El privilegio de la escuela pública en Nicaragua

Por Becca Mohally Renk

(Becca Renk es parte de Jubilee House Community y su proyecto en Ciudad Sandino, Centro para el Desarrollo de Centroamérica. Vive en Nicaragua desde 2001.)

Esta semana comenzó el nuevo año escolar en Nicaragua y despedí a mi hija mayor, Eibhlín, para su último año de secundaria. Lloré al recordar a mi hija de tres años con su primer diminuto uniforme azul y blanco, encaminándose orgullosamente al preescolar con coletas.

También estoy reflexionando que este mes se cumplen 15 años desde que el presidente Daniel Ortega declarara nuevamente gratuita la educación pública en Nicaragua, apenas 24 horas después de su toma de posesión en 2007. Esa fue su segunda declaración; la primera fue restaurar la gratuidad de la salud pública. Estas dos declaraciones hicieron posibles las mejoras más significativas-entre muchas otras importantes, en la vida de las familias nicaragüenses en los últimos 15 años.

El gobierno sandinista acababa de volver al poder tras 17 años de gobiernos neoliberales entre 1990 y 2007. El modelo educativo neoliberal consideraba que el sistema de escuelas públicas era útil solo para crear futuros clientes, viendo a los pobres como una fuente de mano de obra barata y no digna de inversión en su educación. Redujeron los presupuestos y la política de “autonomía escolar” fue implementada, trasfiriendo el costo de la educación a las familias.

Bajo los gobiernos neoliberales, las escuelas públicas de Nicaragua recibían financiamiento del gobierno central en base al número de estudiantes que tenían matriculados. Debido a que recibian tan pocos fondos, las escuelas reportaban más estudiantes de los que realmente tenían en su centro en un intento de cubrir sus costos operativos y luego cobraban tarifas a las familias para cubrir la diferencia, a pesar de que la Constitución de Nicaragua garantiza una educación gratuita desde preescolar hasta la Universidad.

Para ahorrar dinero, las escuelas contrataban a maestros “empíricos”, aquellos que no habían estudiado educación formalmente. Para 2006, más del 45% de todos los docentes que trabajaban en las escuelas no se habían capacitado formalmente. Los edificios escolares se deterioraron hasta el punto de ser inútiles e incluso peligrosos. Los niños tenían que traer sus propios pupitres o sentarse en el suelo para recibir sus lecciones. Las niñas se vieron afectadas de manera desproporcionada por la desastrosa política neoliberal: las familias no podían enviar a todos sus hijos a la escuela por lo que se priorizaba al niño mayor. Las niñas quedaban en casa para cuidar a los hermanos mientras los padres se las arreglaban para ganarse la vida.

Para 2003, el nicaragüense promedio tenía solo tres años y medio de escolaridad y se esperaba que solo el 30% de los que comenzaban el primer grado terminaran el sexto. (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2003). Para 2006, casi una cuarta parte del país no sabía leer ni escribir, una vergonzosa estadística tras la triunfante Cruzada Nacional de Alfabetización en 1980, que en cuestión de meses logró reducir el índice de analfabetismo de 50,3% bajo la dictadura de Somoza a 12,9%, reduciéndose al 10% para 1990.

Los economistas coinciden en que el progreso de un país depende de la educación. Los ingresos aumentan un 10% con cada año de escolaridad que se recibe, un aumento superior al que podría proporcionar cualquier otra acción individual (Banco Mundial). Hace quince años, cuando más de la mitad de la población de Nicaragua tenía menos de 21 años, era evidente que, sin una inversión significativa en educación, la economía y la sociedad no iban a avanzar.

Al asumir el cargo en 2007, el gobierno sandinista inició una revolución en la educación, implementando cambios peda-gógicos fundamentales para crear un sistema educativo accesible que pusiera a los estudiantes en el centro.

Solo dos años después, en 2009, mi esposo y yo tomamos la decisión de enviar a nuestros hijos a la escuela pública. En ese momento, no conocíamos a ningún otro extranjero con hijos en el sistema escolar público, y todos nuestros compañeros de trabajo nicaragüenses también enviaban a sus hijos a escuelas privadas. Tomamos la decisión porque queríamos ser parte de la comunidad rural donde vivimos y porque creemos en las escuelas públicas, en la educación gratuita y de calidad para todos. Así que enviamos a Eibhlín, de tres años, al preescolar público cerca de nuestra casa, y al año siguiente Orla, nuestra hija menor se unió a ella. Desde entonces, nuestra familia ha tenido la oportunidad de experimentar por nosotros mismos el sistema de escuelas públicas de Nicaragua.

¿Cómo vemos de primera mano esta revolución educativa de primera mano?

En la escuela primaria, las clases de mis hijas eran tres veces más numerosas que los grados superiores. Hoy en día, la juventud sin escolaridad alguna se ha reducido del 24 % a 4 % desde 2006. Los edificios escolares se ampliaron y se han mejorado para acomodar a más estudiantes, a como ha sucedido en el 75 % de todas las escuelas del país.

El programa de alimentación escolar ha sido fundamental para lograr que más niños se matriculen y permanezcan en la escuela, que ahora alimenta a 1,2 millones de niños en edad escolar con una comida caliente todos los días y ha contribuido a la reducción del 66 % en la desnutrición crónica en niños en edad escolar desde 2007.

Bajo los gobiernos neoliberales, no hubo comedor escolar e incluso en 1990, se suspendió el vaso de leche diario que se brindaba durante la década de 1980. Conocí a padres que tuvieron que tomar la decisión de enviar a sus hijos a la escuela y que pasaran hambre, o enviarlos a buscar reciclables para venderlos y poder comer. Por supuesto, los padres eligieron que comieran antes que ir a la escuela.

Cuando mis hijos comenzaron la escuela, el programa de merienda escolar estaba comenzando. A lo largo de la primaria, las familias de los niños se turnaron en cocinar para su clase. Cuando era mi turno para cocinar, iba a la escuela y el maestro me enviaba a casa con arroz, frijoles, aceite, azúcar y una mezcla de granos de cereales molidos. Cocinaba el arroz y los frijoles para cada día y mezclaba el cereal con agua y azúcar para hacer una bebida nutritiva. Luego, como hacían las otras familias, añadíamos lo que podíamos para completar la comida: queso, verduras, tal vez un poco de pollo. En una ocasión memorable, hicimos la delicia de la repocheta: tortillas de maíz fritas cubiertas con frijoles refritos, queso de campo, ensalada de repollo, crema agria y salsa de tomate. Fue inmensamente satisfactorio ver a los niños comer una comida nutritiva antes de salir corriendo a jugar en el recreo. Un año, cuando hubo una sequía severa que hizo subir el precio de los alimentos, durante varios meses nuestros niños recibieron dos comidas en la escuela todos los días para quitar la presión a las familias y asegurar que los niños tuvieran suficiente para comer.

Otro apoyo importante para las familias de los estudiantes ha sido el programa donde cada estudiante de primaria recibe una mochila llena de útiles escolares. Cada año, nuestras hijas y sus compañeros de clase recibieron a principios de año mochilas de colores brillantes con cuadernos, lápices, gomas de borrar, reglas y más, un gran ahorro para las familias, especialmente aquellas con varios niños en edad escolar. Desde 2007 se han repartido 5,7 millones de mochilas.

Inscribir a los niños en la escuela es el primer paso, ayudarlos a tener éxito es otro desafío que asumió este gobierno con su programa Batalla por el Sexto Grado. Cuando Orla comenzó el primer grado, en su clase había un niño de 13 años que nunca había aprendido a leer y escribir. Muchos estudiantes habían sido retenidos año tras año debido a asistencia irregular. Hoy en día, las tasas de aprobación de los grados de primaria y secundaria han aumentado de 79% a 91%. La juventud sin escolaridad ha disminuido de 24 % a 4 % desde 2006, y Nicaragua es ahora el país número uno del mundo en logros educativos para mujeres (ONU Mujeres, Mujeres en Política 2021).

Durante mi tiempo como padre de niños en el sistema escolar público de Nicaragua, también observe los cambios en el plan de estudios y la pedagogía.

Cuando mis hijas recuerdan la escuela primaria, hablan de los días de limpieza de la escuela cuando traían machetes para cortar la maleza y hacían escobas para barrer el patio con sus compañeros. Hablan de su amor por los maestros que les daban tareas creativas, los llevaban a caminatas por el pueblo y que traían sus propios materiales de artesanía a la clase para que los niños pudieran hacer arte. Ahora el Ministerio de Educación entrega a cada docente a principios de año, un paquete de materiales didácticos para facilitar el aprendizaje creativo.

Cuando mis hijas comenzaron la escuela por primera vez, se dedicaba mucho tiempo en el aula al maestro dictando y los estudiantes escribiendo. Había pocos libros escolares y cada trimestre había exámenes escritos en la mayoría de las materias. Desde 2007, el Ministerio de Educación realiza jornadas de capacitación mensuales en las que se capacita a los docentes en nuevas técnicas y cambios en el plan de estudios, lo que genera cambios significativos en el aula.

Si bien todavía hay cuestionarios y exámenes periódicos, particularmente en matemáticas, en la mayoría de las materias las calificaciones de los estudiantes son acumu-lativas y se enfocan en proyectos grupales que involucran investigación y presentación. Hay menos dictado y los libros escolares ahora son digitales y están disponibles para descargar gratis a cualquier teléfono inteligente desde el sitio web del Ministerio de Educación. Se anima a los estudiantes de todas las edades a investigar, todas las escuelas secundarias tienen acceso a Internet y tabletas, muchas tienen un proyector digital para usar en las aulas y personal de soporte técnico que trabaja con los maestros sobre cómo usar adecuadamente la tecnología en el aula. En las escuelas secundarias hay una amplia gama de oportunidades para la participación. El año pasado, mis hijas participaron en actividades escolares y municipales, incluida la competencia del Día del Libro (donde hicieron libros gigantes y actuaron un libro para estudiantes más pequeños), Señorita Reciclaje (una competencia para crear un atuendo completamente reciclado y presentarlo), una Feria de Ciencias bajo el tema de ideas innovadoras de negocios verdes, celebraciones culturales de baile y comidas de todo el país y Brigadas de Búsqueda y Rescate (organizadas por el Departamento de Bomberos local), que capacita a los estudiantes para responder a desastres naturales como terremotos y erupciones volcánicas.

Mientras celebraban el comienzo del nuevo año escolar esta semana, nuestras hijas se emocionaron al descubrir que solo hay 38 estudiantes registrados en sus aulas, en comparación con otros años cuando han estado en aulas de 55 o 60 estudiantes. Aunque las aulas estaban abiertas con bancos de ventanas en ambos lados, la situación a menudo era caótico.

El tamaño reducido de las clases es una nueva política nacional para mejorar la calidad de la educación en todos los niveles y facilitar el cumplimiento de las pautas de COVID-19. Este cambio es posible en parte por años de inversión en la formación de docentes: desde 2007 hay casi 30% puestos de docentes más. También hay capacitación para otros puestos: ahora, por primera vez, se requiere que los maestros estudien administración escolar durante dos años para calificar para ser director.

A medida que la carrera escolar de Eibhlín llega a su fin, estoy muy orgullosa de ella y sus compañeros de clase porque sé de la hazaña que significa para muchos de ellos estar terminando la secundaria. Bajo los gobiernos neoliberales, no había ninguna escuela secundaria en nuestra comunidad y muchas familias no podían pagar el costo del transporte para enviar a sus hijos fuera del pueblo a estudiar. Ahora, sin embargo, la mayoría de los niños que comenzaron el preescolar con Eibhlín se gradúan al mismo tiempo que ella. Nuestro pueblo ahora tiene escuela sabatina, un programa nacional que utiliza los edificios de las escuelas primarias rurales para clases de secundaria los sábados. Los estudiantes estudian de 8 am a 2 pm un día a la semana, en horario que permite que los estudiantes mayores en zonas rurales que tienen que trabajar, o los jóvenes que tienen bebés, terminen sus estudios de secundaria. La mayoría de los excompañeros de Eibhlín en Primaria ahora asisten los sábados a la Secundaria rural, aunque hay otros como ella que estudian en el pueblo durante la semana. El apoyo familiar es importante para que los estudiantes se gradúen, pero el Ministerio de Educación también ofrece apoyo al graduarse. Cada estudiante recibe un premio en efectivo de $45 dólares, suficiente para a cubrir los costos de graduación y poder inscribirse para la educación superior.

Hay muchas oportunidades para que los estudiantes que se gradúan continúen su educación. Este año, el Ministerio de Educación inició un programa en las escuelas secundarias y ha creado un mapa en su sitio web para enseñar a los estudiantes sobre los muchos programas universitarios, títulos asociados y capacitación técnica disponible para ellos de forma gratuita en todo el país. Informa a los estudiantes sobre las oportunidades y les ayuda a identificar un programa que coincida con sus intereses. Gracias a la educación terciaria gratuita y la mejora de oportunidades, desde 2006 el porcentaje de la población con título universitario en Nicaragua ha pasado de 9% al 19%.

Mirando hacia atrás sobre la carrera escolar de mis hijas, me queda claro que ellas y sus compañeros de clase están recibiendo una educación excelente, y nunca me he arrepentido de nuestra decisión de enviarlas a la escuela pública. Al contrario, me siento absolutamente privilegiada de ser parte de un sistema escolar público que está trabajando para todos los niños y jóvenes.

27 enero, 2022

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *