por: Fabrizio Casari
Las demandas rusas de garantías de seguridad fueron esencialmente ignoradas por la OTAN. No sólo no han sido aceptadas, sino que Estados Unidos ha desplegado provocativamente otros 8.000 de sus soldados y sus sistemas de armas en Polonia, sólo para reiterar el interés estadounidense en el posible conflicto. La idea básica que se mantiene en Bruselas y Washington es que los soldados estadounidenses y de la Alianza Atlántica pueden ir y establecerse donde quieran, hasta las fronteras rusas, mientras que los soldados rusos no pueden ni siquiera moverse dentro de su propio país. Hay un problema de seguridad para Ucrania, pero no para Rusia. Esto se debe a que la seguridad rusa no puede ser puesta en la agenda, ya que toda la operación político-militar está precisamente dirigida a un ataque extenso y profundo a la estabilidad política y militar de Moscú.
La ausencia de una verdadera voluntad de negociación por parte de Estados Unidos es el elemento más evidente de la crisis, el que nadie, sea cual sea su opinión, puede negar realmente. La confirmación de esto viene precisamente de la nueva provocación estadounidense que, con el envío de 8.000 soldados a Polonia, demuestra claramente cómo la solución diplomática propuesta por Moscú y apoyada por países como Hungría, Croacia, Francia, Alemania y la propia Italia, aunque con diferentes acentos, representaría para Washington un resultado negativo de la campaña iniciada hace meses.
Washinton se mueve en función de sus intereses precisos de política interior y exterior para hacer frente a la creciente debilidad interna e internacional de la actual administración estadounidense. Desde el primer punto de vista, elevar la tensión militar ha sido siempre el reflejo pavloviano del régimen estadounidense, que hoy ve cómo el crecimiento de la oposición a Trump va de la mano de la caída en picado de Biden en las encuestas, entre otras cosas por el fracaso de sus programas económicos y sociales, frustrados sobre todo por ciertas quintas columnas trumpistas dentro del Partido Demócrata. Pero dada la falta de voluntad de los ciudadanos, del Congreso y del Senado para seguir a un presidente embalsamado por una administración carente de credibilidad, pesan más las razones de la política internacional, donde quizás demócratas y republicanos podrían encontrar un terreno común.
La negativa a negociar no se basa en motivos circunstanciales sino estratégicos. No se trata de guerreristas improvisados como se podría hacer creer superficialmente. Lo que está en juego son los intereses económicos y geoestratégicos de Estados Unidos, que ve una grave amenaza en el gas ruso que llegaría a Alemania y al resto de Europa a través de North Stream 2.
Si esto ocurriera, sería un desastre para Kiev: perdería su poder de interdicción y con ello su importante papel en el escenario geoeconómico europeo. Europa ya no se vería obligada a buscarlo, sus importantes ingresos en divisas se desplomarían y la crisis económica resultante podría provocar un fuerte resurgimiento de los partidos prorrusos en el país. Para Washington, Ucrania representa mucho más de lo que se cuenta. En el plano estratégico, constituye una amenaza constante para la frontera rusa y la posibilidad de proceder a la ampliación de su aparato militar hacia Moscú, aunque bajo la bandera de la OTAN.
En el plano político, la tensión permanente permite no sólo mantener sino aumentar constantemente la presión sobre Rusia, tanto diplomática como política y, sobre todo, comercial y financiera, para debilitar la fuerza de Moscú. También hay un aspecto decididamente importante: el paso del gas ruso a Alemania daría a Rusia el papel de proveedor estratégico para toda Europa, complicaría la continuación de las sanciones de Bruselas contra Moscú, y el gas ruso a Europa sería el principal obstáculo para la venta de gas estadounidense, lo que complicaría los negocios de la familia Biden en Ucrania. Y en materia de gas, como ya se ha demostrado en Siria, Estados Unidos tiene especial hambre, entre otras cosas para reducir definitivamente su dependencia energética del Golfo Pérsico y en la imposibilidad de trasladarse a América Latina para robar el gas de Bolivia y sobre todo el petróleo de Venezuela, como hacía hasta el advenimiento de Chávez. El marco político latinoamericano permitiría la compra pero no el saqueo de las fuentes de energía que poseen Brasil, México y Ecuador. Por último, el litio presente en grandes cantidades en Ucrania es al menos tan tentador para Washington como la fabricación de microprocesadores en Taiwán.
Este es el trasfondo de la negativa de Estados Unidos a sentarse en la mesa de negociaciones. En una negociación se reconoce el valor estratégico del adversario y se reconocen sus razones, se enfrenta con argumentos y no con propaganda, y siempre se levanta con mucho menos de lo que se sienta, ya que las concesiones recíprocas son el resultado final de cualquier mesa de negociación. Pues bien, cualquier proceso de esta naturaleza no favorece los deseos hegemónicos de Washington, mientras que necesariamente asignaría a la UE la gestión del marco político resultante.
El deseo de Washington de desencadenar una guerra en el corazón de Europa es ahora evidente incluso para los gobiernos europeos, que, aunque reafirman su apoyo a la Alianza Atlántica, dan tímidos pasos hacia una solución diplomática de la crisis. París y Berlín juegan sus cartas, creyendo que ha llegado el momento de replantear el equilibrio de poder dentro de la estructura atlántica, que ahora está enteramente consagrada a los intereses estratégicos y financieros de Estados Unidos y en la que Europa, que cuenta con un poderoso arsenal atómico y un peso financiero decisivo, no tiene esencialmente nada que decir en sus estrategias de decisión.
Sí, también está el aspecto específico del papel de la OTAN en esta crisis. La derrota afgana pesa como un peñasco sobre su credibilidad militar, entre otras cosas porque sigue a una derrota no menos grave en Siria. Agitar peligros de guerra inexistentes es, por tanto, un medio de reafirmar la necesidad de la OTAN y la servidumbre política de Europa. Pero ahora se trata de una alianza cuya razón de ser escapa a casi todo el mundo, y que sólo supone un aumento de las cargas económicas y financieras para los países y pueblos de Europa y un lamentable servilismo político continuado al gran aliado hoy en crisis.
Sin embargo, Estados Unidos ya ha empezado a pagar un precio por esta enésima incursión pirata internacional. El sistema de alianzas construido en el Este muestra los primeros signos de desmoronamiento, y Budapest denuncia no sólo la locura de esta crisis, sino también su deseo de desprenderse de la política de sanciones contra Rusia, recordando que Hungría ha pagado de su propio bolsillo mucho más que Rusia. De hecho, en una reunión en el Kremlin, el Primer Ministro Orban dijo que “Rusia ha encontrado otros proveedores para los productos que nos compraba, mientras que nosotros no hemos encontrado otros compradores”.
La sensación es que el tiempo no está jugando un papel decisivo, aunque este clima no puede continuar por mucho tiempo. Europa en su conjunto tendría todo el interés en reafirmar las razones de la paz y la cooperación fructífera con Rusia, que se relanzará también con la reanudación de los Acuerdos de Minsk, echados por tierra por la extrema derecha para-nazi ucraniana, cuyos intereses parecen converger con los de la administración Biden.
En esencia, esto significaría reafirmar un No decisivo al cerco no provocado y provocador de Rusia y remediar la violación de sus compromisos de seguridad. Compromisos asumidos por los más altos representantes de Occidente en el momento de la reunificación alemana y reiterados en los años siguientes, cuando Rusia desapareció como nación para convertirse en una especie de provincia del imperio estadounidense. Con la llegada de Putin, esos días han pasado: Rusia vuelve a ser fuerte y capaz de mantener un papel internacional como actor principal, y no sólo en su propio tablero regional. Provocarlo continuamente es un error estratégico y atacarlo sería un suicidio militar. En cambio, se trata de relanzar una cooperación con Moscú que hoy es necesaria desde muchos puntos de vista, entre ellos el del abastecimiento energético.
Pero Europa, como siempre, brilla por su ausencia, y el gobierno italiano está haciendo una contribución insustituible a esta nada absoluta, mientras la OTAN y Estados Unidos siguen jugando peligrosamente con fuego.