Por Fabrizio Casari
En la reciente suspensión de Rusia de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU hay unas cuantas paradojas. En primer lugar, la nación que inspiró la moción y que, para su aprobación (según declaró el presidente serbio), desató los poderosos grupos de presión y amenazas habituales, es Estados Unidos que, precisamente, no forma parte de la Comisión. La segunda es que los principales violadores de los derechos humanos en el mundo aprueben la condena de los demás. La tercera paradoja es que la supuesta victoria de Estados Unidos y sus aliados confirma en realidad una nueva derrota.
¿Por qué? Porque a no ser que se tenga una concepción supersticiosa de la democracia, es realmente difícil comparar las Islas Marshall con la India; por lo que asistimos a la confirmación de la lección más clásica de la política y la economía: primero se vota, pero luego se pesa.
De hecho, aunque el número de países que votan a favor de la Resolución es mayor, tanto la población como los territorios representados por los respectivos países invierten completamente la cifra. De hecho, los países que se oponen a la indexación de Rusia en los foros internacionales representan unos 5.500 millones de individuos del total de 6.800 del planeta. Los atlantistas, es decir, el grupo que apoya el mando unipolar estadounidense, representan menos de mil millones de individuos. No hace falta ser licenciado en matemáticas o en estadística para notar la diferencia.
Aunque Occidente sigue afirmando ser la parte más importante del mundo en cuanto a la acumulación de riqueza, al control del sistema bancario, a la economía, a la tecnología, a la ciencia militar, al comercio, a la historia y a la cultura, el presente dice que ya ni tanto. No sólo asistimos desde hace años a la consolidación del crecimiento económico, tecnológico y militar de países que se han convertido en auténticos blindajes de la economía internacional, con áreas de influencia decisiva en sus respectivas regiones; también hay un importante crecimiento desde el punto de vista tecnológico, que se refleja en el avance de los estudios y aplicaciones sobre la inteligencia artificial, la velocidad de la Red y, al mismo tiempo, la explotación de las tierras raras y de todos los minerales fundamentales para los procesos tecnológicos.
Se trata de un mundo emergente, con rasgos completamente diferentes a los conocidos en el siglo XX y agravado por la globalización que siguió a la caída del campo socialista en Europa a finales de los años ochenta. Además, con mayor fuerza luego de los robos de los activos rusos que llaman sanciones, hay nuevos datos sobre la disposición de muchos países a cambiar el régimen monetario en las transacciones internacionales, así como sobre la divisa de la las reservas nacionales y los bancos donde depositarlas.
Aunque los medios de comunicación occidentales interpretaron la votación de Ginebra como un apoyo a su política de criminalizar a Rusia y marginarla internacionalmente, con la esperanza de provocar un cambio de régimen en Moscú, la expansión de su red comercial internacional direccionada hacia Oriente, America Latina y Africa, el fortalecimiento de sus reservas de oro y materias primas, parecen reducir la guerra global contra Rusia a una opción política para una parte minoritaria del mundo, a una operación que no es apoyada ni soportada por la mayoría del planeta.
Los cañones de los derechos humanos
El primero de los derechos humanos es el derecho a la paz y sería demasiado fácil señalar la flagrante contradicción de quienes hablan de paz habiendo pasado 228 de los 246 años de su existencia en guerra. De hecho, sólo ha habido 18 años de paz en Estados Unidos desde 1776. Por lo tanto, escuchar a Estados Unidos hablar de paz carece de sentido y es fácil recordar a Juliane Assange al escucharlos argumentar sobre la libertad de prensa. Sería cómico asociar las llamadas armas de destrucción masiva en Irak o los talibanes autores del 11-S o las armas químicas en Siria, así como identificar la defensa de los derechos humanos con los operadores de Abu Ghraib y Guantánamo. Desde la bomba atómica en Hiroshima hasta el napalm en May Lai, pasando por el fósforo blanco en Faluya, los instrumentos para la exportación de la democracia y de los derechos humanos representan el horror del siglo XXI.
Especialmente incoherente es su exigencia de que los rusos se vayan de Ucrania, cuando Estados Unidos invade Irak y Siria, ocupa ilegalmente Guantánamo y gobierna a distancia varios países latinoamericanos. En cuanto a sus compinches, sería hilarante asociar los derechos humanos con los exterminadores étnicos de Canadá o Australia, por no hablar del colonialismo inglés y su dominación de Escocia e Irlanda del Norte o de la ferocidad francesa en su dominio de parte de África y de los llamados “territorios de Ultramar” utilizados como objetivos para las pruebas nucleares de París. Por no hablar de España, un simulacro de terrorismo de estado que va a Latinoamérica a dar lecciones de derechos humanos.
El rasgo más llamativo del enfoque de la corriente dominante sobre los derechos humanos es su manipulación de los datos que los definen. A la organización mediática internacional dedicada a crear consenso hacia los países occidentales le encanta lanzar acusaciones contra los gobiernos socialistas por supuestas violaciones de los derechos humanos. Son acusaciones instrumentales y a través de datos manipulados exhiben todo lo contrario a la realidad.
Las acciones nacionales y internacionales de Estados Unidos, la UE y sus aliados, demuestran que la supuesta defensa de los derechos humanos no tiene nada que ver ni con los derechos ni con los seres humanos. Para ellos solo son una aplicación política que se considera fundamental para la conducción de las guerras de cuarta y quinta generación. Se trata de una cobertura ideológica sustancial con un vago sabor liberal-progresista para apoyar el peor tipo de guerras imperiales. Se vende como la globalización del destino de todos los pueblos, pero en realidad es exactamente lo contrario: la inserción del falso derecho humanitario legitima la presencia internacional de las tropas estadounidenses en los cuatro rincones del planeta, comprometidas en más de 700 bases militares repartidas por todas partes y en las seis flotas militares destinadas a patrullar todas las vías de comunicación interoceánicas y los mares que representan las principales vías de comunicación.
El objetivo de este enorme despliegue de músculos, indiferente al derecho soberano de los Estados y al respeto de la integridad territorial de cada país, es responder a la necesidad fundamental de colmar la brecha entre la producción estadounidense del 24% de la riqueza del planeta y su consumo de cerca del 54%. El saqueo directo e indirecto de los recursos ajenos y la acomodación forzosa de los mercados a sus propios intereses, que se ejerce a través de sanciones, embargos y bloqueos a 36 países del mundo, con el fin de poner en ventaja el comercio estadounidense, son la verdadera sustancia de la doctrina hipócrita de los derechos humanos. Precisamente para confundir y manipular la realidad, la doctrina de los derechos humanos se ha unido a la “guerra humanitaria”, que sirve de cobertura mediática para la agresión militar contra países considerados hostiles.
Es hasta obvio señalar que todo bloqueo, embargo o sanción que afecte directa o indirectamente a la población civil de cualquier país, constituye una violación de los derechos humanos. Es un acto criminal, ya que su objetivo es el estrangulamiento por aislamiento, por hambre, por asfixia, de un pueblo, lo cual es un crimen contra la humanidad.
La doctrina liberal, desfigurada en sus conceptos básicos y transformada en una doctrina de ocupación y saqueo, reivindica una concepción de los derechos humanos que simplemente no depende de ellos. Las normas occidentales de respeto de los derechos humanos no tienen nada que ver con la aplicación de políticas que permitan respetarlos. Por el contrario, niegan la posibilidad misma de que los derechos humanos se salvaguarden en un marco democrático de naturaleza diferente al impuesto por el modelo estadounidense.
Dos concepciones opuestas
Una vez despejado el campo de la hipocresía y la propaganda de la red unificada del sistema mediático internacional, hay un elemento sobre el que merece la pena detenerse: la diferencia conceptual en la identificación de los derechos humanos.
Todas las opciones que esbozan los diferentes aspectos de los derechos humanos pueden considerarse válidas, pero no cabe duda de la preeminencia de los derechos sociales, que son los únicos que pueden permitir la existencia de otros, porque son los únicos que garantizan la libertad de los seres humanos. Se cree que esto niega el concepto liberal de los derechos, pero fue uno de los grandes pensadores liberales, Thomas Hobbes, quien dijo: “Primum vivere deinde philosophari” (primero vivir, luego filosofar).
El índice GINI, que mide el nivel de desigualdad a partir de la curva de Lorenz, está reconocido internacionalmente para evaluar el respeto de los derechos humanos. Pero más allá de los tecnicismos, los derechos humanos son objeto de una interpretación contrastada entre la ideología liberal y la socialista.
El primero considera que son de naturaleza esencialmente política y cívica, ya que los derechos sociales son una variable vinculada al mercado, que en sí mismo se autorregula. Este último considera que sólo la intervención del Estado en la economía y en la prestación de servicios esenciales a la población puede garantizar un límite a las desigualdades y que la regulación del mercado es la única forma posible de contrarrestar las distorsiones que éste produce por su propia naturaleza.
Es fácil ver que son precisamente los países con mayor brecha social, es decir, donde la pobreza es más evidente y generalizada, los que deberían favorecer una concepción de los derechos humanos que garantice la reducción constante de la brecha social a través de las políticas de igualación del Estado. Porque la extensión de la desigualdad trae consigo la ampliación de todos los índices negativos que conforman la mala habitabilidad de un país.
El imperio se siente amenazado
El clamor por la supuesta violación de los derechos humanos sirve básicamente para encubrir el éxito y la viabilidad de un sistema económico alternativo al capitalismo occidental, que ve surgir economías no alineadas con el mando unipolar. El crecimiento y el desarrollo económico de los nuevos países se corresponde, como por ósmosis, con la mayor distancia asumida respecto a los intereses estadounidenses y europeos. Es decir, cuanto más se persiguen los intereses nacionales, más fuerte es el crecimiento económico.
Esta liberación del Consenso de Washington ha resultado ser el principal vehículo de crecimiento en los países del Sur global y la mayor preocupación para Estados Unidos, que ha ofrecido como remedio bloqueos, sanciones y intentonas de golpe de estado para recuperar su mando. Pero la atrocidad de las sanciones de USA y UE que han golpeado y siguen golpeando a Cuba, Venezuela e Nicaragua, son tan infames como inútiles, porque a pesar de la ferocidad criminal de las medidas y el intento violento de desestabilizar el orden interno, Cuba resiste y mantiene los rasgos principales de su proyecto igualitario y socialista, el gobierno bolivariano de Nicolás Maduro ha logrado garantizar niveles de asistencia pública y seguridad social que están entre los más altos del Cono Sur del continente, y Managua ha visto crecer aún más el proyecto Sandinista aplastando cualquier ambición golpista y reafirmando la paz como valor absoluto.
Nicaragua, a pesar de las sanciones, es un ejemplo incuestionable de soberanía política y económica, fruto de una cultura de distribución socialista, de atención a los últimos y de una política social basada en el crecimiento del proyecto de nación y no en confirmar los privilegios de una casta. Los derechos humanos se respetan y la guerra contra la pobreza es implacable. Es la única guerra buena, y la promueve los justos en contra la injusticia.