Fabrizio Casari
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A unas semanas de la votación, la derecha legal presenta sus mejores candidatos, mientras que la derecha golpista, incapaz de hacerlo con éxito, grita a los cuatro vientos que las elecciones no deben ser reconocidas por la comunidad internacional. Los golpistas afirman que la investigación de la justicia nicaragüense, que ha desquiciado a la organización golpista que obedece a los diktats de Estados Unidos para derrocar al gobierno sandinista legítimo desde 2018, imposibilitaría la participación en la votación. Es falso.
En realidad, la investigación que busca desmantelar la red golpista poco o nada tiene que ver con las elecciones, porque ninguno de los detenidos era candidato a nada salvo en su imaginación. Además, ninguno de ellos tenía derecho legal a presentarse como candidato: no tenían ni partido, ni urna, ni ninguno de los requisitos necesarios por ley para presentar una lista. Tampoco hubo ninguna coalición que aceptara ofrecerles candidatos o escaños en el Parlamento.
Por último, para aclarar los contornos de la investigación por lavado de dinero, corrupción y organización clandestina de una operación destinada a derrocar violentamente al gobierno legítimo de Nicaragua, las detenciones e imputaciones se refieren a diversas personas, no sólo a los representantes políticos del golpismo: junto a los principales exponentes del latifundio hay gerentes de bancos, funcionarios privados, personal administrativo y otros. Entonces, dos preguntas: ¿quiénes serían los candidatos? ¿Cuáles serían entonces las condiciones de votación que se verían alteradas por la investigación? Respuesta fácil: ninguno y ninguna.
Presionar a la comunidad internacional para que declare nula la votación nicaragüense es un intento bufonesco de no reconocer el resultado; y no por una supuesta falta de igualdad de acceso o de transparencia, sino porque se imagina bien como inevitable una victoria rotunda del sandinismo. Y que no tiene nada que ver con la investigación contra el golpismo lo dice inequívocamente el hecho de que desde 2017 la franja golpista de la oligarquía no reconoce el gobierno y su institucionalidad, prefiriendo invocar sanciones, invasiones y agresiones al extranjero. Así que no hay conexión entre la investigación judicial y la campaña electoral. Los presos preventivos , todo sellos pertenecientes a la caravana corrupta del golpismo, se encuentran en prisión por reiterar de forma continuada la comisión de delitos desde 2018 hasta la actualidad, por desconocer el principio de no reiteración de los delitos incluidos en la amnistía de 2018 y por continuar la construcción operativa de la red golpista, tanto a nivel interno como internacional.
Es decir, por haber continuado la actividad subversiva, organizando un nuevo intento de golpe de Estado para finales de 2021. Por haber recibido dinero del extranjero que nunca fue denunciado y por haberlo utilizado tanto para su enriquecimiento personal como para la organización político- militar y mediática de un frente subversivo de carácter golpista, participando en reuniones operativas para la elaboración de un plan golpista denominado RENAIR. Por haber pedido reiteradamente y en voz alta sanciones contra su propio país, invasiones militares y medidas de aislamiento económico y político internacional. En definitiva, por formar una cabeza de puente interna aliada con el extranjero con el fin de alterar la institucionalidad del país; por actuar en contra de los intereses nacionales al asociarse con potencias extranjeras hostiles de manera colaboracionista. Se trata de delitos que en cualquier parte del mundo llevarían a cualquiera a la cárcel durante mucho tiempo, especialmente en Estados Unidos, donde estos delitos también se castigan con la muerte.
El cuento revuelto del fraude
El latifundio y la jerarquía eclesiástica, en coro con Estados Unidos y la OEA, repiten la marcha discordante de las elecciones irregulares, donde el fraude sería la única certeza. La historia, sin embargo, enseña una lección diferente, a saber, que desde que existe la democracia popular, son las élites las que han intentado derrocarla. En concreto, y al margen de la ideología: desde que existe el voto, también ha habido quienes intentan alterarlo. La posibilidad de hacerlo no recae exclusivamente en quienes tienen las llaves de la maquinaria electoral, pero no cabe duda de que sólo la manipulan quienes creen que van a perder las elecciones, y no quienes saben que las van a ganar. No hace falta venir de una gran escuela de ciencias políticas para entenderlo.
El hecho de que a la gran conspiración del cambio de régimen no le gusten las elecciones no es especialmente importante ni sorprendente, ya que no hay candidatos de la quinta columna interna que puedan ser elegidos como diputados para luego utilizar su papel con fines golpistas. La verdadera razón del boicot electoral es que están derrotados: el voto no puede transformarse de una celebración cívica de la voluntad del pueblo en una operación político-militar que subvierta el resultado. No se le ha permitido, tampoco se le permitirá.
El no reconocimiento de la legitimidad del proceso electoral es, por tanto, una posición exquisitamente política, que refleja la hostilidad y la impotencia simultánea de Estados Unidos y de sus empleados locales, así como de los organismos internacionales dedicados a ello. Queriendo precisar el momento de la escalada de hostilidad contra Managua, cabe recordar que los propios Estados Unidos han adoptado la posición de deslegitimar el proceso electoral desde 2017, mientras que la OEA y la UE, que aunque expresaron críticas parciales, habían reconocido la corrección del proceso electoral de 2017, se sumaron a la línea estadounidense solamente en el 2019.
Tanto Estados Unidos como la OEA y la UE ciertamente no exhiben un historial de respeto a las reglas de la democracia en el continente, ya que repudian las elecciones justas y transparentes en Venezuela y Nicaragua mientras reconocen a Guaidó como presidente de Venezuela y luego al gobierno golpista asesino de la señora Añez en Bolivia. Entonces, ¿qué título de garantes de la democracia y del buen desarrollo de una votación puede ostentar los que declaran golpistas y autoproclamados presidentes nunca votados por nadie ni por nada? ¿Pueden los golpistas hablar con conocimiento de causa de las elecciones? La supremacía del golpismo sobre los procesos democráticos parece ser la verdadera carta de presentación de estos organismos.
En los últimos 14 años, Nicaragua no ha escatimado esfuerzos para ofrecer lecciones de democracia. Las elecciones no son una tarjeta de visita para amigos, falsos amigos y enemigos: son la demostración formal y oficial de la voluntad del pueblo, ya que expresan en un plumazo el grado de consenso y disentimiento con la realidad política que les rodea. El voto sirve para identificarse ideológica y programáticamente, por supuesto, pero también contiene esperanzas, expectativas y sueños, al igual que puede expresar insatisfacción, protesta y malestar.
El voto, en definitiva, es la afirmación de la voluntad del pueblo y, como tal, es ignorado, soslayado y aplastado sólo por quienes no toleran que a mandar sea la voluntad del pueblo. ¿Y quién no tolera la imposición de la voluntad del pueblo? Las élites, las clases dirigentes, acostumbradas a quedarse con todo por medio de la riqueza, el apellido, el color de la piel, la herencia dominante y el arrodillamiento ante los imperios. No es casualidad que, históricamente, las elecciones hablen de la democracia, que a su vez nació al derrocar los regímenes monárquicos, donde el poder político se asignaba por descendencia y no por consenso.
En este sentido, surge el carácter común entre las monarquías y las familias gobernantes del latifundio: el afán de la dominación de clase mantiene a ambos unidos. Son castas inútiles y crueles, dedicadas al saqueo de los recursos públicos para transformarlos en propiedad privada y gobiernan por delegación de sus amos a los que pagan con regalías estratégicas a cambio de protección. Son dominantes al interno, pero dominados del exterior.
Quien tenga los votos ganará Indiferente a las maniobras políticas, tanto nacionales como internacionales, el plazo electoral del 7 de noviembre es un hito del estado institucional del país. Es un cerco que no puede ser traspasado por ninguna trama golpista, por ninguna injerencia, ni siquiera la ejercida “de buena fe”. No hay presunción de geopolítica, ni ilusión de estrategia regional, ni embriaguez de egocentrismo político continental que valga. Que todo el mundo se adapte a los supuestos nuevos profetas del modelo estadounidense, escrito en elegante castellano, no tiene valor para los valerosos de la independencia. Los nicaragüenses votarán y votarán por Nicaragua, indiferentes a cualquier injerencia e indispuestos a cualquier intromisión.
El voto de los últimos 14 años ha permitido a Nicaragua escalar importantes peldaños en su modernización y no serán las pretensiones imperiales de imponer sumisión y obediencia las que apaguen esos lápices que ya saben dónde poner su cruz para seguir creciendo, para sentir la comunión entre su tierra y su destino, para ver realizado aún más de lo imaginado. El sandinismo realiza los sueños.
(*) Periodista, Analista Político, Director de Perió dico On line www.altrenot i z i e . o r g y colaborador de la Revista Visión Sandinista.