios de comunicación y la ciudadanía, pues se ha convertido en el presidente demócrata con menor aprobación en la historia del país, haciendo de su edad un debate de interés nacional, cuestionándole su capacidad física y mental para gobernar una nación como Estados Unidos de América.
Estas elecciones son importantes por sus implicaciones en la geopolítica de reconfiguración del sistema y por ende en las relaciones internacionales, ya que podrían definir directamente el futuro de los dos conflictos armados más complejos hasta el momento: Gaza y Ucrania, el primero con claras intenciones y acciones genocidas
Desde esas dimensiones, las posturas y narrativas ofrecidas por los candidatos presidenciales tendrían un impacto significativo en las intenciones de voto del electorado estadounidense. Desde el anuncio de ambos candidatos a la contienda electoral, este proceso ha estado marcado por el debate de alrededor de 4 temáticas específicas:
1- Capacidad o Incapacidad de Joe Biden para continuar gobernando
Mucho antes que Joe Biden anunciara su disposición a reelegirse, las dudas acerca de su legitimidad y facultades físicas como mentales para ejercer el poder otro periodo más, fue y es una de las mayores críticas desde el republicanismo, teniendo eco inclusive a lo interno del partido demócrata, mientras que los niveles de aprobación a su gestión han mostrado una tendencia a la baja.
El punto central de todo este debate se origina en un tema de identidad nacional, en el sentido de que EEUU históricamente ha pretendido mostrarse como una potencia internacional fuerte, ágil, capaz, un hegemón; idea que se personifica en la figura del primer mandatario.
Biden, pese a su experticia política, sus limitantes de salud y edad han influido directamente en su imagen, reflejando ser un hombre con poca jovialidad y rapidez mental, mostrándose como un líder alejado de los avances tecnológicos de la sociedad actual, una figura desfasada, que en un mundo rápidamente cambiante los electores asocian el éxito y el liderazgo con la agilidad y capacidad de reaccionar oportunamente ante los problemas recientes, sobre todo para una nación con una “autoconcepción de liderazgo global”
Pese a una diferencia de edad de 3 años y medio entre Biden y Trump, las críticas hacia Biden en torno a su edad lo obligaron a tener que abordar el tema abiertamente. Demostrando el peso de estas opiniones sobre su candidatura, Biden aprovechó su discurso del Estado de la Unión en el que enfatizó que: “el problema no es la edad física, sino la edad de las ideas”, en un intento por limpiar su imagen y convencer al electorado de lo contrario, tarea difícil cuando los motivos y las pruebas han sido proporcionadas por él mismo.
Lo cierto es que para el establishment estadounidense la debilidad que pueda mostrar su líder puede entenderse como una proyección de la decadencia de su sistema, una percepción que lo coloca en desventaja frente a un contexto internacional en el que se ve obligado a medir fuerzas con otras potencias emergentes.
2- Gestión de la situación económica
Otro tema de debate que se ha tomado el escenario electoral es la gestión y manejo de la economía nacional estadounidense. Los ciudadanos se cuestionan por qué el gobierno de Biden mantiene el financiamiento militar multimillonario hacia países como Ucrania, Israel y Taiwán, pero no logra contener la inflación y el aumento de las tasas de interés que ponen en riesgo la economía de las familias, sobre todo de los sectores excluidos por el sistema racial.
Un estudio realizado en marzo de 2024 por el Centro Pew Research, refleja que el 41% de los encuestados considera que la situación económica a futuro será igual o peor que en la actualidad, mientras que el 72% expresa preocupación por los precios de los alimentos y bienes de consumo; de igual manera por el costo de la vivienda, lo que profundizaría la pobreza y la desigualdad social, el 10% de los que más ganan acapara casi la mitad de los ingresos, mientras que el 50% más pobre de la población estadounidense posee únicamente el 1.5% de la riqueza privada del país.
En ese contexto, Trump propone una reducción de los impuestos a ciertos hogares y empresarios, así como el aumento de aranceles, lo que pondría en riesgo las relaciones comerciales entre EEUU y China; la “guerra comercial” se sitúa como un elemento clave de la política económica del republicano. Por su parte, Biden apunta al aumento de programas sociales como la condonación de préstamos estudiantiles, mismo estandarte que promulgó en 2020 pero que no ha logrado cumplir. También propone ampliar el Obamacare y promover la desgravación fiscal por hijo en las familias, abogando a políticas populistas con el interés de convencer y re-encantar a quienes en su momento lo apoyaron.
Ambas visiones apuntan a estrategias diferentes; sin embargo, poco importaría la decisión de los ciudadanos en un sistema dominado por un buró político reducido y exclusivo, aunque para bien o para mal la generación de un estado de ánimo aceptable es ideal para contener la sensación de inestabilidad sistémica y legitimar los procesos ante cualquier política impopular que se impulse.
3- Inmigración y políticas migratorias
Desde las últimas elecciones presidenciales, se estima que alrededor de 36.2 millones de latinos se encuentran habilitados para votar este año, experimentando un aumento de casi 4 millones de latinos aptos para votar desde 2020. De acuerdo con algunas encuestas, se estima que los latinos representan el 14.7% de todos los votantes elegibles.
El tema migratorio se ha posicionado una vez más en el debate electoral debido al aumento del flujo de personas que intentan llegar de forma irregular a suelo estadounidense, y vale la pena recordar que en términos nominales este país se ha construido sobre la base de la inmigración. En los últimos meses el centro de la discusión se ha ubicado en Texas, donde se calcula habita la mayoría de los latinos aptos a votar y la crisis de seguridad fronteriza se intensifica.
Para los republicanos este tema ha rebasado la capacidad del Estado por su incidencia económica, situación a la que los demócratas han respondido adoptando políticas más restrictivas con el interés de neutralizar las críticas originadas en los demócratas opositores a la gestión de Biden, llevando una propuesta bipartidista al Senado para contener la crisis en la frontera sur. Además, este asunto ha sido una de las mayores debilidades de la gestión de Biden, calculándose más de 6,3 millones de detenciones a inmigrantes que intentaban entrar de manera irregular, una cifra mucho mayor que en gobiernos anteriores.
En medio de ese escenario, como parte de una estrategia electoral, ambos candidatos visitaron el Estado de Texas a finales de febrero de este año, pero cada uno desde ciudades diametralmente opuestas en temas de flujos migratorios. Trump visitó la ciudad de Eagle Pass, en donde se ha intensificado la discusión por las medidas migratorias debido al aumento drástico de migrantes; mientras que Biden, a sabiendas de que este tema es uno de sus mayores retos en política interna, estuvo en la ciudad de Brownsville, donde se registró una disminución relativa de migrantes indocumentados.
Sin duda, el tema migratorio genera disonancias tanto para los republicanos que apuestan a políticas más radicales ante la seguridad fronteriza, como para los demócratas por haber asumido una gestión similar a las políticas republicanas en un tema que trastoca la sensibilidad social por el drama que genera, además de ser un asunto posicionado desde la narrativa republicana como un problema de seguridad ciudadana, ante la “invasión de delincuentes” – Donald Trump, 2024-, lo que se resume en un discurso del miedo que busca persuadir a los electores y radicalizar el ambiente electoral.
4- Posturas frente a las acciones de Israel en Gaza
“No creo que haya que ser judío para ser sionista, y yo soy sionista” –Joseph R. Biden Jr., 18 de octubre de 2023
El tema de Medio Oriente también está marcando el termómetro de la opinión pública estadounidense, dado las implicaciones en materia de política exterior adoptadas por el gobierno en turno, asunto específico al que es importante prestar total atención. Por un lado, se puede decir que la guerra mediática del occidente colectivo por imponer su visión urgente de justificar las acciones de Israel contra Palestina a partir de octubre del 2023, está perdida; la causa Palestina se ha impuesto y la opinión pública se ha inclinado mayoritariamente a favor de la resistencia del pueblo árabe, que por más de 70 años ha luchado contra la invasión israelí en sus territorios y todo el sistema de apartheid impuesto y apoyado por occidente.
En ese sentido, EEUU, como el principal aliado y financiador armamentístico de Israel, debe mantener una postura que lo coloca en una posición compleja ante la presión social desatada que condena las acc iones d e Israel, desde manifestaciones en contra de la política exterior del gobierno de Biden, ejerciendo presión sobre las elecciones que se polarizan cada vez más, hasta divisiones internas en su partido, demandando el alto al fuego en Gaza.
Donald Trump, quien durante su gobierno reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, legitimando el discurso occidental de ser este un conflicto más religioso que político, en la actualidad, en medio de las fuertes críticas, el republicano ha moderado su tónica pro- israelí en un intento por mantenerse alejado de la polémica que ha nublado la imagen de su rival, situando al gobierno de Biden en una encrucijada política nacional e internacional.
Trump ha expresado que, si él hubiera estado en el poder, las tensiones en Medio Oriente no hubieran escalado. Incluso lo más fuerte que ha dicho, en medio de acusaciones por genocidio a Israel, fue: “Biden Genocidio” (esto no significa que Trump apoye a Palestina, sino que aprovecha el contexto para construir una narrativa de desprestigio hacia su rival por su incapacidad de contener la escalada del conflicto), mensaje que ha provocado una oleada de rechazos hacia los demócratas, sobre todo desde los sectores independientes.
Este contexto internacional, ha servido de plataforma política para posicionar la imagen de un Donald Trump, aparentemente más sensible y capaz de resolver conflictos de estas magnitudes, mientras que para Biden ha significado una coyuntura desfavorable para su campaña electoral, convirtiéndose en un tema de doble racero.
En términos de opiniones, los jóvenes adultos estadounidenses se encuentran más inclinados a apoyar al pueblo palestino. Seis de cada diez adultos menores de 30 años así lo expresaron, en comparación a 4 de cada 10 que se inclinan por los judíos, de acuerdo a un estudio realizado a inicios de abril por el Centro Pew. Esta tendencia de aumento de percepción negativa hacia Israel en la población joven ha incrementado desde 2019, lo que reafirma la idea de que Israel ha perdido la guerra mediática y su imagen como un referente por su historia de sufrimiento se ha desvanecido considerablemente, convirtiéndose ahora en el victimario de la historia.
La interrogante que salta en toda esta discusión es que, si este tema es tan sensible en un contexto electoral y con capacidad de influir en los resultados del 5 de noviembre, ¿por qué Biden continúa sosteniendo y alimentando el discurso altivo pro Israelí?, pues más allá de sus significantes geopolíticas y geoestratégicas para los intereses de EEUU, otra realidad es que Joe Biden ha sido uno de los principales beneficiarios del financiamiento por parte del lobby sionista desde su carrera política como senador, a través de la AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estadounidense- Israelí y grupos afiliados) para financiar sus campañas electorales, y en esta ocasión no es la excepción.
Esto significa que la postura de Biden frente al conflicto en Gaza está marcada por fuertes intereses políticos y económicos de carácter personal, su actuar está limitado por estas circunstancias. Se calcula que a lo largo de su carrera ha recibido al menos 5,2 millones de dólares en apoyo electoral. Sin embargo, resulta curioso que esta organización se ha declarado bipartidista, su lobby actúa sin distinción partidaria, así que sea quien llegue al poder el apoyo de EEUU a Israel se mantendrá, lo que variaría son las dimensiones y el nivel de apoyo público que se desee proyectar desde Washington.
En este duelo electoral que estamos por apreciar en noviembre próximo, los demócratas llegan a la contienda con amplias desventajas en cuanto a legitimidad social y gestión de la opinión pública, aunque su mayor debilidad hasta el momento, de cara a su rival, es la desintegración política del partido. Biden lucha no solo por convencer al electorado y segmentos estratégicos de indecisos, sino que también tiene que persuadir a sus copartidarios críticos para que apoyen su candidatura.
Mientras que Trump, en ese sentido, ha logrado mayor habilidad política para unificar a los republicanos, apuntando en una sola dirección: llegar a la Casa Blanca. ¿Quién lo logrará?, aún está por verse y en un contexto volátil como el de ahora, cualquier coyuntura puede inclinar la balanza, aunque el republicano Donald Trump se ha posicionado como un favorito, y se vale de los desaciertos políticos de Biden, su posición actual y las circunstancias le dan mayores ventajas que las que tenía en las elecciones del 2020.