- Preparaba comida para los muchachos que subían a la escuela político-militar
- Capturada y agredida sexualmente en el comando de Ocotal
- Somoza desató una feroz represión como bestia herida
- Aprendió a inyectar en un guerrillero recién operado
David Gutiérrez López
Cuando la chavala dormía profundamente, en medio del silencio de las oscuras noches, de pronto la despertaban para ir a la cocina a preparar comida para unos hombres, en su mayoría jovencitos, que subían sigilosamente al cerro El Copetudo, donde el Frente Sandinista había instalado una escuela político-militar, para la formación de guerrilleros, ubicada en Macuelizo, Nueva Segovia.
Esperanza Alfaro Díaz, entonces de 17 años, era obediente a los mandatos de su papá, recuerda que todavía medio dormida, encendía y atizaba un viejo fogón de leña, alumbrándose con un ocote, un candil y a veces cuando conseguían para comprar las baterías, con un “foco”, (lámpara de mano), les cocinaba algunos frijolitos con tortilla que los visitantes nocturnos disfrutaban calmando el hambre antes de subir al cerro.
Ella estaba lejos de entender quiénes eran aquellos muchachos que pasaban a muy altas horas de la noche, comían y emprendían la marcha perdiéndose entre la oscuridad. Esperanza, quién confiesa era “inocente”, de aquello, no imaginaba que de esa forma estaba contribuyendo a la causa y convirtiéndose en una fiel colaboradora del clandestino Frente Sandinista, que luchaba por derrocar a la dictadura de Somoza y su sostén armado, la Guardia Nacional (G.N).
El cerro El Copetudo, tiene una elevación de 1,207 metros sobre el nivel del mar, ubicado entre las quebradas de Ococona y el Zurzular, a 4 kilómetros y medio de Macuelizo, en el departamento de Nueva Segovia, a 245 kilómetros de Managua, donde solo se subía o bajaba a lomo de bestia o a pie, por un angosto y empinado camino.
Entre marzo y abril del año 1975, se apareció a la finca en Macuelizo su tío Isidro Alfaro quien les presentó a un muchacho conocido como “Abel”, Carlos Manuel Morales, mejor conocido en las filas sandinistas como “Pelota Morales”, entonces responsable en Nueva Segovia, del regional norte del FSLN, organización que en 1974 rompió el silencio con la magistral acción ejecutada el 27 de diciembre, en la casa de “Chema” Castillo, en Los Robles, Managua.
Esa noche de fin de año, en la casa de “Chema” Castillo Quant, alto funcionario somocista, se ofrecía una cena en honor al entonces embajador yanqui Turner B. Shelton, con la presencia de ministros y diplomáticos del régimen y mientras un equipo de meseros servía el wiski, el champan, los rones y vinos en abundantes cantidades, además de suculentas y variadas comidas, apareció un grupo de guerrilleros irrumpiendo la fiesta y abriéndose paso a puros balazos.
Anastasio Somoza, que se jactaba de haber exterminado al FSLN, accedió a todas las demandas del comando Juan José Quezada, dirigido por “Marcos” comandante Cero, Eduardo Contreras, quienes lograron liberar a los presos y difundir por radio, prensa escrita y televisión un mensaje de denuncia de las atrocidades de la Guardia Nacional a nivel de exterminio de familias enteras en las montañas, por sospechas de colaborar con los guerrilleros.
La venganza cruel, torturas y violaciones de la guardia de Somoza
Somoza y su guardia pasaron un fin de año amargo. Activaron y extendieron su red de “orejas” (informantes) de la Oficina de Seguridad Nacional (OSN), de jueces de mesta (campesinos auxiliares de la guardia en la montaña, a quienes dotaron de escopetas y pistolas), para emprender una venganza feroz contra los sandinistas y colaboradores, que en ese momento del año 1975 se concentró en Ocotal y sus contornos.
La red de colaboradores, cuyas viviendas servían de casas de seguridad de los sandinistas, fue desarticulada. Hombres, mujeres y hasta chavalos fueron capturados, torturados cruelmente y las mujeres violadas repetidamente en jornadas extenuantes hasta el agotamiento físico y mental, provocando en los atormentados perder la conciencia. En esos meses, en Ocotal se encontraba realizando trabajo clandestino el periodista Bayardo Arce, Comandante de la Revolución, después del triunfo.
Entre los colaboradores que pasaban por la finca, “Antonieta”, seudónimo de Esperanza, recuerda a Jesús Olivas, Pablo y Heberto Espinoza, Donato y Jaime Agurcia, Eulogio Hernández. También a Modesto Vílchez, Rosalío Pérez y Francisco Maldonado Lovo (hermano de Manuelito Maldonado, ex alcalde de Somoto) quienes sufrieron torturas y cárcel. Entre las mujeres se encontraban Guadalupe y Lidia Cáceres.
Esperanza, siendo una adolescente, narra que ella fue violada y torturada salvajemente con choques eléctricos que le colocaban sobre su cuerpo los guardias de Somoza, de igual forma a otras mujeres campesinas que se encontraban presas en el viejo comando de la G.N en Ocotal (convertido en biblioteca, después de la revolución).
En la cárcel también estaba prisionero su papá Teófilo Alfaro, con quién vivía en la finquita de ganado, por donde de noche pasaban los guerrilleros a la escuela de entrenamiento en el Copetudo.
Esta mujer, ahora de 64 años, relata que a través de una abertura de la puerta de la celda donde se encontraba prisionera, varias noches logró ver que los guardias sacaban a hombres que apenas se podían sostener por las golpizas, quienes después nunca regresaban, solo retornaban los guardias con sus botas llenas de arena, por lo que supone los asesinaban y enterraban en las riberas del Río Coco o Segovia.
Entre esos guardias represores se recuerda de “El Ángel negro” y otro que le apodaban el “Afro”.
La cirugía a un clandestino en Somoto
En mayo de 1975 al hospital de Somoto ingresó un paciente extraño apadrinado por el ocotaleano doctor Antonio “Toño” Jarquín, quién junto a su colega el cirujano, doctor Saúl López, también de Ocotal, con especialidad en cirugía, graduado en Paris, Francia, intervinieron quirúrgicamente de una apendicitis a un muchacho flaco, quien todavía estaba afectado de la leishmaniasis cutánea, (llamada lepra de montaña) adquirida mientras se encontraba clandestino en la montaña, hasta que los mandos decidieron bajarlo para que fuese operado.
El paciente era Omar Cabezas Lacayo, conocido dirigente estudiantil en León, quién apenas horas después de haber sido operado tuvo que salir colgado de los brazos de dos colaboradores, cuando le avisaron que el doctor Jarquín estaba preso en Estelí, después de haberse quedado dormido en su automóvil a orillas de la carretera, cerca de Condega, donde le encontraron una pistola sin registro y literatura “subversiva”, de acuerdo al calificativo de la G.N.
El guerrillero recién operado portaba consigo una granada de fragmentación y una pistola 45 con un cargador extra, que no se despegó ni en la operación, la escondió debajo de la almohada por si acaso aparecían los guardias. Días después también cayó preso el doctor Saúl López, a quién no le pudieron sacar información, solamente dijo que había operado de emergencia a un joven desconocido cumpliendo con su juramento hipocrático de consagrar su vida al servicio de la humanidad.
Aprendió a inyectar en las nalgas de un guerrillero
Luego de la imprevista fuga del hospital, a Omar lo refugiaron en una casa en Ocotal, pero al incrementarse la represión lo trasladaron de urgencia en un jeep marca Willy, bastante viejito propiedad de don Guillermo Cáceres Bank, quien no corría a más de 40 kilómetros por hora (apodándole Pelota Morales, Fittipaldi, como el piloto brasileño de Fórmula 1 en la década de los 70) a la casa de la finquita en Macuelizo, donde llegaba “Pelota” Morales, Bayardo Arce y Manuel Mairena, a curarle la herida e inyectarlo, tarea que posteriormente le asignaron a Esperanza, quien entre risas afirma que ella aprendió a inyectar en las delgadas nalgas del guerrillero.
“Antonieta” narra que le marcaban con un círculo rojo en la nalga del paciente para que introdujera la aguja en el sitio exacto con el antibiótico para evitar una infección en el período postoperatorio. También le habían entrenado en las medidas de seguridad, cuidándose de la gente extraña que ingresaba a la zona. Anotaban el color del vehículo y el número de placas. En una ocasión ella observó un jeep blanco con cuatro hombres vestidos de civil que hacían preguntas entre los campesinos, en la casa de “doña Carmela”, mamá de un guardia.
No había duda, la seguridad de Somoza tenía indicios del movimiento de los guerrilleros en la zona y comenzaba a investigar.
El maestro que les narraba la continuidad de la lucha de Sandino
Augusto Salinas Pinell, era originario de Somoto, de baja estatura, morenito, profesor de educación primaria en varias escuelitas, magisterio al que renunció cuando pasó a la clandestinidad en 1975. Cuando él bajaba de El Copetudo a la casita de la finca, cuenta Esperanza, que les daba clases a la luz de candiles y les contaba las razones de la lucha de los sandinistas, de la formación de cooperativas de producción, de la tenencia de la tierra para quien la trabaja entre otros temas.
“El profesor nos impregnaba de sabiduría”, rememora “Antonieta”, sobre aquellos días de persecución de la guardia somocista contra todo lo que tuviera relación con el clandestino Frente Sandinista.
Salinas Pinell, cayó a los 27 años de edad en el sitio Ojo de Agua, a 6 kilómetros de San Juan de Río Coco, el 26 de junio de 1976. La G.N en un comunicado de la Oficina de Leyes y Relaciones Públicas a cargo del coronel Aquiles Aranda Escobar, publicó que el guerrillero era buscado por estar vinculado al FSLN y era mencionado en el Consejo de Guerra, como “indoctrinador” de campesinos.
Les cayó la guardia a los del Copetudo el día que finalizó la escuela
El 14 de junio de 1975, una vez restablecido de la cirugía, Omar Cabezas, fue designado a dirigir los entrenamientos de la escuela político-militar en El Copetudo, exactamente un mes después, el 14 de julio cuando se clausuraba el curso, la guardia penetró a la zona y los responsables, entre otros el profesor Augusto Salinas Pinell, orientaron la evacuación rápida y silenciosa de los muchachos, armados apenas de pistolas, algunas escopetas, rifles 22, que no alcanzaban para todos.
A esas alturas Esperanza, su hermana Clorinda y su papá Teófilo, junto a otros colaboradores estaban prisioneros en el comando de Ocotal, sometidos a torturas. Cuando Omar y Manuel Mairena bajaron del cerro a buscar a los Alfaro, fueron recibidos a balazos por los guardias que se encontraban escondidos dentro del ranchito esperando que cayeran como incautos.
¡Ya vienen los hijueputas!, gritó un guardia desde adentro. Los dos guerrilleros accionaron sus pistolas, dispararon y corrieron hacia una quebrada; lograron esconderse detrás de unos arbustos, en una posición incómoda en cuclillas, sin poder respirar ni moverse, listos para levantarse y enfrentarse a los guardias que estaban a pocos metros.
Se llenó de guardias la zona. Fue una persecución de días. Lograron evacuar a todos los alumnos al cerro La Señorita. Algunos salieron a pie hacia Estelí, abordaron un transporte público, otros viajaron a Somoto. Algunos de los muchachos fueron capturados y asesinados cuando los sorprendieron caminando sobre la carretera calzando botas militares o por tener señales en los brazos y rodillas causados por el arrastre al adoptar posiciones de tiro.
Cabezas y Mairena lograron evadir el cerco de la G.N y escaparon ilesos del lugar. La Escuela político-militar del cerro El Copetudo, había sido quebrada pero muchos cuadros ya estaban entrenados y preparados para integrase a las columnas guerrilleras que desencadenó en la ofensiva final contra la dictadura.
Los guardias armaron una balacera para luego justificar que los muchachos capturados y asesinados a sangre fría habían muerto en un enfrentamiento con una patrulla de militares. La mayoría de los guerrilleros lograron salvar sus vidas.
René Núñez enseñó a leer en la cárcel
Meses después cuando la guardia de Somoza, consideró haber desmantelado toda la red de colaboradores del FSLN, liberó a varias mujeres y algunos hombres, a otros los enviaron a la Cárcel Modelo de Tipitapa, entre ellos a su papá y a Francisco Maldonado. En la prisión se encontraba el compañero René Núñez Téllez, capturado el 28 de diciembre del año 1974 en un retén cuando ingresaba en un taxi a la ciudad de León.
Una vez recobrada la libertad, Esperanza retornó a El Rodeo, Somoto, donde pasaban los días realizando diversos oficios. Viajaba a Tipitapa a la Modelo, a la visita programada a los prisioneros sandinistas. Visitaba a su papá que estaba purgando una pena impuesta por el Consejo de Guerra que juzgó a decenas de personas acusadas de Sandino- comunistas, terroristas y otros epítetos utilizados por la G.N.
En 1977, Esperanza, estando embarazada se trasladó a vivir a Managua, aprovechando la cercanía que le permitía llegar a la cárcel donde se encontraba su papá, quien por gestiones jurídicas logró su libertad el 10 de noviembre de ese año. La alegría fue doble a causa que también ese año dio a luz a una linda niña a quién bautizó como Suyapa, nombre de la patrona de Honduras, cuyo significado en lengua Lenca es, Agua de las palmeras.
Retornaron a reiniciar la vida en el campo, trabajando la tierra, mientras la lucha del FSLN se incrementaba en todo el país con ataques a cuarteles y patrullas, hasta que se generalizó la insurrección armada que llevó al triunfo de la Revolución Popular Sandinista, noticia de la que se enteró por un hermanito entonces de 12 años quien con entusiasmo y alegría llegó contando que en Somoto los guardias estaban dejando los uniformes y los fusiles tirados a orillas de la carretera, en tanto, corrían buscando alcanzar la frontera con Honduras.
Casada con el pequeño gigante
Manuelito Maldonado, un hombre que de niño fue afectado por severas enfermedades, entre ellas la poliomielitis que le provocó deformaciones en su columna, era relativamente pequeño de estatura, pero grande de corazón, lo que motivó a muchos somoteños a llamarle “el pequeño gigante”, por su inmenso amor y disposición de servicio hacia los seres humanos más necesitados, sin importarle sus preferencias partidarias o religiosas.
Después del triunfo revolucionario de 1979, Esperanza se juntó con Manuelito, estableciendo una excelente relación de pareja. Ella se dedicó a cuidarle su salud hasta el día que expiró producto de las viejas dolencias y enfermedades.
Manuelito desde joven fue un constante colaborador del FSLN, pese a sus limitaciones físicas. Se había desempeñado como telegrafista, pero tuvo problemas con sus jefes somocistas y abandonó el trabajo, entonces aprendió el oficio de zapatería, reparando calzados de casi toda la población, incluyendo a los guardias del comando que le llevaban sus botas.
La zapatería de Manuelito servía de fachada para ocultar a muchos sandinistas que lo necesitaban. Durante la represión de 1975 fue Manuel Maldonado quien se puso a la cabeza y participó en la organización para la evacuación de muchos de los jóvenes que se encontraban en el cerro El Copetudo.
Sus hermanos Francisco y Constantino participaron de la escuela en El Copetudo, fueron capturados y torturados cuando ya cruzaban por un punto ciego la frontera hacia Honduras. A Constantino, lo asesinaron degollado y Francisco, pasó a la cárcel Modelo de Tipitapa.
Preso por las botas de los G.N
El día de la huida de los guardias, en el pequeño taller de Manuelito quedaron varios pares de botas, de los soldados ya reparados, que no alcanzaron a retirar. Pasó un muchacho descalzo, le pidió al zapatero un par de aquellas viejas botas, a lo que Manuelito accedió, de todas maneras, los soldados ya no regresarían nunca más a buscarlas.
En Somoto, ese día del triunfo aparecieron diversas personas armadas con pañuelos rojo y negro, totalmente desconocidos en la ciudad y en la organización. Capturaron al chavalo que lucía las botas, lo acusaron de guardia por usar aquel calzado militar y al hablar el cipote, la investigación condujo hasta donde Manuelito, el zapatero.
Relata Esperanza que a Manuelito le encontraron el resto de botas, por más que se les explicó no entendieron razones de que el oficio de zapatero, era reparar calzado y lo condujeron preso hasta Estelí. Un jefe sandinista que conocía a Maldonado, al enterarse de la injusticia y grave confusión ordenó de inmediato la liberación del colaborador del FSLN, quién años después se convertiría en alcalde de Somoto y posteriormente en diputado nacional por el partido rojo y negro para el que luchó toda su vida.
El personaje
Esperanza Alfaro Díaz, conocida en la guerrilla del FSLN como “Antonieta”, nació el 26 de enero de 1958, a 5 kilómetros de Somoto, Departamento de Madriz. Hija de Teófilo Alfaro Cáceres y María de Jesús Gaitán a quien conocieron como “Anita” entre su familia.
Inyectaba al guerrillero clandestino Omar Cabezas Lacayo, después de haber sido intervenido quirúrgicamente de emergencia por los médicos Saúl López, cirujano y Antonio “Toño” Jarquín, ambos de Ocotal, situación que meses después les costó la cárcel.
Su hija Suyapa Maldonado Alfaro, actualmente se desempeña como jueza de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) en Somoto.
Excelente relato, es bueno conocer a alguien que aportó mucho para lograr el triunfo, héroes anónimos, gracias por compartir.
Excelentes, personas de alto valor etico, honestos y con mucha moral politica.