Por Fabrizio Casari
El pasado 4 de abril la OTAN cumplió 75 años de existencia. Uno de los muchos cumpleaños pasados en guerra, misión existencial de una organización que decía haber nacido para garantizar la paz y contrarrestar el expansionismo soviético que amenazaba a Occidente. Pero se trata de una tesis hollywoodiense, ya que la OTAN nació el 4 de abril de 1949, mientras que hasta el 15 de mayo de 1955, un año después, no nació el Pacto de Varsovia.
El carácter ofensivo de la Organización del Pacto Atlántico se ha confirmado a lo largo de sus 75 años en los que ha invadido países y generado guerras en los cuatro puntos cardinales del planeta. Obviamente, las celebraciones de una organización concebida para llevar la guerra a todas partes sólo podían festejarse con una nueva base militar, buena para nuevas guerras. Está situada en Europa, es decir, el teatro elegido por Washington para los próximos conflictos de alta intensidad, es decir, los que se originan de forma convencional pero no excluyen el uso tácticos de armas nucleares. Estados Unidos necesita la guerra permanente para sobrevivir política y económicamente, pero la quiere lejos de casa.
Más grande que la de Ramstein (Alemania), la instalación se construirá cerca de Constanza, ciudad del sudeste de Rumanía a orillas del Mar Negro. Se construirá cerca de la actual base militar “Mihail Kogalniceanu”, que se ampliará a unas 2.800 hectáreas. Estará lista en 2040 y albergará a 10.000 militares y será la instalación militar de la OTAN más cercana a la frontera rusa.
Esta nueva instalación parece disipar las preocupaciones de la UE sobre una posible retirada estadounidense de los teatros europeos. La agitación en Europa por la amenaza que supondría para la solidez de la Organización Atlántica un posible regreso de Trump a la Casa Blanca es, por tanto, incomprensible. Es cierto que Trump tiene una visión menos mesiánica de la exportación de la democracia global y cree que EE UU debe centrarse más en defender sus intereses estratégicos que en ejercer el papel de policía mundial, pero esto no reduce la ansiedad por el dominio estadounidense sobre los recursos globales.
Existe el riesgo, ciertamente, de que aumente la contribución europea a la Alianza, de modo que se reduzcan los gastos para EEUU, que en cualquier caso desempeña un papel decisivo en la gestión global de la estructura, pero de aquí a presagiar un desentendimiento hay un largo trecho. Hay que recordar que durante la anterior presidencia de Trump, además, la OTAN no sufrió un recorte estructural, precisamente porque quien se sienta en la Casa Blanca es perfectamente consciente de que su dominio estratégico militar y político reside precisamente en mantenerla viva y amenazante.
La OTAN ha sido y es la extensión de la política estadounidense, el anillo de seguridad de sus intereses. La narrativa que pretendía que fuera el instrumento mediante el cual EEUU defiende la integridad territorial y política de Occidente es falsa; en cambio, siempre ha sido el instrumento mediante el cual todo Occidente defiende los intereses y prerrogativas del dominio de EEUU sobre todo el planeta. En el modelo, todo el mundo es prescindible menos EEUU, por lo que las órdenes son claras: atacar a cualquiera que amenace la posición estadounidense.
Washington no sólo se encuentra con un sistema internacional para salvaguardarse, sino que también ve en él un elemento de utilidad económica, ya que el aumento de las tensiones militares conduce a un incremento global del gasto militar. Y mientras que para todos los países del mundo el gasto militar representa una distracción del gasto público en detrimento del estado de bienestar, para EEUU es el motor fundamental de su resistencia sistémica. En este sentido, la OTAN realmente no puede ser cuestionada por ningún presidente estadounidense, que es el portavoz de ese sistema de reglas que subyace al Orden Unipolar, la síntesis política del control anglosajón.
El liderazgo del Occidente colectivo
Sin embargo, en este 75 aniversario, la situación militar internacional nunca ha estado tan cerca del punto de no retorno, es decir, de la confrontación militar directa con Rusia y China, una opción inevitable para garantizar la supervivencia del Orden Unipolar Occidental del que la OTAN es garante político y militar.
Su nuevo Concepto Estratégico se expresa en el diseño obsesivo de expansión hacia el Este; la idea de Estados Unidos es desplazar gradualmente el centro de operaciones de la OTAN y el mando político relativo hacia países sedientos de revanchismo rusófobo como Polonia y los Bálticos, a los que se añadirían Rumania, Moldavia y otros en el papel de primeros atacantes. Londres tendrá la coordinación de las operaciones que, sin embargo, seguiría en manos de Estados Unidos en lo que se refiere a la dirección estratégica. La OTAN será el principal instrumento político y militar del Occidente colectivo destinado a luchar para evitar la crisis definitiva de la unipolaridad que cada día parece menos aceptable para la inmensa mayoría de la comunidad internacional.
La respuesta que Washington ofrece a esta necesidad general de cambios en la gobernanza internacional, que marca una nueva fase en la historia, es la de una resistencia sin cuartel contra los posibles cambios y el reforzamiento del sistema de reglas que enmarca el modelo unipolar. ¿Qué reglas? Principalmente dos: los intereses estratégicos de Occidente son el Alfa y el Omega del Orden Mundial, y el mando universal de Estados Unidos es condición necesaria para su vigor.
La guerra como única solución
Este 75 aniversario presenta dos aspectos. El propagandístico, que acalla toda retórica de defensa de la democracia y muestra su verdadero rostro sin cortapisas, relanzando abiertamente su desafío a Rusia, al confirmar la ampliación hacia el Este como estrategia central de la Alianza Atlántica. Pero también está la historia verdadera, que dice cono no ha hecho más que sufrir derrotas sobre el terreno en los últimos cuatro años, de Afganistán a Siria, pasando por Ucrania. En los tres teatros, toda la OTAN ha participado y en todas partes ha sido derrotada sobre el terreno. Añádase a eso el fracaso en la “normalización” de Somalia e Irak, la incapacidad para intervenir en Yemen, Sudán y Libia. Y en cuanto a Ucrania, hacer pasar los vetos del Congreso por la distancia que separa a Kiev de la derrota total es ridículo: en dos años han tenido cuatro veces más de lo que se discute hoy y han perdido hombres, medios y territorio cada día. Así que a tal despliegue muscular corresponde, por ahora, igual vocación de derrota sobre el terreno.
Se trata de una Alianza que ahora sólo es un agente para la desestabilización global permanente y que ve la separación entre Rusia y China como la parte final del plan iniciado en Ucrania que vio la separación entre Rusia y la Unión Europea, Alemania en particular.
Amenaza a China con Taiwán y con sanciones económicas, pero a estas alturas ya es demasiado tarde para cualquier eficacia: Pekín es en todo el mundo un agente importante en las relaciones financieras y comerciales. Militarmente, Washington considera que, aunque ha crecido enormemente en el plano militar, sigue siendo tecnológicamente inferior, y las 21 bases militares en el Mar de China expresan el lado militar de la amenaza, al tiempo que pide descaradamente el fin de la alianza con Moscú, que socava la superioridad bélica de la OTAN.
A Rusia, que ha demostrado la ineficacia y la lógica minoritaria de las sanciones estadounidenses (149 países no se han sumado a ellas) y su fuerza militar en el combate, se le envía el siguiente mensaje: no importa cuál sea tu peso militar, histórico, económico y político; o abandonas la alianza económica, política y militar con China – que nos amenaza tecnológica y económicamente – y te conviertes en nuestro aliado (o sea colonia), o te verás envuelta en una guerra permanente cuyo nivel pende de las circunstancias, donde no se puede descartar ningún plan.
El mundo nacido en 1989 está a punto de ser sustituido por un mundo nuevo. El mensaje que envía la OTAN al mundo es claro: la representación de 700 millones de personas se enfrentará, incluso militarmente, a los 5.000 millones de habitantes restantes de la Tierra para no compartir la gobernanza del planeta con el Sur global. Merece la pena recordar las palabras del gran intelectual italiano y fundador del Partido Comunista, Antonio Gramsci, quien advertía como “entre un mundo viejo que muere y uno nuevo que va naciendo, hay un interludio. Y es ahí, en ese interludio, donde actúan los monstruos”.