Fabrizio Casari
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Aproximadamente un mes después del inicio de las operaciones militares especiales de Rusia en territorio ucraniano, el resultado podría ir en la dirección deseada por Moscú. Según el Financial Times, se ha anunciado un posible acuerdo de “alto el fuego”, que sería el preludio de un verdadero acuerdo de paz. Este acuerdo de 15 puntos incluiría básicamente la aceptación de las demandas rusas que habían sido ignoradas o burladas por la OTAN y la propia Ucrania mucho antes del inicio de las hostilidades.
Estados Unidos se opone decididamente a una solución negociada, pues considera que el fin del conflicto es sólo un éxito parcial de su plan. Zelensky compareció ante el Congreso de Estados Unidos con un discurso incendiario que desmintió la belicosidad del día anterior. Pero en Washington ha encontrado sin duda oídos y bocas dispuestos a apoyarle, si sigue manteniendo el papel de presidente de guerra que el Capitolio parece haberle cosido de forma indeleble.
El primer efecto de la solución prevista por el Financial Times sería la salida de Estados Unidos de Ucrania, con todo lo que ello conlleva: fin del saqueo de los recursos naturales, fin de la implantación de estructuras dedicadas a la guerra bacteriológica y fin de la amenaza directa a Moscú. Por tanto, es evidente que Biden no ve con buenos ojos una solución político-diplomática que satisfaga las exigencias de Moscú. Estados Unidos ha perseguido enérgicamente el objetivo de la confrontación militar instigando a Ucrania a aceptar un enfrentamiento con Moscú y asegurándole apoyo político, económico y militar. Para Washington, que no tiene ningún interés en la población ucraniana, el objetivo era únicamente golpear a Rusia, arrastrándola – provocación tras provocación – a una iniciativa militar que se convertiría en una guerra permanente. Un Afganistán en medio de Europa que incluso vería con buenos ojos el uso de armas nucleares tácticas.
A este objetivo militar se sumó un aspecto estratégico igualmente importante, el de romper el proceso de integración económica con Europa. La desconexión de Europa con Rusia debilitaría energéticamente al Viejo Continente y le obligaría a abastecerse en EE.UU. y Qatar, lo que aumentaría el coste de los suministros y causaría dificultades a la economía europea, que vería reducido el suministro y aumentado el coste al finalizar las relaciones de importación/ exportación con Rusia. Al mismo tiempo, la necesidad de reajustar sus exportaciones y cambiar su estructura bancaria, tanto a nivel internacional como interno, hace que su economía sea más frágil que antes de la operación militar especial en Ucrania. Por último, Estados Unidos lleva varios años con las manos y los pies en Ucrania, tanto en lo que respecta a las inversiones de algunas empresas privadas vinculadas a la familia Biden como en las operaciones de penetración militar y política que han llevado a Zelensky a recitar todo el espectáculo en las últimas semanas al dictado.
La noticia de estos días, sin embargo, es que Zelensky se ha dado cuenta de que la presión estadounidense no es suficiente para mover a la OTAN, dada la oposición europea a involucrarse en el conflicto más allá del suministro de armas y la ayuda económica. Zelensky declaró entonces que era consciente de que no había lugar para Kiev en la OTAN, tanto por razones políticas como militares y estatutarias. Esto ha hecho que el presidente nazi se dé cuenta de que el acuerdo con Moscú será lo único que le protegerá.
Después de todo, un acuerdo, que puede parecer una especie de capitulación ucraniana, siempre ha parecido inevitable. No sólo y no tanto por la abrumadora fuerza rusa -aunque limitada por la intención de no utilizar la aviación y la artillería fuera de los objetivos militares- sino porque el gobierno ucraniano ha obtenido el máximo posible de la solidaridad internacional y no podría haber conseguido más. Por lo tanto, o un acuerdo con el gobierno en funciones, o la caída del gobierno y un acuerdo a la baja. Por otro lado, Kiev no tenía alternativa; cada día que pasaba jugaba a favor de Moscú y, a falta de un compromiso directo de la OTAN en el conflicto, los rusos procedían directamente a la desnazificación del territorio ucraniano, es decir, al desmantelamiento de la red militar y paramilitar perteneciente a las facciones neonazis presentes en partes sustanciales del ejército de Kiev.
Ni siquiera la llegada de armas, asesores militares y mercenarios pudo dar un giro al conflicto, y ambas partes buscaron una solución política. Rusia, porque nunca tuvo la intención de ocupar Ucrania de forma permanente y, aunque no estaba dispuesta a detener la labor de desnazificación, no quería enfrentarse a una reedición del conflicto de Chechenia; Ucrania, por su parte, sabía y sabe que no puede conseguir más de lo que ya ha obtenido, si acaso ver cómo se debilita la presión internacional como consecuencia del acostumbramiento de la opinión pública al conflicto.
Independientemente de los detalles del acuerdo, el mero anuncio de que lo que Zelensky rechazaba hasta hace unos días es posible, demuestra que la iniciativa turca de mediación entre Rusia y Ucrania ha obtenido un primer e importante resultado. Turquía, después de todo, es miembro de la OTAN, de la que es el segundo ejército más grande y, al mismo tiempo, la relación entre Ankara y Moscú es de considerable profundidad, como lo demuestra la partición de Libia y la reanudación de las relaciones de Ankara con Teherán gracias a la mediación de Moscú. Si el acuerdo se consolida gracias a la intervención de Ankara, la Unión Europea y Estados Unidos no darán saltos de alegría: de ello se beneficiaría la posición internacional de Erdogan, a la que Occidente y parte de Oriente parecen reacios a conceder una licencia como gran actor internacional.
Las razones de Moscú
Por otra parte, se puede estar de acuerdo o no con la intervención militar, juzgarla correcta o incorrecta, oportuna o inoportuna, pero si no se quiere consentir un juicio antihistórico y descontextualizado, hay que analizar y comprender las razones que la motivan. La idea de un gobierno rusófobo de extrema derecha, rehén de neonazis cuyas formaciones militares son entrenadas por la OTAN y que encuentran en la ultraconservadora Polonia y en los países bálticos un respaldo y un fondo político y logístico, que podría tener un papel político y militar a través de la entrada en la UE y en la OTAN, que habría llevado un nivel de armamento nuclear táctico a las puertas de Rusia no podía -ni puede- ser siquiera imaginada. El dramático y épico recuerdo de los 22 millones de víctimas soviéticas en la derrota del nazismo no lo permite. Putin había llamado la atención sobre esto en numerosas ocasiones e incluso el propio Biden, en 1997, como senador demócrata, pronunció un discurso en el que defendía las necesidades de seguridad de Rusia, invitándola a no considerar siquiera la hipótesis de una nueva ampliación de la OTAN hacia el este.
Pero el saqueo que Estados Unidos lleva años perpetrando contra Ucrania, sede de los sucios intereses de la familia Biden y lugar de los laboratorios biológicos para la guerra bacteriológica, ha reforzado la posición del gobierno de Zelensky. En un juego de espejos, el presidente ucraniano repite obsesivamente su petición de una zona de exclusión aérea sobre Ucrania, que es rápidamente negada por la administración estadounidense. Al fin y al cabo, Estados Unidos no tiene intención de declarar una tercera guerra mundial que acabe con el planeta para salvar al gobierno más corrupto de la historia de Ucrania (Transparencia Internacional, un organismo estadounidense, había calificado a Zelensky como uno de los políticos más corruptos y enriquecidos ilícitamente de toda Europa unos meses antes del conflicto).
El fin de la Unión Europea
De lo que parece ser una victoria diplomática y militar para Putin, emerge el cadáver de la UE. La Unión Europea, como agregado político independiente, aunque incrustado en el sistema de defensa del Atlántico, terminó con los primeros disparos sobre Ucrania. Las sanciones contra Rusia y la represión interna de las voces disidentes han enterrado definitivamente la imagen de una civilización europea basada en dos axiomas, el liberal y el liberalismo. Mientras que la primera ha sido la ortodoxia económica absoluta durante 25 años, la segunda se ha convertido durante el mismo tiempo en un lujo que ya no es sostenible debido a la aplicación de la primera.
El componente pro-estadounidense encabezado por Von der Leyen y Draghi ha sido capaz de dar el paso decisivo hacia el principal objetivo de su mandato mutuo: es decir, prescindir por completo de los intereses europeos frente a Estados Unidos para situar los intereses estadounidenses en lo más alto de la agenda política europea. Bruselas ha cerrado cualquier margen de autonomía respecto a Washington y, en la nueva configuración del Orden Mundial, la Unión Europea se encuentra como una Gran Bretaña ampliada, es decir, como un territorio estadounidense de ultramar. La propia extensión de la injerencia europea en el área latinoamericana indica la intención de construir una política exterior sobre el supuesto insuperable de la lealtad a Estados Unidos, sea cual sea su política, sean cuales sean sus adversarios y amigos.
Las repercusiones en la economía mundial. ¿Quién pagará el coste de las sanciones?
El eventual fin del conflicto no conllevará el fin de las sanciones. El objetivo de EE.UU., desde el principio de la crisis, ha sido desvincular a Rusia de Europa creando una ruptura política y económica que cancele el North Stream 2 y produzca una verdadera guerra política y financiera entre Moscú y Bruselas. Pero pensar que las sanciones occidentales pueden poner de rodillas a un gigante como Rusia es un reflejo del patetismo ideológico, no tiene nada que ver con la dimensión real. Antes del inicio de las operaciones militares especiales en Ucrania, Rusia ya era el país más sancionado del mundo después de Irán, y ahora se ha convertido en el primero, al reunir más de 3000 medidas. Así que no se derrumbó primero, ni se derrumbará después. No sólo es difícil entender por qué las sanciones que no han dejado fuera de juego a Irán, China, Venezuela, Cuba y Corea del Norte podrían tener un resultado diferente en el segundo país en cuanto a reservas de oro y producción de energía, y en el primero en cuanto a trigo y al menos una docena de minerales estratégicos, sino que hay que tener en cuenta que las sanciones sobre un mercado enorme con 300 millones de consumidores (y la segunda potencia militar del mundo) tienen evidentes efectos bumerán sobre quienes las ejercen. No funcionarán, y es mejor así, tanto para Rusia como para el mundo entero: aunque sólo sea por una trivial razón de prudencia, intentar arrinconar a la segunda potencia nuclear del mundo no parece una jugada inteligente.
Está claro que las sanciones producirán una contracción de la economía rusa, cuyos efectos se dejarán sentir en la clase media. Por otra parte, el cierre del mercado occidental no tendrá el efecto que Washington y Bruselas esperaban sobre las exportaciones rusas. Son muchos más los países que no se han adherido a las sanciones decididas por Estados Unidos y la UE: no sólo continentes como India e Indonesia, sino gran parte de África, los países del Golfo, Turquía e Irán, Israel, Siria, Líbano, por no hablar de México, Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba y Nicaragua. En resumen, Moscú está lejos de estar aislada comercialmente y rodeada políticamente. Sólo los mercados chinos e indio pueden absorber fácilmente las exportaciones rusas, y es China la que parece ser la primera destinataria.
Es cierto: si hay muchos compradores, el precio lo fija el vendedor, pero cuando sólo uno quiere comprar, el precio lo fija el comprador; pero partes enteras del planeta están interesadas en comprar la energía que necesitan para su desarrollo. En este sentido, las alarmas sobre la progresiva dependencia de Moscú con respecto a Pekín deben relativizarse, porque si Moscú necesita un comprador, Pekín tiene una fuerte necesidad tanto de energía como de alimentos. Sin embargo, Rusia no tiene un posible comprador sólo en China: el mayor problema para Moscú es el de las relaciones comerciales con Occidente, mientras que los procesos de integración entre los gigantes energéticos e industriales chino-rusos se han intensificado. Las materias primas rusas y la tecnología china son las dos bazas que producirán una importante alteración en los mercados de la que se beneficiarán Pekín y Moscú y sufrirán Europa y Estados Unidos. China, India y Rusia ya han decidido comerciar entre sí sin utilizar el dólar estadounidense, y hace unos días China anunció que las importaciones de petróleo de Arabia Saudí se harán en yuanes. Son decisiones que ponen de rodillas a Washington, no a Moscú.
Las inversiones occidentales en Rusia han perdido 17.000 millones de dólares en sólo un mes como consecuencia de las nuevas sanciones. Putin compró a precio de ganga las acciones occidentales y privadas rusas en empresas energéticas, vendidas inmediatamente después de anunciarse las sanciones, y las transfirió al Estado. La propiedad de las empresas, los bienes muebles e inmuebles, incluidos los depósitos bancarios, han pasado a manos del Estado ruso y la deuda internacional se ha vuelto a convertir en rublos, tanto para no afectar a las reservas de divisas como para reforzar el valor de cambio de la moneda rusa.
La salida de Rusia de los circuitos de pago estadounidense ha alegrado a los bancos chinos, que han encontrado millones de nuevos clientes al extender el circuito chino Union Pay al mercado ruso. La misma supresión del código SWIFT no impide las transacciones internacionales de Rusia, gracias a la utilización de su sistema de transmisión que, como consecuencia del bloqueo de los bancos occidentales, tardará unas horas más que las anteriormente operativas.
Sin embargo, el coste para los europeos y los estadounidenses será muy elevado. No sólo por la factura energética, que ya se ha cuadruplicado desde el inicio de las operaciones militares rusas, sino también por la necesidad de reajustar al menos el 50% del proceso de importación de energía, con un aumento de los costes considerados, en un principio, de alrededor del 20% respecto a las tarifas propuestas por Moscú y que ahora se ha incrementado aún más en cifras porcentuales y absolutas. Sólo en el caso de Italia, unas 400 empresas tendrán que cerrar, con una pérdida neta de 7.400 millones de euros y 35.000 puestos de trabajo. Unas pérdidas que se suman a las sufridas por las sanciones impuestas a la exportación de productos agrícolas a partir de 2019, que suponen por sí solas un coste de 4.550 millones de euros y 15.000 empleos en el campo cada año. Ridículas, ilegítimas e ilegales son las expropiaciones de propiedades a ciudadanos rusos, consistentes en unos cuantos yates y villas pertenecientes a empresarios rusos (que si son italianos se llaman empresarios, si son rusos se convierten en oligarcas). Además, según la legislación italiana, el Estado es responsable del mantenimiento, con un coste estimado de 150 millones de dólares al mes.
Estos son algunos de los muchos elementos que indican el carácter puramente ideológico de las sanciones, ya que su eficacia no se ve confirmada por los resultados, sino todo lo contrario. Las sanciones provocarán un desplazamiento parcial de los flujos comerciales hacia el Este y harán que Occidente tenga que replantearse sus importaciones y exportaciones. Europa será la zona en la que subirán los costes y bajarán los beneficios, sin olvidar que la propia unidad de la UE presenta ahora márgenes de incertidumbre en relación con el Este. Europa podría haber elegido el papel de líder o de mediador de conflictos, pero prefirió acabar como la rata del Titanic, que pensò bailar mientre se ahogaba.
(*) Periodista, Analista Político, Director de Periódico Online www.altrenotizie.org y colaborador de la Revista Visión Sandinista.