Por David Enrique Porras Pérez*
Después de la segunda guerra mundial y en especial, posterior a la explosión de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, ordenadas por la administración estadounidense de Harry Truman, que en agosto 1945 cegaron la vida de más de 250.000 civiles inocentes en un titilar, es difícil imaginar un arma de destrucción masiva capaz de causar más daño, por lo que pocos conocen el poder destructivo que tiene la economía de un país cuando es utilizada como arma de guerra. A esto se le conoce como guerra económica, mezclada en muchas ocasiones con mecanismos de Guerra Híbrida, en la cual un país potencia o varios, utilizan medidas económicas como sanciones (ilegales, arbitrarias) comerciales, embargos y barreras arancelarias para ejercer presión sobre otro país, generalmente en vías de desarrollo, y así doblegar su voluntad y soberanía popular en beneficio de los intereses oligárquicos de las minorías que gobiernan estas grandes potencias y principalmente, para hacer fracasar cualquier sistema económico diferente al imperante neoliberalismo.
Si estos sistemas económicos, diferentes por poner la economía al servicio de los pueblos para satisfacer sus necesidades sociales, no son atacados, podrían demostrar su superioridad y con ello el fracaso del neoliberalismo, el cual existe únicamente con el fin de favorecer a grandes capitales financieros trasnacionales. Debido a esto es que los grandes medios de comunicación masiva o mejor, grandes medios de agitación y propaganda, propiedad sirviente de estos grandes capitales, atacan minuto a minuto con marcada vehemencia e interés a la Revolución Bolivariana en Venezuela, a la Revolución Cubana y a la Revolución Sandinista en Nicaragua.
Por esta razón, la política de sanciones (agresiones) impuesta por varias administraciones de los Estados Unidos ha generado una fuerte oposición por la mayoría de la comunidad internacional, ya que este tipo de medidas va en contra del derecho internacional al transgredir los principios fundamentales de la libre autodeterminación de los pueblos, la no intervención y de considerarse a este tipo de medidas como parte de una guerra económica, la violación del principio de distinción, principio elemental del derecho internacional humanitario, en tanto somete a un pueblo, literalmente, a morir de hambre puesto que estas sanciones (agresiones) afectan a la población civil, pues su finalidad en limitar el acceso a bienes y servicios esenciales como los alimentos, medicinas o el agua potable, pudiendo ser la guerra económica más letal y cruel que las armas nucleares. Por esto, es primordial que se respeten los principios fundamentales del derecho internacional.
En este sentido, es importante recordar que, en el caso de Nicaragua, el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en cabeza hoy del presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo, llegó al poder en el año 2006 y se ha mantenido hasta hoy democráticamente, con el respaldo de un pueblo que ve en este proceso transformador la garantía de sus derechos sociales y una vida digna. Sin embargo, para mantener los paradigmas del neoliberalismo, su “éxito” y demostrar el “fracaso” de cualquier otro sistema económico, y en el caso específico de Nicaragua, en donde también se trata de plegar la soberanía de este país a los interés de las monstruosas corporaciones multinacionales, dada su importancia geopolítica y la posibilidad de la construcción del canal interoceánico, se han divulgado toda clase de falsedades en contra del proceso nicaragüense y la revolución sandinista, como lo demuestran los cables de wikileaks y el intento de golpe de estado del año 2018, en donde grupos violentos y antidemocráticos intentaron socavar la voluntad popular del noble pueblo de Rubén Darío.
Ahora bien, el hermano pueblo de nicaragua ha sabido resistir y avanzar con paso firme, con la frente en alto, como decimos en Colombia, “sin prisa, pero sin pausa”; todo gracias a la convicción de un pueblo que lucha y trabaja diariamente por su soberanía y libertad, pero no la libertad a morir de hambre que tanto defiende el neoliberalismo en detrimento hasta del medio ambiente y por ende la vida del planeta, no me refiero a esa libertad en la que la población es abandonada a su suerte, sino la libertad que da un sistema social y económico que vela por la felicidad de un pueblo mediante salud, educación, soberanía alimentaria, producción de energías limpias, construcción de vivienda digna, seguridad ciudadana y creación de espacios públicos que aseguren el sano esparcimiento.
Pese a estos ataques Nicaragua resiste y avanza, del mismo modo que lo hace Nuestra América, por lo que es importante no centrarse en las disputas o diferencias, sino en las similitudes y los grandes retos conjuntos que como países hermanos debemos afrontar porque nuestra fuerza depende de los lazos que nos unen.
*Periodista, activista y analista internacional