Álvaro Verzi Rangel (*)
Un análisis sucinto de situación, deja en claro que EEUU tiene estrangulada a Venezuela financieramente, mientras que Rusia y China anuncian que intervendrán en la estatal petrolera PDVSA para reorganizarla y recuperar la producción petrolera, situación que disgustó a Washington, que sigue considerando a Latinoamérica y el Caribe como su patio trasero.
La respuesta de EEUU fue inmediata: desconoció a Maduro y reconoció a Juan Guaidó como nuevo presidente interino de Venezuela, obligando a muchos países a hacer lo mismo. Asimismo, impuso sanciones a Venezuela y le prohibió al mundo entero comprar crudo venezolano: las refinerías de EEUU suspendieron la compra de 500.000 barriles diarios de crudo de Venezuela, producción que fue absorbido por China e India, la que fue advertida por EEUU de no comprar crudo de Venezuela.
Por eso, un grupo guerrillero islámico de Paquistán financiado por la CIA revivió, cruzó la frontera hacia India y atacó una patrulla de la policía militar matando a 41 efectivos. India era castigada por no obedecer y seguir comprando crudo de Venezuela. El nuevo gobierno de México se declaró neutral y propenso a mediar en una solución pacífica y negociada, mientras EEUU amenazaba nuevamente con atacar militarmente a Venezuela para forzar la salida de Maduro e iniciaba movilizaciones militares en el Caribe y Colombia.
La ofensiva unilateral de USA
Corolario: EEUU empieza a atacar a México anunciando que está por castigar al regiomontano David Martínez por hacer negocios con Venezuela, al tiempo que la dupla EEUU-Colombia se va quedando sola en la agresión a Venezuela mientras la doctrina mexicana cobra adeptos y gana conversos en Europa y América.
Tanto la Unión Europea como el cómplice Grupo de Lima, se retractan y anuncian su rechazo al uso de la fuerza y piden una solución negociada. El vicepresidente estadounidense Mike Pence exige directa y públicamente a México que reconozca a Guaidó, pero éste se mantiene firme.
Cuba, Venezuela y Nicaragua se oficializaron como la nueva “troika” del mal cuando Trump declaró la guerra al socialismo el 18 de febrero de este año en la Universidad de Florida; prometió derrocar a esos tres gobiernos en el corto plazo y anunció una cruzada contra el socialismo en toda la región: “Hemos creado una vía para crear el primer hemisferio completamente democrático, libre del socialismo en la historia humana” proclamó.
La ofensiva unilateral de EEUU contra Venezuela, Cuba y Nicaragua, puesta nuevamente en el tapete por el asesor de Seguridad Nacional John Bolton, tiene como objetivo el quiebre, el derrocamiento de esos gobiernos. Pero para que eso suceda tendrían que darse escenarios muy poco probables: una sublevación militar en Venezuela, un golpe de Estado en Nicaragua y/o un levantamiento popular en Cuba.
En una eventual coyuntura de asfixia económica simultánea en los tres países no habría que descartar una mayor cohesión contra el enemigo externo, a pesar del mayor o menor desgaste de sus respectivas dirigencias. Ni siquiera el colapso de uno de esos regímenes supondría, necesariamente, el derrumbe de los otros dos, señala el historiador español Rafael Rojas, en El País.
La opción es la guerra, pero ¿con quién?
Para varios analistas, sin abordar las causas del aparente fracaso de las sanciones diplomáticas y económicas como mecanismos de presión para conminar a Maduro a renunciar, o a estimular un golpe militar interno, o a facilitar una transición negociada, el gobierno de Trump decidió subir la apuesta: la guerra, lanzada por el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur.
Eso no significa que no siga presionando económica, financiera y diplomáticamente a Venezuela. Escuchando a sus aliados europeos y de sus cómplices del Grupo de Lima, agotando las opciones pacíficas antes de ir a la guerra, lo que no necesariamente significa una invasión sino también el bombardeo de instalaciones militares.
Pero no será fácil blindar este cuerpo de aliados, porque ello significará superar la resistencia de las fuerzas armadas de Brasil y Colombia a emprender una aventura bélica que bien puede costarle la paz interna y la frágil gobernabilidad de sus países.
Si el presidente colombiano Iván Duque entendió que las críticas de Trump le abrían camino para seguir el camino de su padrino, el genocida expresidente Álvaro Uribe, adueñándose del Congreso, desmantelando la justicia, destrozando los acuerdos de paz con la guerrilla, reactivando la guerra interna y amenazando a su vecino Venezuela en el intento de buscar cohesión interna ante un enemigo externo, recibió algunos baños de realidad.
Internamente, el Partido de la U (del expresidente Juan Manuel Santos) y Cambio Radical le quitaron la eventual mayoría parlamentaria al uribismo, y con una sola frase la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Legarte, echó por tierra el peligroso andamiaje del uribismo: “sin paz no habrá cooperación internacional de ningún tipo”, le advirtió a Duque.
Obviamente en el mapa de situación de los analistas occidentales se omiten las provocaciones en la frontera rusa del Mar Negro y el estrecho de Kerch, así como la derogatoria unilateral de EEUU del Tratado INF de misiles intermedios, así como las maniobras aeronavales estadounidenses en el Mar de China.
Narrativa electoral
Para Trump, la clave de su narrativa política y electoral de cara a su reelección en 2020 es provocar cambios en Venezuela, Cuba y Nicaragua, y tener un “patio trasero” liberado de gobiernos izquierdistas, lo que le garantizaría votos en Florida. ¿Y en el resto del país?
La prensa hegemónica estadounidense quiere convencer a los venezolanos de que si ocurriese una intervención militar, el país vivirá quizá la etapa más dolorosa de su historia. Y también que en una eventual mesa de negociación, el único punto no negociable es la permanencia de Maduro. Lo mismo dijeron en Siria con la permanencia de Bashar Al Assad.
Los comentaristas estadounidenses quieren imponer el imaginario de que el problema va más allá de la popularidad y del rechazo que pueda tener Maduro en la población, o de la legitimidad de su cargo, para presentarlo como un dilema ético ante la destrucción de un país entero y el sufrimiento en extremo de millones de seres humanos. Una forma de invisibilizar la historia venezolana de este siglo, invisibilizar al pueblo que resiste.
Para el analista venezolano Andrés Pierantoni, con independencia del juicio de valor que cada quien pueda tener de Maduro, de Assad o de cualquier otro, un cambio brusco e impuesto desde afuera –de forma pacífica o violentasobre cualquier Estado, produce un impacto desestabilizador y desestructurador, aflorando conflictos atávicos (sociales, étnicos, religiosos), propiciando regionalismos y separatismos, afectando a ese estado-nación, a menudo de manera irreversible.
Basta ver los casos de Irak y Libia, por ejemplo, o las revoluciones de colores como la de Ucrania y otros países del este europeo. Cualquier solución debe ser interna, mediante el diálogo, propiciado desde afuera, y no saboteados como viene haciendo el gobierno de EEUU desde que Hugo Chávez asumió el gobierno en 1999.
(*) Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)