El 21 de septiembre de 1956, en la ciudad de León, considerada el bastión de las fuerzas liberales, el general Anastasio Somoza García, fue proclamado en horas de la mañana como el candidato a la reelección presidencial por los convencionales. Por la noche, asistió a una fiesta en la Casa del Obrero, donde bailó el último mambo para después recibir cuatro certeros balazos de cinco, disparados por el poeta Rigoberto López Pérez.
El “pueta” como era conocido Rigoberto se había fijado la misión de convertirse en el iniciador del fin de la tiranía de Somoza, quién ya llevaba 20 años en el poder político con el Partido Liberal Nacionalista (PLN) y militar, sostenido por la Guardia Nacional (G.N), cuerpo armado entrenado y preparado por el imperialismo norteamericano, del cual era su jefe director.
Rigoberto, esa noche se vistió de camisa blanca, pantalón azul y zapatos negros. Algunas versiones indican que una mujer probablemente trabajadora sexual, fue la que introdujo el revólver Smith and Wesson, gatillo corto (escondido) con tambor de cinco balas con el registro 74605, previendo un registro en la entrada del baile, pero otros indican que fue el propio López Pérez quien portó entre sus ropas el arma.
Somoza García esa noche vestido de traje y corbata ocupaba la mesa central junto a su esposa Salvadora Debayle, hasta donde se acercaban correligionarios, aduladores y otros que solicitaban favores para ellos o sus familiares de parte del dictador.
Los rumores del atentado
Relatos orales y luego escritos retomados de esa época indican que existían rumores de un posible atentado contra el dictador, quien acostumbraba a usar en actos públicos un chaleco antibalas. Esa noche el eufórico Anastasio Somoza García, proclamado para una nueva reelección presidencial que iniciaría en 1957 hasta 1963, no le dio importancia a los rumores que le llevaron los agentes de la recién formada Oficina de Seguridad Nacional (OSN), entrenada por agentes norteamericanos.
Somoza rechazó el ofrecimiento de colocarse aquel pesado chaleco bajo el traje que llevaba. Aparentemente se sentía confiado y seguro del respaldo de sus seguidores liberales y del despliegue de guardias con sus fusiles, metralletas y pistolas junto a otros de civil que se confundían con los asistentes.
El plan y las luces no se apagaron
“El pueta” se había entrenado en tiro con pistola en El Salvador, país vecino donde se encontraban varios exiliados enemigos de Somoza, entre ellos ex guardias nacionales, destacándose el ex capitán Adolfo Alfaro, de quien se dice fue quien le enseñó a disparar desde varias posiciones a Rigoberto.
Una vez de regreso a Nicaragua, Rigoberto intentó ejecutar su acción justiciera el 15 de septiembre en la Hacienda San Jacinto, hasta donde el dictador Somoza,
́participó de un acto en esa fecha o quizás estudiaba los movimientos del dictador y sus guardaespaldas.
Pero la versión que más se ajusta a la verdad es la de la noche del 21 en la que otro grupo de conspiradores entre ellos Edwin Castro Rodríguez, Cornelio Silva y Ausberto Narváez, tenían la misión de tomarse los controles de la planta generadora de electricidad y ocasionar un apagón a una hora determinada de esa noche para facilitar la fuga de López Pérez.
El apagón de luces esa noche no ocurrió a la hora convenida y Rigoberto previendo que en cualquier momento el dictador Somoza García podría levantarse y marcharse tomó la firme y solitaria decisión de acercarse a unos cinco o seis metros de la mesa principal, desenfundar el arma corta y disparar los cinco balazos, impactándole cuatro al dictador.
La orquesta Occidental, constituida de músicos leoneses esa noche como en otras anteriores amenizaba la fiesta de la Casa del Obrero. Roger Morales, uno de los vocalistas relató que él vio a Rigoberto llegar un domingo antes como a inspeccionar el local y hasta bailó solo moviéndose por la pista de piso de ladrillos negros y blancos semejantes a un tablero de ajedrez, quizás en un ensayo de lo que sería su más importante y última acción que cambió el rumbo de la historia de Nicaragua.
Acribillado con 54 balazos
La orquesta ejecutaba un Jazz movido llamado Hotel Santa Bárbara, cuando Rigoberto se desplazó hacia el centro, bailando con una jovencita que nunca fue identificada. Fue en ese momento que desenfundó el revólver y accionó el gatillo disparando las balas que se creyeron estarían envenenadas, posteriormente se comprobó que no era cierto.
Cuando Rigoberto un poco agachado terminó de disparar el último cartucho, un cabo de apellido Lindo descargó con furia un golpe en la nuca con la culata del fusil Garand sobre el “poeta” quien cayó de bruces, instantes después le cayó una lluvia de balas de diversos calibres que le destrozaron el cuerpo con 54 orificios.
Se armó la confusión, el músico Morales previendo lo que venía salió corriendo y se encerró en su casa, al rato se escuchaban balazos por todos lados, lamentos, llantos y gritos de hombres y mujeres que eran llevados prisioneros a patadas y golpes de culatas de fusiles. Todos eran sospechosos.
El cadáver de Rigoberto con su ropa azul y blanco ensangrentado fue llevado al comando departamental de León, donde lo tiraron en la entrada. Esa misma noche su mamá Soledad y dos de sus hermanos fueron capturados y torturados, sin saber nada.
El cuerpo del Héroe Nacional fue trasladado a Managua y posiblemente incinerado en un viejo cuartel de la Guardia Nacional llamado Mokorón, ubicado frente a la Universidad Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) Recinto Rubén Darío. Su cuerpo nunca apareció al igual que el de Sandino, creyendo sus asesinos que ocultarían la historia para siempre.
En noviembre de ese año el hijo de Somoza, Luis, quién asumió el poder político y Anastasio el poder militar, ordenó dejar en libertad a doña Soledad y sus hijos al comprobar bajo tormentos que no tenían nada que ver en aquel acto solitario de Rigoberto López Pérez, iniciando el fin de esa tiranía.