Josseline M. Berroterán (*)
El pasado 29 de julio, Latinoamérica y el mundo entero se despertaron inundados de información y de titulares en medios de comunicación, principalmente en redes sociales, anunciando de manera categórica un “fraude electoral” en Venezuela, pues la victoria de la oposición por encima de la coalición del Gran Polo Patriótico, representado por el presidente Nicolás Maduro, era un hecho irrefutable. Toda la información percibida colocaba en el debate de la opinión pública la legitimidad y transparencia de las elecciones, juzgada desde el fundamentalismo democrático.
Más allá de explicar la ética democrática de dicho proceso o de la legitimidad de los resultados presentados por el Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE), es importante comprender la situación desde una perspectiva holística. El contexto y la realidad venezolana no se puede reducir al discurso de si auditar o no el proceso electoral o presentar las actas al mundo entero, porque hablar de Venezuela es hablar de una realidad compleja, sobre todo por sus implicaciones políticas, económicas y geoestratégicas para la región.
Lo que sucede y no sucede en Venezuela puede ser abordado desde diferentes enfoques. En esta oportunidad, se ha considerado hablar de Venezuela desde su contexto geopolítico y la guerra por el relato; es decir, las narrativas hegemónicas vertidas sobre el proceso electoral que luchan por imponer matrices de información únicas.
Venezuela en contexto geopolítico
La historia de Venezuela nos da cuenta que desde la época colonial ya ejercía una posición estratégica, era el puerto de entrada a Suramérica. Sus riquezas naturales y grandes concentraciones de recursos minerales convierten al país en un espacio privilegiado y llamativo. Desde 1875, cuando se inicia la exploración del petróleo, Venezuela toma relevancia en el plano internacional; sin embargo, resulta curioso que su salto a la esfera de la geopolítica del petróleo se ve vinculada a las acciones de un actor reciente en la coyuntura internacional: Israel.
En 1973, en el marco de la guerra del Yom Kipur, los descubrimientos previos de grandes yacimientos petroleros de Venezuela resultan ser un bien preciado para Estados Unidos, mismo que se encontraba bloqueado por parte de los países árabes por apoyar a Israel en el conflicto. Este contexto favoreció a Venezuela para convertirse en el principal productor de petróleo en el mundo, lo que resultaba conveniente para EEUU mientras se aseguraba ser quien gestionara esos recursos.
En la actualidad se sabe que Venezuela es el país con mayores reservas de petróleo (Faja petrolífera del Orinoco), si se suman sus reservas en petróleo convencional y petróleo pesado, con más de 300 millones de barriles en reserva, superando a Arabia Saudí, actual exportador número 1 en el mundo con 261 millones de barriles en reservas. De igual manera supera a Irán, el tercer país productor de petróleo en el mundo.
Este último, que se encuentra en constantes disonancias con EEUU, quien además le ha impuesto sanciones por apoyar la defensa de Palestina contra el genocidio perpetrado por Israel, abre la posibilidad a un escenario en donde EEUU y el occidente colectivo necesitarían garantizar por otros medios el suministro del petróleo y controlar el precio del mismo, al ser los principales importadores de esta fuente de energía. Es entonces en donde surge la mirada hacia Venezuela por sus vastos recursos.
Mientras que, en paralelo, no se puede perder de vista que la guerra contra Palestina es también el reflejo de la contraposición de dos grandes modelos de organización internacional: Multipolaridad Vs Unipolaridad, en donde EEUU y occidente se rehúsan a compartir y democratizar el sistema internacional.
Con esta última idea, se puede incluso ampliar la perspectiva y vincular la situación de Venezuela de cara al acercamiento estratégico con los BRICS, en donde se desarrollan espacios más equilibrados entre diferentes países, con el fin de establecer relaciones de igualdad y respeto (multipolaridad). Estas ideas también significan un proceso de reajuste de fuerzas en el plano internacional, en donde EEUU ve desvanecer su control sobre la región latinoamericana, su histórica zona de influencia. En ese contexto de necesidades y oportunidades, Venezuela se convierte en un espacio de disputa geopolítica, ideológica y discursiva para las élites globales económicas.
Importa el relato, no los hechos
Cuando el relato termina siendo más importante que los hechos en sí mismos.
“Las elecciones venezolanas han sido las más fiscalizadas del mundo”, me decía alguien, es verdad. Nunca antes habíamos sido testigos de un proceso electoral que fuese tan observado, mediatizado, divulgado y difamado, como si tal se tratara de un problema de política interna para los Estados que reclaman claridad en el proceso.
Vamos por partes, primero es importante señalar que la construcción de la realidad se consigue a través del proceso narrativo y descriptivo de esa realidad, en donde la perspectiva y el sesgo de quien narra influye directamente en lo que se desea explicar, informar o comunicar. En ese sentido, la historia misma y todo lo que conocemos hasta el día de hoy tiene diversas versiones e interpretaciones de los hechos que pueden ser o no; el problema resulta cuando ese relato, esa narrativa y esa visión se pretende imponer como un esquema de pensamiento hegemónico, verdad absoluta y única, negando otras realidades y la posibilidad de otros relatos.
Por ejemplo, cuando el presidente Truman (EEUU) lanzó las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo justificó diciendo que era necesario para ahorrar vidas norteamericanas. O bien, cuando EEUU inició la guerra de Irak, aduciendo que el gobierno estaba involucrado en el incidente de las torres gemelas y que además poseía armas de destrucción masiva, hechos que no han sido comprobados al día de hoy, pero que se sustentaron bajo el siguiente principio: “Quien logra convencer a los demás de que posee la verdad, tiene el poder”.
La demonización de Venezuela como recurso discursivo en el relato de la opinión pública occidental, es el resultado de un trabajo de años, una imagen que se ha construido a través de la implementación de una campaña negativa desde que llegara al poder el presidente Hugo Chávez, utilizada por sectores opositores (derecha) bajo la lógica de contrarrestar ideas que atenten contra el poder simbólico de grupos que se beneficiaban de las ideas hegemónicas. Hoy, la guerra por el relato de lo que sucede y no sucede en Venezuela se ha intensificado.
El efecto de negatividad acerca de algo o alguien, es una consecuencia cognitiva que propicia que la información negativa reciba mayor consideración e importancia por encima de la positiva cuando los receptores evalúan los estímulos o vivencias sociales, por ende, la estrategia de negativizar todo aquello que no se alinea a ciertos intereses contribuye a la creación de una realidad desproporcionada.
Democracia y libertad occidental
En el marco de los resultados electorales y los efectos que han tenido, es importante dilucidar sobre los conceptos que la derecha se ha apropiado como exclusivos para sus prácticas: Democracia y Libertad. Es decir, cualquiera que no forme parte de sus grupos, es antidemocrático y no respeta la libertad. En ese sentido, vale la pena recordar que la democracia es relativa al poder del pueblo, que en el sistema occidental moderno debe ser conferido a través de un proceso institucional, en donde las mayorías se imponen a las minorías.
Sin embargo, esta retórica de la democracia liberal tiene sus propios dilemas, porque fue concebida desde una lógica de poder desigual, que beneficiara a determinadas clases para mantener el status quo y sus privilegios, convirtiéndose al final en un instrumento excluyente de la sociedad y que aplicado o defendido de tal manera se convierte en fundamentalismo democrático.
Por otro lado, la perspectiva originaria en donde la democracia es el poder del pueblo, desde la visión contra- hegemónica, impulsada por el socialismo y la izquierda latinoamericana, busca la ampliación del concepto y lo comprende como un proceso de apertura e inclusión de los sectores populares en las diferentes dinámicas con el fin de alcanzar el bienestar colectivo, satisfaciendo las necesidades básicas como educación, salud, alimentación, vivienda y trabajo, mismas que se logran a través de la ampliación de los derechos. En ese relato, la democracia no puede ser limitada a una función procedimental, sino material.
La perspectiva occidental también habla de libertad, esa que nos hacen creer que es votar una vez cada cuatro años, cuando en realidad eso significa que solamente seremos libres una vez cada cuatro años. El relato de la democracia y la libertad desde esas perspectivas no es entonces tan popular, por el contrario, es el reflejo de una lógica conveniente para las clases elitistas.
En ese sentido, la narrativa de la oposición venezolana que critica y se ofende por el hecho de que el presidente Nicolás Maduro provenga de un sector popular, sindicalista y además conductor de transporte público, es el reflejo mismo de esa perspectiva occidental sobre la democracia, en donde solo las élites o grupos exclusivos pueden tener el poder político.
Esa actitud evidencia la gran contradicción de la derecha venezolana que se autoproclama la representante de las mayorías, porque esa crítica así de breve es muy fuerte, es antipopular; por ende, manifiesta que la derecha no se reconoce en el pueblo y la clase trabajadora, sino que la denigra por su condición social, es una confesión entre líneas de que los sectores populares no deberían ni pueden tener el poder.
Patología de las derechas en A.L.
El desconocimiento de los procesos electorales por parte de la derecha en América latina, se ha convertido en una patología, en el caso de Venezuela se hablaba de fraude desde antes que se fijara una fecha para las elecciones, incluso, ha sido una narrativa utilizada desde que el presidente Hugo Chávez llegara al poder.
Lo que sucede es que cuando saben que no pueden contra el poder popular, recurren a esa retórica, y ésta no es sólo una práctica de la derecha venezolana, también lo es de las derechas de A.L. Por ejemplo, en México, en las recientes elecciones presidenciales se habló de supuesto fraude por parte de Morena, también en Brasil (2022) el bolsonarismo acusó de fraude al presidente Lula, en Colombia (2022) el uribismo no aceptaba el triunfo del Pacto Histórico, y en Nicaragua (2021) la derecha también alegó fraude. Es un esquema discursivo propio de las derechas, desconocer los procesos institucionales.
En las elecciones venezolanas, la oposición habilitó un espacio web, en donde presentaron sus resultados del conteo de votos, esto en paralelo al CNE. Llama la atención que, desde su relato, el presidente Nicolás Maduro obtiene un poco más de 3 millones de votos, frente a los 7 millones de votos del candidato de oposición Edmundo González y le atribuyen un poco más de 200 mil votos a otros candidatos.
Primero, si esto fuese real, hay que recordar que al menos la base política del PSUV ronda en más de 4 millones de militantes, mismos que ratificaron la candidatura de Nicolás Maduro en marzo y que además esa tendencia no ha variado en las ultimas elecciones, por lo que esa cantidad de votos presentados por la oposición son poco fiables. Y las mismas actas que manifestaron tener en su poder no fueron presentadas cuando se los solicitó el CNE, contradiciéndose a sí mismos.
La verdad es que a Venezuela se le ha exigido más de lo que podría exigírsele a cualquier Estado en un proceso electoral, incluso en la mayoría de los casos sin autoridad o respaldo moral. Por ejemplo, EEUU ha criticado el proceso cuando su sistema electoral no es por elección directa, sino colegiado, en donde al menos 270 personas pueden decidir quién será el próximo presidente, no así los más de 200 millones de ciudadanos aptos para votar. Sin embargo, ningún Estado cuestiona sus resultados electorales como ilegítimos o antidemocráticos, porque se entiende que es una decisión que debe ser discutida entre los estadunidenses.
La guerra por el relato en Venezuela también es la lucha de todos los países latinoamericanos que exigimos respeto, reconocimiento, autodeterminación y, sobre todo, el derecho a contar nuestra verdad y defender nuestra historia, para deconstruir la visión hegemónica desde la que se nos pretende dominar.
(*) Politóloga y docente universitaria, especializada en Comunicación y Marketing Político
Muy acertado el escrito. Es una radiografía de la situación que vivimos los pueblos y gobiernos revolucionarios.
Bien actual el abordaje en los temas de libertad y democracia a como lo entendemos en nuestra experiencia Sandinistas.
También el abordaje de la autodeterminación, independencia, liberación nacional que son temas de nuestra lucha latinoamericana.