por: Fabrizio Casari
La supuesta marcha de Prigozhin hacia Moscú se detuvo rápidamente. La mediación del presidente ruso bielorruso, amigo desde hace 20 años del fundador de Wagner y también muy cercano a Vladimir Putin, resultó decisiva. Después de todo, Prigozhin no tenía muchas más alternativas. Los combatientes de su compañía que le acompañaban no eran más de cinco mil de los veinticinco mil adheridos, es decir, otros veinte mil habían atendido la llamada de Putin y se habían distanciado de su comandante.
Es demasiado pronto para un examen profundo y detallado de lo sucedido, pero el comienzo de cualquier lectura no puede separarse de una pregunta: ¿qué quería conseguir Prigozhin? ¿Realmente pensaba que podría derrocar al Kremlin con 5.000 hombres? Hicieron falta cinco veces más para vencer a Bajmut en tres meses de combates.
Prigozhin lo interpretó todo, por supuesto. Para él, Wagner era el principal instrumento de presión sobre todo el sistema político ruso. No podía aceptar la reducción estratégica de Wagner con lo que ello implicaba para su papel en la dirección de Moscú. Disponer de un ejército paralelo, de un verdadero contrapoder militar en el país, capaz de reforzar su poder de interdicción sobre el establishment ruso, habría permitido desarrollar su ambición política, que imaginó inmediatamente después de la victoria sobre Ucrania, beneficiándose del papel apoyado por la brigada.
Pero ante la obligación de incluir a Wagner en las filas del ejército ruso, perdiendo así su control, intentó la jugada desesperada, quizá convencido de que Putin, que siempre ha sido su punto de referencia, tendría una actitud dialogante y habría permitido a Wagner -y por tanto a él- un estatus diferente, que le permitiera seguir operando para los intereses rusos pero sin depender de Rusia.
En África, por ejemplo, donde las posibilidades de utilizar combatientes experimentados pueden llegar a ser múltiples, la identidad de la organización paramilitar es decisiva para su posible (y bien remunerada) participación. Convertirlos en una unidad militar rusa, sin embargo, significa impedir radicalmente cualquier otra hipótesis de empleo que no sea bajo las órdenes de la cúpula militar rusa. Por lo tanto, incluso en el plano financiero, la orden presidencial de incorporar a Wagner bajo las órdenes del Ministerio de Defensa fue vista como el final de un camino que le había convertido en multimillonario y, con ello, de sus ambiciones políticas.
Ante lo que parecía a todos los efectos una sublevación militar de una brigada irregular, el presidente Putin respondió con contundencia y sin interpretaciones. Denunció a Prigozhin como traidor y pidió a los soldados de Wagner (un buen número de los cuales eran antiguos miembros de las fuerzas especiales rusas) que no le siguieran y se sometieran a la autoridad política nacional, que regresaran a sus puestos de combate en Ucrania, ofreciendo a cambio impunidad absoluta y, de hecho, la incorporación a las filas oficiales con todos los beneficios económicos que ello conlleva. Este llamamiento tuvo éxito, ya que, como ya se ha mencionado, hasta 20.000 hombres de Wagner no siguieron a Prigozhin. Lo que no significa que Putin vaya a apoyar a sus generales, cuyo destino pende del resultado de la operación especial en Ucrania.
A los mismos analistas del Pentágono les cuesta creer que se le ocurra entrar en combate con el ejército ruso en defensa de la capital, dada la abrumadora superioridad de las tropas regulares y dado el total apoyo político de las instituciones, el ejército, la mayoría y la oposición política ofrecido a Putin.
Pero para un hombre que se ha mostrado incapaz de evaluar el contexto, centrado únicamente en sus asuntos privados, la mediación del presidente bielorruso, Lukashenko, fue oportuna y precisa. La oferta de refugio en Minsk y el perdón por el incidente era lo máximo que Prigozhin podía pedir y lo consiguió.
En el plano político, las consideraciones son de otro tipo. Para Occidente y sus medios de comunicación, Putin es más débil por el mero hecho de que fue directamente al campo de batalla para evitar un enfrentamiento fratricida. No está claro por qué, pero de nuevo, estos son los mismos medios que han estado diciendo desde 2022 que estaba gravemente enfermo, luego que estaba muerto, luego que estaba enviando un doble a las reuniones y así sucesivamente.
Visto en cambio con mayor lucidez, se puede decir que por un lado Putin confirma que tiene una autoridad y un peso que le hacen inatacable interna e internacionalmente, pero por otro lado una sedición como la de Wagner y las desavenencias en la cadena de mando militar no ofrecen una solidez institucional transversal que demuestre nada. Sin embargo, el presidente ruso ha tenido la oportunidad de poner a prueba la lealtad y fiabilidad de todo el establishment y de tomar el pulso a la agitación en las filas militares, y cabe esperar que tome medidas decisivas en los próximos días o semanas.
La gravedad de lo ocurrido se mantiene: precisamente en un momento en que el país está en guerra con la OTAN y Ucrania, desestabilizarlo internamente, llegando incluso a amenazarlo militarmente, es un pecado imperdonable. La iniciativa de Prigozhin ha hecho daño en varias direcciones: en primer lugar a los socios estratégicos de Moscú, (Pekín en primer lugar) que han estado siguiendo los acontecimientos con preocupación y cuestionando la solidez institucional de Rusia. También ha inquietado al conjunto de países comprometidos en los BRICS y la OCS, así como en otros acuerdos regionales, que confían precisamente en el liderazgo político, la fuerza y la fiabilidad de Rusia en la batalla por un nuevo orden internacional.
En cuanto a Occidente, la CIA cree que Putin conocía las intenciones de Prigozhin y no le detuvo para permitir que se resolviera el problema. De ser así, el presidente ruso habría demostrado una brillante continuidad con lo aprendido en la escuela del KGB. Washington, aun teniendo el pulso de la fuerza de Putin, ha tenido sin embargo que considerar con suficiente temor la hipótesis de un posible vacío de poder en Moscú (una crisis militar en un país con 6500 cabezas nucleares múltiples no es ninguna broma) y, a pesar de las idioteces verbales del senil Biden, sabe que Putin es el elemento de mayor estabilidad y moderación en el liderazgo ruso. Incluso Ucrania ha resurgido de las profundidades de su famosa contraofensiva y ha captado una vulnerabilidad rusa en la crisis -como era de esperar- que pesará más en la hipótesis de la negociación. Por último, hacia la opinión pública rusa, que ha sido testigo de un enfrentamiento fratricida entre un mercenario ambicioso y una dirección de Defensa cuando menos deficiente, por haber sido incapaz de abordar y resolver el problema de las relaciones durante algún tiempo.
Además de estos daños, todos ellos reparables, existe otro más insidioso. Aunque el país ha demostrado firmeza institucional y autoridad presidencial, las divisiones que han surgido dentro de la cadena de mando militar rusa sugieren nuevos y más amplios escenarios de intervención de los servicios de inteligencia occidentales. Es probable que aumenten los presupuestos de agencias como la CIA, el MI6, la DGSE o el Mossad, para tratar de penetrar e infiltrarse en mallas que han parecido menos tupidas de lo necesario. Esto obligará a la inteligencia rusa a trabajar más e invertir más recursos en defensa. Lo que desde ningún punto de vista puede considerarse una buena noticia.