Ucrania, la última frontera de Estados Unidos

por: Fabrizio Casari

La construcción ad hoc de la crisis ucraniana no cesa. Indiferente a la labor de mediación de Francia, presidente de turno de la UE, y a las conversaciones en curso entre los países implicados desde 2014 en el reajuste de la zona, Estados Unidos eleva la tensión más allá de los niveles de guardia. Esta actitud provocadora ha sido denunciada incluso por el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, que ha pedido a Occidente que deje de aumentar la tensión a costa de Ucrania.

Estados Unidos teme que las conversaciones del Grupo de Contacto se traduzcan en un cese de la escalada y también en la verdad del asunto, es decir, que Rusia nunca ha planeado invadir Ucrania y que la propia Kiev es perfectamente consciente de ello, como ha intentado decir desde el principio. Además, toda la narrativa de esta crisis se basa en una completa inversión de la realidad: se cuenta una inexistente invasión de Ucrania, mientras que lo cierto es lo contrario: Moscú está movilizando su ejército de forma defensiva ante la concentración de tropas, rampas de misiles, barcos, aviones de combate y drones de la OTAN a sus puertas, hasta el Mar Negro.

En la narrativa occidental hay un absurdo conceptual antes que político, según el cual Washington puede mover soldados y armas durante miles y miles de kilómetros y desplegarlos a las puertas de Rusia, pero Rusia no puede mover armas y soldados en su propio territorio. El primer movimiento de la ofensiva se convierte en defensivo y el segundo, de la respuesta, se convierte en agresión. La OTAN puede moverse donde quiera, Rusia ni siquiera dentro de su casa.

Una arrogante reafirmación del “excepcionalismo” de Estados Unidos frente al Derecho Internacional, el respeto a los acuerdos y el legado histórico de los Tratados. Una falsa narrativa alimentada por los medios de comunicación europeos y estadounidenses y denunciada por el propio ex jefe del Estado Mayor de la Marina alemana, el almirante Kay-Achim Schönbach, que se vio obligado a dimitir por decir que “Putin sólo pide un poco de respeto y probablemente lo merece”.

El detonante de la crisis es la intención del gobierno estadounidense de incorporar a Ucrania a la OTAN, lo que amenaza directamente la seguridad rusa. Está claro que Moscú no se queda de brazos cruzados: si el gobierno nazi ucraniano decide entrar en la OTAN y acoger a los soldados y las armas nucleares de la Alianza Atlántica, esto supondría una amenaza inmediata y absolutamente grave para la seguridad de Rusia, que se vería obligada a intervenir militarmente para evitarlo. Pero, hasta el momento, es Washington y no Moscú quien lleva a sus militares fuera de sus fronteras.

Putin tiene todo el derecho a mantener a sus militares en alerta. La tarjeta de presentación con la que le han obsequiado las dos últimas administraciones estadounidenses habla por sí sola: anulación de los acuerdos sobre misiles balísticos de medio alcance, anulación de los acuerdos para la protección de los cielos, retirada del tratado de paz con Irán y aumento de la presencia de la OTAN en las fronteras de Rusia, guerra en Siria, golpes de Estado en Bielorrusia y Kazajistán, intentos de injerencia en la política interna rusa y falsos envenenamientos de improbables disidentes que sirven para desencadenar sanciones. Y luego más sanciones económicas y comerciales contra Moscú y Teherán, la definición de “asesino” del presidente ruso Putin.

Gas, armas, liderazgo

La crisis de Ucrania, que podría convertirse en una guerra total en cualquier momento, fue generada por la voluntad de Estados Unidos de llevar un verdadero asedio militar a la frontera rusa y de convencer a los europeos de desencadenar una guerra financiera y comercial para doblegar la economía rusa y apoyar la estadounidense.
Washington flexiona sus músculos hacia Rusia y China y utiliza la OTAN como instrumento de la política exterior estadounidense, reafirmando su liderazgo político frente a Occidente. En el plano del análisis bélico, pone a prueba la reacción rusa en defensa de su seguridad nacional. Medir el momento, el método y la eficacia de la acción/reacción en una crisis con posibles resultados militares es vital para los estrategas del Pentágono. Pero las respuestas no son necesariamente exhaustivas, y sería ingenuo esperar que Putin actúe con las cartas sobre la mesa.

Luego está la cuestión de la solidez del “paquete de defensa” que representan los países del Este, que en su día formaron parte de la Unión Soviética o fueron aliados de ésta. Aquí las noticias no son excelentes para Estados Unidos: tanto Hungría como Croacia se oponen a un enfrentamiento con Moscú por Ucrania y ya han asegurado su salida de la alianza atlántica en caso de conflicto. No son dos países menores: los eslavos y los húngaros representan un componente importante en el tablero oriental y la posibilidad de que otros les sigan en su desvinculación es concreta. Si esto ocurriera, la provocación de Estados Unidos a Rusia se convertiría en un colosal boomerang que socavaría las políticas de expansión hacia el Este que Washington lleva a cabo desde 1989, asegurando lo contrario.

Es bien sabido por todos los analistas de la política de defensa que Washington prevé un conflicto nuclear táctico limitado con Rusia y China como uno de los escenarios. No se trata de una hipótesis de colegial, sino de una opción política a corto plazo que debe consumarse tanto para apuntalar una presidencia que está en horas bajas, como para poner fin a las exigencias de dominio político sobre Europa que se tambalean desde hace tiempo.
El negocio como de costumbre

Sin embargo, el aspecto predominante es el económico. La crisis existe por interés financiero y estratégico de Estados Unidos, Ucrania es un actor irrelevante destinado al papel de chivo expiatorio de las maniobras estadounidenses. Se trata de una crisis destinada a interrumpir los lazos entre Rusia y Europa, especialmente en lo que respecta al suministro de gas ruso al Viejo Continente, lo que haría que la compra de gas estadounidense fuera desventajosa, además de insuficiente. La Casa Blanca quiere que Alemania bloquee la construcción del gasoducto y espera que se desencadene un conflicto que permita a Washington bloquear a Rusia en el circuito bancario internacional, de modo que pueda llegar a la apoteosis de sus sanciones, determinando la mayor ventaja comercial para EEUU en toda su historia. Que esto se pague con sangre ucraniana y rusa no le interesa a EE.UU., de hecho.

Cuanto más avanza la guerra, más armamento estadounidense se vende, más se destruye y más empresas estadounidenses podrán pujar por la reconstrucción: el negocio en la piel de otros no tiene límites.
Sin embargo, las cuentas de Washington no son sencillas. Para Berlín, el North-Stream2 tiene un valor de 25.000 millones de dólares al año, y está claro que seguir financiando la economía estadounidense mientras se hunde la europea no puede representar un camino viable, y menos si además se desencadena una crisis militar con resultados extremadamente peligrosos para Europa. La propia amenaza de un bloqueo bancario en Moscú tendría repercusiones muy graves en los bancos de la UE expuestos a Rusia, mientras que los bancos estadounidenses saldrían indemnes, reforzando así su posición frente a los bancos europeos. Por ello, ni siquiera París y Roma ven con buenos ojos esta gigantesca provocación que corre el riesgo de poner a Europa en crisis financiera y dejarla congelada, con el único objetivo de apoyar los intereses comerciales de Estados Unidos.

Objetivos de EE.UU.

Pero la acción de Estados Unidos no es sólo una vulgar acción de piratería comercial: al mismo tiempo, se reafirma el mando unipolar, la intención de reducir el creciente peso ruso en el sistema internacional, limitándolo a la esfera regional.

El trasfondo de lo que está ocurriendo es la conciencia americana del fin de una época, en la que Washington era el único dueño del mundo, al que imponía sus recetas destinadas a enriquecer a EEUU empobreciendo al resto del planeta, considerado en Washington y Langley sólo un área vital para la seguridad nacional de EEUU y destinada, sobre todo, a garantizar la supervivencia del modelo.

En definitiva, el exprimido de los recursos planetarios para financiar la quebrada economía estadounidense, que ha alcanzado un récord histórico de inflación y que sigue viva sólo gracias a la producción de dólares sin control alguno y al dominio militar del planeta, que además les defiende de tener que pagar la colosal deuda externa, ya que el liderazgo tecnológico y financiero es un recuerdo desvaído. La desestabilización planetaria es la verdadera sustancia de la política exterior estadounidense, ya que el papel de gendarme mundial es el único terreno posible para quienes tienden a conservar al menos el liderazgo militar.

Para Estados Unidos, en definitiva, la guerra no es una opción sino una dirección inevitable. Para salvar la brecha entre el 24% de la producción mundial y el 60% del consumo para una población que sólo es el 4,1% del planeta, hay 686 bases militares estadounidenses y cientos de miles de soldados estacionados en 149 países, el 75% del planeta. Y luego están las sanciones comerciales, los bloqueos económicos, las presiones financieras y las amenazas militares. Para eso sirve la ampliación de la OTAN en todas partes: para reafirmar el dominio de Estados Unidos sobre el mundo y para impedir que otras economías y otros proyectos encuentren espacio, asuman importancia hegemónica internacional y enfrenten a Estados Unidos con la multipolaridad, una verdadera fobia para el imperio decadente.

La partida que se juega sobre Kiev es una partida de ajedrez jugada por Occidente, que se ve obligado a acudir a la cabecera del imperio estadounidense, y que no quiere ni puede aceptar la idea del fin del mando único unipolar, porque ello supondría el fin de su modelo imperial y su reducción al estatus de superpotencia, pero ya no global, con todo lo que ello conlleva en cuanto al continuo saqueo de los recursos internacionales para el mantenimiento interno de su modelo.

A Europa, que corre el riesgo de perder dinero y vidas en esta crisis, le corresponde alzar la voz, imponer el diálogo y aislar a la Casa Blanca. La crisis ucraniana, antes y por encima de cualquier otra consideración, demuestra lo que ya quedó claro desde la caída del campo socialista en 1989. Para el gobierno planetario, Estados Unidos, si alguna vez lo fue en su historia, ya no es un activo. Es el problema.

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