Honduras, el cambio es ahora

por: Fabrizio Casari
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Tal y como preveían todas las encuestas, Xiomara Castro, candidata de la izquierda hondureña, es la nueva Presidenta de Honduras. Doce años después de que el golpe de Estado de Hillary Clinton derrocara al presidente legítimo Mel Zelaya, ahora líder del Partido Libre Progresista, Xiomara -la esposa de Mel- ha devuelto las cosas a su orden natural, con el consenso popular en el gobierno y el golpismo en la oposición. Los intentos desesperados de impedir la victoria de Xiomara por parte del gobierno estadounidense y de la UE, de la mano de la OEA, resultaron ineficaces. Un margen tan amplio, que si ha impedido cualquier posible fraude en lo que se refiere a la victoria de los candidatos presidenciales, ve ahora a la derecha trabajar duro para intentar anular o al menos modificar parcialmente la victoria igualmente abrumadora de la izquierda, tanto en lo que se refiere a los votos parlamentarios como a los de las administraciones locales. Aquí, de hecho, en las elecciones para alcaldes, la derecha está intentando operaciones sucias, pero la impresión es que pueden reducirse a acciones disruptivas que tendrán poco efecto en la proclamación de los resultados reales.

Una propuesta posible y viable

La identidad del “socialismo democrático” reivindicada por Xiomara Castro no debe inducir a error sobre una supuesta blandura hacia las clases dominantes y el sistema político. Habla de democracia directa y consulta popular, de acabar con la pobreza y la corrupción. Pues bien, unir la situación de los desposeídos y la lucha contra la corrupción y la delincuencia es un eslabón estratégico en la construcción de una Honduras diferente. Es precisamente la soldadura entre anexionismo y criminalidad lo que constituye la quinta esencia del sistema de poder que tiene secuestrado al país, ahora más cercano a la representación del horror que a la de una sociedad moderna y desequilibrada. Precisamente por eso, Estados Unidos y la derecha local, mucho más circunspectos que ciertos izquierdistas con sus adjetivos fáciles y fuera de lugar, ven claramente la amenaza a sus intereses.

La propuesta política de reconciliación nacional y de reforma profunda del Estado y de la sociedad hondureña, a través de una lucha encarnizada contra la corrupción y el crimen organizado, ha demostrado ser la baza de una batalla política por la redención de un país sumido en la delincuencia atroz y la corrupción rampante, la otra cara de la moneda de un país reducido a su mínima expresión, donde los índices de delincuencia y pobreza se combinan en una mezcla horrenda, entre los más altos de todo el continente americano. San Pedro Sula, la segunda ciudad del país, es más peligrosa que Bagdad en cuanto a la tasa de asesinatos en relación con sus habitantes. Un país ahora dominado desde fuera por Estados Unidos y dominado desde dentro por el crimen organizado. Una pinza mortal cuyos dos brazos responden a los mismos intereses, aunque no siempre a los mismos señores.

Una condición que necesitaba una propuesta política amplia y compartida, desencadenando una rebelión tanto cívica como política, que se resume en el manifiesto político de la izquierda vencedora. En este sentido, la victoria de Xiomara no sólo es una reparación tardía de lo sufrido con el golpe de Estado de 2009, al que siguieron doce años de luchas sociales y políticas y una dura represión, con el asesinato de numerosos líderes de movimientos sociales, sino que también recoge los frutos de las luchas contra las políticas antipopulares de los distintos gobiernos que siguieron al golpe de Estado de Micheletti y la incidencia del crimen organizado en las políticas gubernamentales.

Es precisamente la combinación de las luchas por las reivindicaciones sociales y contra la brutal represión, por un lado, y la aspiración a un país libre de narcotráfico, por otro, lo que ha representado el vínculo entre distintos sectores sociales del país, ahora reflejado en una votación que, por su amplitud y transversalidad, debe leerse como una protesta generalizada y no sólo del segmento más débil de la población.

La dictadura hondureña ha sufrido gravemente el abandono incluso de algunos de sus sectores sociales de referencia en zonas tradicionalmente conservadoras. Una caída vertical del consenso amplificada por los aproximadamente dos millones de hondureños residentes en Estados Unidos, muchos de los cuales emigraron ilegalmente durante los últimos doce años de la narcodictadura imperante en Tegucigalpa. No es casualidad que el gobierno haya establecido un mecanismo de actualización de documentos que complica enormemente el voto en el extranjero.

Pero no ha servido para poner trampas en el camino de los votantes, que sin embargo tendrán que, con toda probabilidad, defender su voto en las calles, dado que es difícil que la derecha y el narcogobierno de Hernández cedan el poder, reconociendo el valor del proceso democrático que produjo su derrota electoral.

De hecho, no se pueden descartar intentos de anular el voto mediante presiones e iniciativas de tipo golpista, pudiendo contar con el total apoyo del Gobierno de Estados Unidos, que ve en la victoria de Xiomara Castro, una importante amenaza a su papel de dominio sobre el País.

Los reflejos internacionales

Honduras se caracteriza por ser, a todos los efectos, un portaaviones terrestre de Estados Unidos en Centroamérica. Todos los golpes y asaltos a los gobiernos progresistas de la época centroamericana y caribeña tuvieron su origen en las gigantescas bases estadounidenses en su territorio y el país fue la principal base de operaciones y de retaguardia de la Contra antisandinista de los años 80. El control total de Honduras es crucial para el control militar sobre el Golfo de Fonseca (en el Océano Pacífico) y el Mar Caribe y las fronteras con Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Es precisamente esta ubicación geográfica la que le confiere una posición clave, preparatoria para el control de toda la región centroamericana.

Una región que no sólo es vital para el comercio y la red de telecomunicaciones de la que EE.UU. se ve afectado en gran medida por las tendencias del mercado en sus estados del sur, sino que, junto con México, garantiza la emigración incontrolada de mano de obra barata y sin derechos, que es útil para socavar lo que queda de los derechos laborales en el mercado interno de EE.UU.

El acuerdo con la vecina Nicaragua recuerda el apoyo de Mel Zelaya al proyecto Alba, por lo que la gestión del Bukele en El Salvador, que con la introducción de la moneda virtual podría reducir significativamente su dependencia del dólar, provocando problemas políticos y financieros que no son fáciles de prever. Estas son algunas de las preocupaciones que angustian en estos momentos a la CIA y a la Casa Blanca, que obviamente ya están pensando qué hacer para disuadir a Xiomara Castro de aventurarse por el camino de su marido o, si no quiere, deshacerse de ella como hicieron con Mel Zelaya.

Estados Unidos no quiere ni puede permitirse una Honduras diferente con una Nicaragua sandinista y un El Salvador parcialmente descontrolado. Por una razón general y circunstancial. La general es que Estados Unidos no tolera a los gobiernos que no le son sumisos; no necesariamente hostiles, sino simplemente no obedientes. El bastón de mando gira permanentemente sobre las cabezas de los países que quieren reducir la nefasta influencia estadounidense y el continuo saqueo de los recursos terrestres y subterráneos, así como del espacio geográfico y satelital para los fines de Washington.

En particular, si la proximidad geográfica con Nicaragua se convirtiera también en una fuerte proximidad política, muchas de las amenazas de aislamiento de la nación sandinista tomarían la forma de amenazas ociosas. La red de comercio e intercambio se vería ciertamente impulsada por un desarrollo positivo de las relaciones entre Managua y Tegucigalpa, que ya han mejorado significativamente con la firma del acuerdo bilateral sobre aguas territoriales en Nicaragua en octubre. Y la capacidad de Nicaragua para exportar alimentos permitiría una agenda social hondureña que decidiera combatir la pobreza a través de subsidios alimentarios a los grupos más débiles, lo que incidiría directamente en la reducción de la microcriminalidad.

En definitiva, un cuadro en ciernes que preocupa a Washington, precisamente porque la victoria de Xiomara Castro es el motor de una mayor integración regional y una mayor independencia de Washington y el empuje que viene de México, Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia para una superación definitiva de la OEA, para ser sustituida por la CELAC, encontraría una nueva, inesperada e importante pieza en la construcción de una América Latina diferente y más independiente.

Ante la noticia de la virrotia de Xiomara, la bandera hondureña ondeó ayer como nunca antes sobre los edificios de Tegucigalpa. Movido por un viento de cambio que acentuaba sus colores, ajeaba sinuosamente, bailando y tocando el cielo.

Muchos juran haber visto los brazos de Berta Cáceres agitando banderas y la sonrisa de Xiomara dictando las olas. Desde ayer, el momento de un cambio en la música se puede sentir desde arriba, así como desde abajo.

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