Por Jonathan Flores M
La organización de la sociedad y la configuración social de los roles de género influyó de manera directa en el
desenvolvimiento de las personas en los ámbitos público y privado. Los roles de género tradicionales vinculaban de
manera natural a la mujer con el ámbito doméstico, fundamentalmente con el trabajo del hogar y los cuidados, y a los hombres con el ámbito público. Esta división ha perdurado en la historia debido a un proceso de socialización diferenciada, basada en la reproducción de esos patrones de género.
Un fenómeno del que se ha venido reflexionando en los últimos años es la vinculación entre los roles de género y las relaciones de producción del sistema capitalista. La premisa que sostiene esta relación es que el capitalismo se ha lucrado de la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres. Partiendo del hecho de que las mujeres han reproducido y sustentado la fuerza de trabajo que el sistema requiere para su explotación sistemática.
Desde su nacimiento el capitalismo se aprovechó del trabajo no remunerado de las mujeres para garantizar la reproducción y sostenibilidad vital de la fuerza de trabajo masculina.
El capitalismo logró empalmar su sistema de producción y acumulación de riquezas con la división sexual del trabajo y los roles asignados a mujeres y hombres en la sociedad. Lo cierto es que, en el capitalismo tanto hombres y mujeres de la clase trabajadora son explotados y sufren la opresión, pero de forma diferenciada.
La globalización de la economía permitió la inserción acelerada de la fuerza de trabajo femenina al sistema de producción capitalista en condiciones desfavorables. Este proceso se tradujo en la reconfiguración de una doble jornada de trabajo sobre las mujeres trabajadoras. La jornada laboral remunerada por lo general con salarios sumergidos y la jornada doméstica tradicional (no remunerada) de la que no resultó una división justa de los roles entre hombres y mujeres.
Esa diferenciación genera que las mujeres desempeñen un doble rol en el sistema, por un lado, a hacerse cargo de los trabajos reproductivos y, por otro lado, significa una fuerza laboral accesible y flexible para el trabajo productivo dentro del capitalismo.
La inserción de la fuerza de trabajo femenina también conllevó a que el sistema capitalista lograra configurar a las mujeres como nuevos sujetos de consumo a nivel internacional, aunque sin descosificar totalmente los cuerpos de las mujeres. Es decir, que se plantea una nueva concepción moderna de la mujer en cuanto que tiene la posibilidad de tomar decisiones de consumo relacionados con su rol de género.
El capitalismo global se sostiene sobre dos condiciones fundamentales, la primera es la acumulación incesante de riquezas en pocas manos mediante la explotación de los recursos de la naturaleza, y la segunda es la perpetuación de la desigualdad estructural en todos los niveles, tanto a nivel global, generando países del centro y países de la periferia, así como a nivel personal o colectivo, estableciendo brechas económicas entre clases sociales y personas, con el fin de explotar la fuerza de trabajo de la clase obrera. La desigualdad social en general y la desigual de género no son vistas desde el capitalismo como un problema, sino como una condición necesaria para el funcionamiento del sistema.
La desigualdad de género y la racialización de las personas, en particular las mujeres, favorecen la segmentación de los mercados laborales y la estratificación de los salarios. Las mujeres han sido una pieza clave para el funcionamiento del capitalismo global en cuanto a reproducir la fuerza de trabajo y ocupar el rol de socializadora de la familia.
Feminización de las migraciones hacia los países del norte global
Otro de los fenómenos sociales que evidencia la inserción de la fuerza de trabajo femenina al sistema de explotación capitalista es la feminización de las migraciones. Los flujos migratorios normalmente estaban en su mayoría compuesto por varones, pero a partir de los años sesenta se vio un incremento exponencial de las mujeres migrantes.
Hasta hace unas décadas el sujeto de las migraciones eran los hombres que desempeñaban el rol de proveedores económicos y abandonaban sus países de origen en busca de garantizar el sostenimiento económico de las familias, mientras las mujeres se encargaban del cuidado de la casa y de los hijos. Sin embargo, la migración femenina de acuerdo con estimaciones de la ONU representaba en el año 2020 el 47.9% de la población migrante a nivel mundial. Esta creciente presencia de las mujeres en los flujos migratorios está ligada a lo que se conoce como la cadena global de los cuidados, donde las mujeres migrantes proveniente del sur global asumen los trabajos de servicios domésticos en los países desarrollados.
La división internacional del trabajo entre los países centro-periferia ha permitido que los países menos desarrollados no solo cumplan el rol asignado como proveedores de materias primas, sino que, reproduzcan igualmente la fuerza de trabajo diferenciada por género que los países desarrollados requieren para su modelo productivo.
La lucha por la equidad y la justicia de género
La lucha global de las mujeres por la equidad y la justicia de género se enfrenta a las propias desigualdades estructurales del sistema socioeconómico dominante. Hasta hace muy poco los estudios de género han empezado a decir que los problemas sociales como el desempleo, la pobreza, los salarios, las migraciones afectan de manera diferente a las mujeres con respecto a los hombres.
Las mujeres durante muchos años han luchado por superar todos los obstáculos que el propio sistema cultural y económico ha impuesto para no romper con esa división sexual del trabajo que sustenta las formas de explotación y acumulación de riquezas. Se ha denominado al siglo XXI como el siglo de liberación de las mujeres, que evolutivamente ha venido ocupando espacios y reivindicando derechos que en otros contextos le fueron negados.
Se puede afirmar que la equidad de género como un nuevo pacto social no es compatible con la matriz de explotación del capitalismo global que históricamente se ha beneficiado de la desigualdad entre los géneros. Las relaciones de producción capitalistas se desarrollaron en estrecha complicidad con las relaciones de género y por esa razón se ha afirmado que la división sexual del trabajo es un aliado incondicional del capitalismo.
Máster Jonathan Flores Martínez, docente e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, UNAN-Managua.