Por: Adolfo Pastrán Arancibia
Abundan las razones para respaldar a la revolución sandinista y al gobierno del presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo, y el Plan Nacional de Lucha contra la Pobreza que desde el 2007 se planteó vencer esa pobreza estructural histórica y reducir el rezago y el abandono social de miles de familias nicaragüenses que hoy están siendo dignificados.
Desde el 2007 se trasladó un original protagonismo a hombres y mujeres del campo y la ciudad y se determinó reducir la pobreza apoyando a los pequeños y medianos productores, desarrollando una serie de obras e inversiones estratégicas en carreteras, caminos rurales, centros de salud, hospitales, escuelas, telecomunicaciones, agua potable, energía eléctrica, fortaleciendo la capacidad del sistema de producción, comercio y consumo, con acompañamiento y asistencia técnica directa a través del INTA, MEFCCA, IPSA, MAG, Usura Cero, Hambre Cero, entre otras instituciones.
Se aumentó la igualdad de género, reduciendo las desigualdades sociales, impulsando una visión nacional de protección del clima y medioambiente, a la par de la seguridad ciudadana y la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado para tener paz social y se impulsó el crecimiento económico.
Podría enumerar una serie de obras, proyectos y acciones por los cuales hay que respaldar este modelo y este proyecto, verdadera revolución, pero me detendré en una de las más fundamentales y que ha tenido saltos cualitativos y cuantitativos extraordinarios: la educación.
Entre 1858 y 1893, tras la derrota del filibusterismo norteamericano en Nicaragua las élites políticas libero conservadoras y grupos terratenientes crearon una clase oligárquica estableciendo que para ser ciudadano del país debía poseerse cuando menos una propiedad que no bajase de los cien pesos de la época, o una industria o profesión que al año produjera lo equivalente, en caso contrario, el pobre, ni era ciudadano, ni tenía derechos de ir a la escuela, ni elegir, ni ser electo. Entonces solo los ricos podían estudiar.
Los sacerdotes de entonces alegaban que ese era un designio de Dios y que el pobre tenía que conformarse con ser pobre, no podía aspirar ni siquiera a saber leer y escribir porque consideraban la educación como un privilegio solo de las élites gobernantes.
Para 1937, estando en el poder el padre de la dinastía somocista, Anastasio Somoza García solo 300 personas allegadas a ese régimen, impuesto por Estados Unidos eran los privilegiados de ir a la universidad.
Para 1967, cuando Anastasio Somoza Debayle continúa con la dinastía solo el 36% de los niños de más de 10 años podían ir a la escuela primaria. De estos, solo el 8% llegaba al cuarto grado, solo el 4% terminaba la primaria y el número de personas con educación universitaria no llegaba siquiera al uno por ciento de los que se bachilleraban. Apenas existían 4 mil aulas de clases en condiciones paupérrimas, la mitad de ellas alquiladas a particulares allegados al régimen.
Entre 1990 y el 2006 los gobernantes vieron la educación pública como un gasto y a la vez como un negocio, al propiciar la creación de colegios y universidades privadas, donde algunos de sus funcionarios eran dueños y privatizando la educación a los pobres, que tenían que pagar por estudiar, llevando sus propios pupitres y libros a las aulas y contribuir al salario del maestro.
Con el Frente Sandinista, bajo el liderazgo del presidente Daniel Ortega, entre el 2007 y 2020 la educación es una prioridad decisiva, declarando la gratuidad de la educación pública para todos, de ahí que la inversión en educación no tiene parangón, logrando ampliar la cobertura, la calidad y retención escolar.
En este período, se han invertido C$174,100.9 millones, pasando de C$4,409.8 millones en 2006 a C$21,191.9 millones en 2020, una Tasa de Variación de +381% y la asignación específica al Ministerio de Educación pasó de C$2,908.2 millones en 2006 a C$16,206.4 millones en 2020 (+457.3%), siendo el 2017, 2018, 2019 y 2020 los años con mayores asignaciones, a pesar del brutal impacto del intento fallido de Golpe de Estado, la pandemia global del COVID-19 y los huracanes ETA e IOTA.
En 2007, el Gobierno Sandinista encontró 27,000 aulas destruidas. En el marco de la dignificación de aulas y ambientes escolares, a septiembre 2021 se han construido, reparado o ampliado 36,851 escuelas, aulas y ambientes escolares, es decir, 2,489 en promedio anual, un ritmo diametralmente superior en relación a los gobiernos neoliberales que en 2005 atendieron solo 640 aulas y sin comparación alguna a los años del somocismo. Y no existe ninguna simetría entre la Merienda Escolar de hoy que cubre a 1.2 millones de estudiantes con cualquier otro programa del pasado.
Actualmente el Ministerio de Educación cuenta con 9,105 centros educativos de preescolar, primaria y secundaria, además de la educación primaria y secundaria llevada al campo los fines de semana y la Universidad en el Campo y en línea.
La educación técnica dejó de ser la cenicienta y cobró inmensa relevancia. El Tecnológico Nacional hoy cuenta con 45 centros técnicos de alta calidad en donde se ofrecen 62 carreras técnicas e incluso inglés. Desde el año 2014 a la fecha, en 360 Escuelas de Campo se han capacitado a 169,697 jóvenes y adultos, el 57% mujeres, creando oportunidades para todos.
En la educación técnica y formación profesional la asignación presupuestaria pasó de C$7.6 millones en el 2006 a C$217.4 millones en el 2020 para inversión pública en infraestructura, equipamiento, tecnología e insumos para prácticas en la educación técnica y formación profesional, logrando brindar oportunidades a 203,695.40,183 personas. Solo este año, 40,183 personas han estudiado carreras técnicas, un récord histórico.
Hoy por hoy los hijos de los campesinos ya no solo tendrán que seguir ordeñando vacas o arar el campo, también tienen oportunidades de desarrollo humano y los habitantes del caribe norte y sur han sido rescatados, incorporados y dignificados con escuelas modernas, de calidad y con tecnología.
Eso es lo que se decidirá el 7 de noviembre, seguir avanzando con educación de calidad y oportunidades para todos sin discriminación o volver a los años de oscurantismo, analfabetismo y atraso.
La educación es uno de los pilares fundamentales del desarrollo humano y que más influye en el avance y progreso de personas y sociedades y reduce la pobreza.
Por eso nuestro voto el 7 de noviembre debe ser para defender estos avances sociales innegables revolucionarios y para que nunca más vuelva a Nicaragua el oscurantismo de la ignorancia y el atraso social que nos ha sometido a la pobreza.