Edgar Palazio Galo (*)
En el contexto de la guerra civil de Nicaragua, que estalló en mayo de 1854, la decisión de la oligarquía liberal de León de contratar mercenarios estadounidenses, para combatir a sus rivales conservadores de Granada, tuvo profundas implicaciones para la soberanía nacional y el futuro político del país. Este período, marcado por la intervención extranjera y la intrincada dinámica de alianzas y conflictos internos, catalizó un proceso de consolidación nacional que transformaría radicalmente la identidad de la nación.
Al recurrir a los filibusteros estadounidenses, privilegiando sus propios beneficios por encima del bien común, los liberales transgredieron el principio de autonomía nacional, permitiendo la intervención de fuerzas extranjeras en el transcurso de un conflicto interno. Este comportamiento de buscar intervención yanqui para resolver asuntos internos, instauró en las oligarquías de ambos bandos un pernicioso síndrome que perdura hasta hoy como expresión pusilánime del más puro servilismo vende patria.
La intervención extranjera en la guerra civil
Más de un año después de iniciada la guerra civil entre liberales y conservadores, el sábado 16 de junio de 1855 William Walker llegó al puerto de El Realejo, acompañado por 58 filibusteros. De inmediato, estos se integraron a las fuerzas liberales de León. Cuatro días posteriores, mediante un decreto ejecutivo fechado el 20 de junio de 1855, se le confirmó a Walker el grado de coronel del ejército democrático liberal.
En un giro vertiginoso, antes de que transcurrieran cuatro meses, el 22 de octubre de 1855, Walker fue ascendido al rango de general de brigada. Este ascenso se justificó mediante un decreto que destacaba “los servicios relevantes prestados a la causa de la libertad por el señor coronel don William Walker en las gloriosas jornadas del 3 de septiembre en el puerto de La Virgen y del 13 del mismo mes, cuando ocupó la plaza de Granada, y en consideración a sus distinguidos talentos y notables méritos”.
La postura de los liberales al reconocer a William Walker con grados militares, demuestra una falta de principios y un egoísmo que desestimó la integridad nacional. Dieron prioridad a sus intereses inmediatos sobre la integridad nacional, ignorando las implicaciones éticas y políticas de aliarse con un filibustero. Esta decisión no solo comprometió la soberanía del país, sino que también mostró un desprecio absoluto por el bienestar colectivo y los valores democráticos que decían abanderar.
Solo decidieron romper con el filibustero y buscar una alianza con sus antiguos enemigos conservadores, cuando Walker se convirtió en una amenaza que puso en peligro la posición de poder y los intereses económicos tanto de la oligarquía liberal como de la conservadora. Fue entonces cuando, forzados por las circunstancias, decidieron unirse para enfrentar a Walker mediante un pacto efectuado el jueves 12 de septiembre de 1856, transformando la guerra civil en una guerra nacional contra el filibusterismo.
La lucha y resistencia como factor identitario
La Guerra Nacional de Nicaragua (1856-1857) es un capítulo fundamental en la historia del país, destacándose por su papel crucial en la configuración de una identidad nacional emergente. En este contexto, la lucha contra los filibusteros se erige como factor determinante en la definición de lo nacional, demostrando que la oposición a una amenaza externa puede actuar como catalizador para la cohesión social y la construcción de un sentido colectivo de pertenencia y unidad.
El concepto de resistencia y lucha durante esta guerra debe ser entendido no solo en términos de oposición armada, sino también como un proceso de reafirmación de la identidad colectiva nacional y de los valores republicanos fundamentales. Walker no solo representaba una amenaza a la soberanía territorial, sino también a los principios de autonomía y autogobierno en Nicaragua.
Enfrentar a Walker significaba, en efecto, luchar por la preservación de una visión política y cultural emergente. Esta lucha se convirtió en un acto simbólico de reafirmación nacional, en el que no solo se defendía un territorio, sino también una concepción del Estado y de la identidad nacional en formación.
La guerra como factor identitario puede ser analizada a través de la narrativa construida en torno a las batallas decisivas, y la acción de los héroes en el proceso de formación de la identidad colectiva. El general José Dolores Estrada, el sargento Andrés Castro y otros que organizaron y lideraron numerosas batallas contra las fuerzas filibusteras no solo fueron reconocidos por su destacada participación en combate, sino también por encarnar los valores de sacrificio y determinación, convirtiéndose en símbolos de patriotismo.
Símbolos y narrativas nacionales
La guerra facilitó la emergencia de símbolos nacionales cruciales en la formación de una identidad compartida. La bandera de Nicaragua, con sus colores azul y blanco, pasó a representar además de la soberanía del país, la resistencia frente a la invasión extranjera. Estos colores, presentes en las banderas de otros estados centroamericanos, adquirieron un nuevo significado en el contexto de la guerra contra Walker. La bandera se convirtió en un emblema visible de la unidad nacional y de la lucha por la soberanía e independencia, reforzando el sentido de pertenencia y cohesión social entre los nicaragüenses.
El enfrentamiento también actuó como un factor identitario al promover la integración en torno a un objetivo común. Movilizó a nicaragüenses de diferentes orígenes sociales, encontrando en la defensa de la patria un motivo para superar diferencias internas. La creación de una narrativa común sobre la lucha contra Walker ayudó a consolidar una identidad nacional que trascendía las divisiones locales y sociales, estableciendo una base sólida para la construcción de un Estado-nación cohesionado.
La identidad nacional emergente
La lucha contra William Walker, percibida como una agresión extranjera, permitió que los nicaragüenses se unieran en una resistencia compartida. Este conflicto se convirtió en un símbolo de orgullo y unidad nacional, destacando la capacidad del país para defender su soberanía frente a una amenaza externa.
La amenaza representada por los filibusteros obligó a las élites a dejar de lado, al menos temporalmente, sus diferencias. Ante la presión de un enemigo común, tanto liberales como conservadores reconocieron la importancia de proyectar una imagen de unidad para garantizar la supervivencia de la nación. Este contexto de emergencia permitió que los líderes de ambos bandos encontraran un terreno común en la defensa de la patria, fomentando una cooperación que, condicionada por las circunstancias, fue crucial para articular una narrativa compartida de lucha e identidad nacional.
La defensa y lucha conjunta ayudó a cimentar una noción de “patria e identidad nacional” que trascendía las disputas internas, afianzándose en torno a un objetivo común: resistir y rechazar la intervención extranjera. Este sentimiento de resistencia compartida contribuyó a forjar una identidad colectiva que perduraría más allá de la guerra, influyendo en el futuro desarrollo del país y en la manera en que la narrativa de identidad nacional se estableció en la literatura y la iconografía nacional.
Los símbolos de la lucha, así como las figuras de los líderes de la Guerra Nacional, los actos de valentía y los sacrificios realizados en nombre de la patria, se convirtieron en elementos fundamentales de la identidad nacional emergente. Este proceso también reveló tensiones latentes dentro de la sociedad nicaragüense.
A pesar del impulso hacia la unidad, las divisiones entre los grupos oligárquicos no se desvanecieron por completo. La coexistencia de diferentes agendas políticas y sociales continuó siendo una característica de la vida nacional de ese periodo, aunque en la esfera pública predominaba la narrativa de unidad y resistencia.
El legado de la Guerra Nacional en la construcción del Estado
El conflicto con Walker proporcionó una base sólida para la formación de una identidad nacional cohesionada y una narrativa compartida. Aunque persistieron divisiones internas, la guerra actuó como un poderoso catalizador para la unificación y la consolidación del Estado.
Los héroes y símbolos surgidos durante el conflicto desempeñaron un papel crucial en la legitimación del nuevo marco jurídico y político. La victoria sobre Walker permitió al Estado afirmar su autoridad y promover una visión nacional centrada en la unidad y la independencia. Las historias de la guerra, al ser incorporadas en la historia oficial, contribuyeron a construir una memoria colectiva que reforzó la cohesión social.
Este período demuestra cómo las narrativas y los símbolos no solo reflejan, sino que también configuran la identidad de una nación. El legado de la Guerra Nacional subraya su impacto en la formación de la memoria colectiva y en la consolidación del Estado-nación. La experiencia de enfrentar una amenaza externa fortaleció el sentido de unidad y sentó las bases para la evolución futura del país.
En el ámbito social, la guerra influyó en la percepción del papel del ciudadano y en la relación entre el individuo y el Estado. La resistencia contra Walker fomentó un sentido de deber y patriotismo que se reflejó en la vida cotidiana y en la cultura popular. Las narrativas heroicas en torno a figuras como José Dolores Estrada y Andrés Castro no solo consolidaron el orgullo nacional, sino que también establecieron patrones de comportamiento y valores perdurables. Estas historias de sacrificio se integraron en la educación y en la cultura popular, contribuyendo a una conciencia colectiva que valoraba la independencia y la unidad.
La Guerra Nacional se consolidó como un elemento central en la memoria colectiva de Nicaragua. Las lecciones aprendidas, junto con los héroes y símbolos asociados, formaron una parte esencial de la narrativa nacional. La conmemoración de la victoria en la Batalla de San Jacinto, el 14 de septiembre de 1856, y el reconocimiento de los héroes se convirtieron en prácticas que ayudaron a mantener viva la memoria del conflicto y reforzar la identidad nacional.
La reconfiguración política post guerra
Tras la victoria sobre Walker, Nicaragua enfrentó el desafío de transformar una narrativa de resistencia en una estructura política estable y duradera. La alianza temporal entre liberales y conservadores, que se formó para enfrentar la amenaza extranjera, no se tradujo automáticamente en una reconciliación política duradera.
La consolidación de un Estado-nación eficiente y representativo se convirtió en una prioridad, aunque las luchas por el poder y la influencia continuaron marcando la política nicaragüense. El impacto de la guerra se reflejó en la creación de nuevas instituciones y en la reformulación de las existentes.
La experiencia del conflicto con Walker subrayó la importancia de tener un gobierno central fuerte y cohesionado, capaz de manejar las amenazas externas y las internas. Las reformas políticas impulsadas tras la guerra, buscaron crear una estructura que pudiera evitar la fragmentación y fomentar la estabilidad. Sin embargo, la implementación de estas reformas fue a menudo desafiante y estuvo marcada por conflictos internos persistentes.
Conclusión
La Guerra Nacional contra William Walker no solo fue una lucha por la soberanía territorial, sino también una batalla crucial en la construcción de la identidad nacional y la consolidación del Estado-nación en Nicaragua. El conflicto forjó una identidad nacional compartida, a través de la resistencia común contra una amenaza externa, y la creación de símbolos y narrativas que reflejaron el espíritu de unidad y sacrificio.
Las narrativas construidas en torno a los héroes nacionales y la resistencia popular, fueron fundamentales para crear una identidad unificada. Aunque la Batalla de San Jacinto no fue la más decisiva en la guerra contra Walker, se convirtió en el núcleo de un símbolo heroico que resonó en el imaginario colectivo, sirviendo como referente para los nicaragüenses en su resistencia contra la amenaza extranjera. La exaltación de este legado y los valores de patriotismo y unidad, ayudaron a galvanizar el espíritu nacional.
Simultáneamente, la guerra generó símbolos clave en la movilización y cohesión del país. La bandera nicaragüense, con sus colores azul y blanco, se convirtió en un emblema de resistencia y en un símbolo de la lucha contra la invasión extranjera, reflejando la determinación de los nicaragüenses por preservar su independencia.
Los relatos sobre héroes nacionales como el general José Dolores Estrada y la hazaña de Andrés Castro consolidaron figuras de valentía y sacrificio en el imaginario colectivo. Estos relatos transformaron las acciones heroicas en símbolos de la capacidad de Nicaragua para defender su soberanía y su autodeterminación frente a las agresiones externas.
(*) Profesor Titular, UNAN Managua, Departamento de Extensión Universitaria.
Excelente maestro Galo, desde esa época queda demostrado el entreguismo de algunos nicaragüenses con tal de conseguir el poder político.