Por: Fabrizio Casari
Managua. Con las celebraciones por la instalación del nuevo gobierno quinquenal encabezado por su Comandante, Daniel Ortega, la iniciativa política sandinista se mide en la escena interna e internacional. Todo ello en un escenario en parte nuevo, pero ciertamente más favorable que el que tuvo lugar la votación del 7 de noviembre.
El país vive un clima de extraordinaria tranquilidad y la economía está en auge. El año 2021 marcó la salida definitiva de la crisis económica generada por el intento de golpe de Estado de 2018, que había costado 1 800 millones de dólares en daños. De hecho, el año pasado se registró un aumento del 9% del PIB y un récord de exportaciones.
En el plano político interno, el Frente ha tomado completamente la iniciativa y la oposición golpista se ha replegado sobre sí misma, literalmente aturdida por la victoria electoral sandinista del pasado noviembre. A raíz de esto, la ultraderecha se había centrado en una creciente ruptura entre Managua y los organismos internacionales a las órdenes de Estados Unidos, lo que, en los planes golpistas, habría provocado una ola de temores internos sobre el futuro de la economía. El plan era que, debidamente alimentado por los medios de comunicación afines, estos temores generaran descontento y tensiones y ofrecieran un terreno favorable para mostrar a Washington que la extrema derecha aún puede jugar un papel y que el sandinismo puede meterse en problemas. Sin esto, la oligarquía y sus funcionarios dejarían de recibir la remuneración que les permite jugar a la disidencia entre cócteles.
Pero el proyecto golpista se esfumó rápidamente, ya que la economía está en auge, el país vive en la tranquilidad y la confianza se mide en general en niveles sin precedentes. La mejor confirmación de esta situación viene paradójicamente de Washinton, donde incluso la administración Biden (que no ha olvidado cómo los golpistas nicaragüenses apoyaban a Trump) ha rebajado sustancialmente su tono contra Nicaragua. La Unión Europea cumplirá, ya que no tiene ni un ápice de autonomía respecto a Estados Unidos en ninguno de los asuntos políticos, financieros, comerciales y militares de la agenda internacional. La OEA, por su parte, también parece haber enfriado su tono y no es casualidad que la ultraderecha nicaragüense se queje de que se ha agotado el tiempo para los trámites que podrían haber decidido la aplicación de la Carta Democrática contra Managua. De ahí la frustración de la ultraderecha local, que se esforzaba por intensificar el enfrentamiento hasta el punto de no reconocerlo incluso diplomáticamente.
Pero Washington, por su parte, subraya su voluntad de diálogo diplomático con Managua y las nuevas sanciones estadounidenses, de hecho, lejos de representar el choque total que se había anunciado, retraen las ya existentes y no presagian ninguna otra arremetida. Además de las conocidas dificultades internas de la administración Biden, que reducen los deseos de la oligarquía nicaragüense a un elemento insignificante, si no molesto, hay dos elementos que han contribuido a la moderación del tono de la Casa Blanca.
Por un lado, está el reconocimiento del fortalecimiento del proceso de institucionalización en Nicaragua y la evidencia electoral de la fuerza del sandinismo. El consenso del que goza a lo largo y ancho del país y por encima de profesiones, géneros y edades, el apoyo de las fuerzas armadas y la fuerza militante del FSLN obligan a Estados Unidos a tomar nota de la verdadera relación de fuerzas y, por tanto, de la inviabilidad del golpe. Por otro lado, el fortalecimiento de las relaciones con Rusia y la apertura de las relaciones con China han colocado a Nicaragua en una posición mucho más fuerte frente a posibles medidas dirigidas a su aislamiento político y comercial.
Proyección internacional
En términos de política internacional, destaca la entrada de Nicaragua en el proyecto chino conocido como la Nueva Ruta de la Seda, que proporciona una nueva ruta para el comercio internacional que, en esencia, es el mayor plan de infraestructuras jamás concebido en la historia de la humanidad. Visto desde el punto de vista de Managua, la adhesión al proyecto chino, además de reducir decisivamente la dependencia del continente americano para sus importaciones-exportaciones, conlleva en sí misma un aumento significativo del coeficiente de valor de Nicaragua en el escenario internacional. A la inversa, reduce la agresividad de Estados Unidos, la OEA y la UE.
Para Managua, el resultado es inmediato y prospectivo: por el momento, el mercado chino es una posible nueva dirección para sus exportaciones, mientras que a corto-medio plazo, la asociación con el proyecto de Pekín constituye la inserción del país centroamericano en un proyecto multilateral de enorme importancia, proyectando al gobierno del comandante Ortega a una dimensión decididamente superior a la conocida hasta ahora.
No sólo hay un razonamiento inevitable sobre la diferenciación de la cartera de asociaciones comerciales, sino la conciencia de que el mercado chino representa ahora una alternativa creíble y verificable al de Estados Unidos y Europa. Esto hace de las posibles sanciones estadounidenses y europeas y de la hostilidad de sus aliados latinoamericanos, armas contundentes, aspectos secundarios, molestias políticas, pero ya no hipotecas sobre su progreso económico.
No es sólo una cuestión de importación-exportación. El acceso a los créditos internacionales, cuya suspensión fue amenazada y legislada por Estados Unidos a través de la Nica Act (pero que, sin embargo, nunca se ha activado concretamente a los niveles temidos) asume, sin embargo, hoy, un aspecto completamente diferente visto desde Managua. Las amenazas de suspensión del crédito no son temibles. ¿Por qué? Porque Pekín ofrece la posibilidad de utilizar sus bancos sin aceptar la hipoteca sobre las políticas socioeconómicas internas que plantean el BM, el FMI y el BID. Ganar-ganar, o el interés mutuo, es la única condición. Así que el hacha del fin del crédito que agita Estados Unidos ya no tiene sentido.
No es una cuestión de optimismo ideológico, ni de lecturas descontextualizadas: China ya tiene un pie en el continente latinoamericano y pretende continuar su camino de creciente influencia económica. La inclusión de Nicaragua (y pronto de Honduras) en sus proyectos ampliaría las inversiones comerciales en el subcontinente latinoamericano, en las que hasta la fecha ya han participado Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina y Chile, que han contado con 652 proyectos financiados con 75.000 millones de dólares procedentes de Pekín. Lo mismo puede decirse en el campo de la exposición crediticia: entre 2005 y 2020, de hecho, China ha concedido préstamos por 137 mil millones de dólares y todo indica que la centralidad que puede asumir Nicaragua en el tablero de ajedrez encontraría una inmediata retroalimentación en los créditos si Washington le cerrara las puertas.
De ello es plenamente consciente la propia clase empresarial nicaragüense, que ve en la posición de mayor moderación norteamericana, la oportunidad de reabrir un proceso de amortiguación del conflicto y deshacerse, de una vez por todas, de la patrulla criminal del MRS. La empresa privada, que se ha alegrado del reconocimiento de Pekín y del cierre de las relaciones con Taipei, intenta, con escasos resultados, retomar un diálogo con el Gobierno que devuelva al Cosep a una posición central en la gobernanza del País.
La Nicaragua sandinista se ha emancipado de la influencia de las organizaciones patronales que, sin embargo, sólo representan el 30% del PIB, mientras que el 70% restante es obra del Estado y de la economía familiar. Pero el daño causado a la economía y a la sociedad nicaragüense no se olvida, y el comandante Ortega tiene en cuenta la actitud de traición de la oligarquía a los intereses nacionales. Por lo tanto, las hipótesis que van más allá de una confrontación técnica no son viables, al menos, por el momento.
En el contexto internacional, las amenazas de Estados Unidos se han convertido en palabras inútiles. La reapertura de las relaciones diplomáticas con Pekín ha abierto el camino a un nuevo horizonte económico, compuesto por infraestructuras, comercio y acceso a créditos internacionales, que será decisivo para continuar la guerra declarada por Nicaragua contra la pobreza y la desigualdad. Y el sandinismo está acostumbrado a ganar guerras.