Rubén Darío tuvo una vida accidentada, desde su nacimiento hasta su muerte. Llena de dificultades e incertidumbres, invadida de obstáculos naturales y otros, productos de la envidia basados en la crítica cruel a su pensamiento y obra. En la escuela donde asistió fue reprobado en matemáticas, no fue un buen orador, tenía dificultades al hablar en público, pero nadie le pudo negar su destreza y habilidad genial en la palabra escrita.
Lo anterior se conoce de pasajes del libro El Bardo Eterno, del escritor Francisco Bautista Lara, quien dictó una conferencia en Ciudad Darío, el martes 18 de enero, en la sesión especial de la Asamblea Nacional, con motivo del 155 del natalicio del Príncipe de las Letras Castellanas”.
“Rubén Darío nació bajo el riesgo de sus circunstancias, es consecuencia de su entorno y de su época, está marcado por las exclusiones de origen y pudo percibir de frente las necesidades y oportunidades de su tiempo. El nicaragüense tuvo un piso muy bajo y alcanzó con un esfuerzo persistente, incluso ante sus propias fragilidades humanas, la mayor cumbre de la literatura universal”, externa Bautista.
Su nacimiento el 18 de enero de 1967 en Metapa, actual ciudad Darío, Matagalpa, fue accidental, su madre doña Rosa Sarmiento, se encontraba de viaje en carreta tirada por bueyes, rumbo a una comunidad llamada Olominapa, a unos 40 kilómetros de donde se encontraba.
De casualidad la partera del pueblo doña Cornelia Mendoza, pasó por el lugar y conversó con la muchacha. La partera que simpatizó con la joven Rosa le ofreció posada en su pequeña vivienda, días después le sorprendieron los dolores del parto. En esos menesteres se encontraba, cuando la propia Cornelia que también estaba esperando hijo le vinieron sus dolores, teniendo ambas que recurrir a los servicios de doña Agatona Ruiz de Gutiérrez.
Ambas dieron a luz el mismo día, doña Rosa un varón al que llamaron Rubén y doña Cornelia otro muchacho al que llamaron Dolores. Tiempo después fue el coronel Félix Ramírez, quién llevó a doña Rosa y a Rubén a León.
Darío sufrió por la falta de una familia. Manuel García su padre era mucho mayor que su madre Rosa. Ella vivió bajo el alero protector del coronel Ramírez y de su abuela Bernarda, quienes se convirtieron en los padres del poeta.
Dificultades económicas
Carlos Cuadra Pasos refiere: “Cuando el Partido Conservador llegó al poder en 1910, desatadas las pasiones contra el zelayismo, envolvieron a Rubén, la alegría sagrada de la patria, y le destituyeron, quedándole debiendo los últimos meses de su servicio diplomático. Examinadas las cuentas, don Pedro Rafael Cuadra le reconoció la deuda de cuatro mil dólares”.
Sin embargo, siempre navegó con fe a pesar de las dudas, con esperanza a pesar de la tormentosa desesperanza, con propósito a pesar de las múltiples carencias y debilidades personales… Era un hombre contradictorio y común, y a la vez polémico y extraordinario, su vida y sosiego, sus certezas y seguridades, fueron intermitentes, aunque su propósito era de obsesiva persistencia:
Darío vivió en la dualidad espiritual “entre la catedral y las ruinas paganas”. En su melancolía, fue la esperanza parte de su condición humana. Miedo, soledad y tristeza, con actitud esperanzadora que asumió, “como hábito de voluntad”, para él, su misión de poeta es “cultivar la esperanza” (Kraudy).
Reconoce en la Autobiografía: “comencé a usar larga cabellera, a divagar más de lo preciso, a descuidar mis estudios de colegial y en mi desastroso examen de matemáticas fui reprobado con innegable justicia” … “Y la alarma familiar entró en la casa. Entonces, la excelente anciana protectora quería que aprendiese a sastre, o a cualquier otro oficio práctico y útil, pero mis románticos éxitos con las mozas eran indiscutibles, lo cual me valía, por mi contextura endeble y mis escasas condiciones de agresividad, ser la víctima de fuertes zopencos rivales míos, que tenían brazos robustos y estaban exentos de iniciación apolínea”.
Darío, la “pluma” y Unamuno
Don Miguel de Unamuno (1864–1936), escritor y filósofo, rector de la Universidad de Salamanca una vez dijo que a Darío (abril, 1907): “se le vieron las plumas de indio debajo del sombrero”. Darío le respondió (5 de septiembre de 1907): “Mi querido amigo: ante todo para una alusión, es con una pluma que me quito debajo del sombrero, con la que le escribo… Mas yo quisiera también por su parte alguna palabra de benevolencia para mis esfuerzos de cultura… yo soy uno de los pocos que han visto en usted al poeta. Que le ofrecerán a usted del sabio y del profesor, no me extraña… Y en cuanto a lo que a mí respecta, una consagración de vida como la mía merece alguna estimación”. El español respondió el 26 de septiembre del mismo año: “…Su carta la tomo como una lección y la acepto; y le añado que tiene usted razón…”.
Después de la muerte de Darío, Unamuno escribió un bello elogio: “Tenía una amplia universalidad, una profunda liberalidad de criterio.
Era justo; capaz, muy capaz de comprender y de buscar las obras que más se apartaban del sentido y el tono de las suyas… Era benévolo por grandeza de alma, como lo fue antaño Cervantes”. En La vida de Rubén Darío escrita por él mismo– cuenta: “Me apareció una tarde, como a un ser raro –es genial y no usa corbata, me decían–, a don Miguel de Unamuno, a quien no le agradaba, ya en aquel tiempo, que le llamaran el sabio profesor de la Universidad de Salamanca… Cultivaba un sostenido tema de antifrancesismo. Y era indudablemente un notable vasco original…”. Al académico español, según Torres Bodet, le “importunaban las aficiones afrancesadas de Rubén Darío.
Ignoraba a sus detractores
El escritor, periodista y crítico literario de origen cubano Emilio Bobadilla (1862-1921), escribió artículos con el seudónimo de Fray Candil. Se refirió con desprecio al poeta nicaragüense…: “De Darío, ese pelafustán jactancioso que imagina realmente ser un gran poeta (¡tanto se lo han dicho por ahí!) … no porque lo merezca, sino porque a fuerza de repetir que es un gran poeta, va teniendo ya algún mentecato que lo cree… Yo odio literalmente a Darío (digo mal, lo desprecio), y con todo tengo el hígado en regla… Si quieres ser modernista al modo de Rubén Darío, versifica los mayores absurdos, adornar con plumas y cintajos y cascabeles, y enciéndete, de paso, un racimo de cohetes en el trasero. Así si no logras fama, haces ruido, por lo menos”. Al respecto, Rubén se limitó a exclamar: “Que diga de mí lo que quiera, yo nunca escribiré su nombre”.
José Ignacio Vargas Vila (hermano de José María Vargas Vila), escribió en abril de 1915: “Y Darío tiene críticos crueles, agresivos, que abusan de la virtud inofensiva del maestro. Los insectos se ufanan en la melena del león”.
Dificultad oratoria y habilidad de la palabra escrita
Froilán Turcios en sus Memorias cuenta: “Daba lástima ver a un excelso artífice como Rubén Darío trabarse de lengua, repetirse lamentablemente, incurrir en increíbles caídas de elocución. Fríos sudores y amargos sobresaltos sentidos, en momentos culminantes de su vida gloriosa, por su perfecta ineptitud para decir lo que deseaba”.
Y José María Vargas Vila (1917): “Darío, que tenía el poder de la imagen escrita, no tenía el poder de la imagen hablada; era un imaginativo interior, cuyas emociones mentales, muy profundas, se cristalizaban luminosas en su cerebro…
Para el crítico y escritor dominicano Osvaldo Bazil, Darío era “un hacedor de sueños y pesadillas frecuentes, agudo observador y gran escuchador, que podía, en la brevedad de sus explosiones verbales, conducir una conversación y hacerla interesante”. En otra ocasión afirmó: “Nunca he visto a un hombre que, como Rubén, sin pronunciar una palabra, tomara parte activa en una conversación”.
A pesar de que no era la palabra oral su virtud, su habilidad para observar y escuchar en esos espacios cotidianos de aprendizaje a los que nunca faltó en todos los lados: la tertulia, se impuso la extraordinaria calidad de su palabra escrita…