“Lola” La cocinera de Daniel

“Lola” La cocinera de Daniel

A las madres:

Con este testimonio de nuestro personaje de mayo, Visión Sandinista rinde homenaje a las madres nicaragüenses, valientes, heroínas, vencedoras de tranques, huracanes y pandemias, a las que no se amilanan ante la adversidad, ni han dejado de trabajar para garantizar el sustento diario de sus hijos, en lucha constante por la paz y la vida.

  • Preparó comidas para los comandantes del Frente Sandinista
  • Fidel Castro y Arafat probaron de su cuchara
  • De niña le correspondió ser hermana y madre Aprendió alta cocina en un afamado restaurante de Managua

David Gutiérrez López

Todos la conocen como “Lola”, pero pocos conocen su verdadero nombre con el que sus padres la bautizaron, sin embargo, la inmensa mayoría, diríase miles de personas, han probado y saboreado deliciosos y hasta exóticos platillos que a lo largo de sus 71 años esta humilde madre nicaragüense continúa cocinando con arte y maestría.

Sus delicias y experiencias culinarias la convirtieron en los años 80, tras el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, (19 de julio de 1979), en la jefa de cocina del presidente comandante Daniel Ortega y de todos los nueve comandantes de la Revolución, miembros de la entonces Dirección Nacional (DN) del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

Ella ha cocinado para presidentes, dirigentes políticos, religiosos, magistrados de los poderes judicial y electoral, funcionarios, militares, policías, periodistas y hasta humildes trabajadores y servidores públicos, los que han degustado, elogiado y aplaudido su buena y apetecible sazón en las comidas nacionales y extranjeras.

De todos los dirigentes y comandantes de la revolución sandinista guarda sinceros y gratos recuerdos respecto al trato, reconocimientos y elogios que recibió a sus variedades de platillos, elaborados de acuerdo a un menú previamente aceptado por los comensales. Recuerda a los comandantes Tomás Borge y a Daniel Ortega comiendo frijolitos refritos de los que saltan en la sartén sin pegarse. También a Bayardo Arce, Carlos Núñez y Humberto Ortega disfrutando de costillitas de cerdo fritas luego de ser exquisitamente adobadas con un toque de ajo, acompañadas de ricas cuajadas, tortillas calientes y del infaltable aromático café caliente.

En las reuniones de la Dirección Nacional del FSLN en pleno, realizadas a primera hora en la casa L, en Las Colinas, ella preparaba el desayuno y si se extendía la reunión también se alistaba el almuerzo que también comían los escoltas de los comandantes.

Fidel Castro probó su comida en un banquete para tres mil

El 19 de julio de 1980, cuando se celebró apoteósicamente el primer aniversario de la Revolución Popular Sandinista, mientras en la plaza repleta de gente se escuchaban encendidos discursos de los dirigentes revolucionarios, entre ellos el del comandante en jefe de la revolución cubana Fidel Castro Ruz, quien por primera vez visitó el país, para participar en la celebración de la segunda revolución triunfante en Latinoamérica; a pocos kilómetros estaba la Lola al frente de un contingente de ayudantes de cocina y meseros preparando la comida para los invitados.

Ese día madrugaron para preparar el almuerzo. El evento se desarrolló en el Centro de Convenciones César Augusto Silva, actividad en la que se preparó comidas para tres mil personas, además de una cantidad de bebidas y postres que disfrutaron los invitados nacionales y extranjeros.

En otra ocasión le correspondió cocinar para Yasser Arafat, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), quien visitó Nicaragua. Cocinaron cabros al horno y corderos asados que la propia jefa de cocina compró a un comerciante en el mercado Oriental, comida que fue elogiada por los árabes que deleitaron su paladar.

Otro de los invitados que recuerda haberle cocinado fue al ex presidente de Mozambique Samora Moisés Machel, quien años después falleció en octubre de 1986 en un misterioso accidente aéreo.

Ella prepara unos deliciosos asados de carne de res, cerdo, pollo y chorizos criollos acompañados del famoso chismol (tomate, cebolla, chiltoma y culantro) todo finamente cortado y revuelto con un aderezo que brinda especial sabor al paladar, cuyo secreto es marinar bien la carne con ingredientes de la cocina criolla, sin faltar naranja agria.

De igual manera prepara el famoso Caballo Bayo que consiste en carne desmenuzada de res, pollo, trozos de cerdo frito, chorizo criollo, chicharrón, moronga, aguacate, frijoles molidos, gallo pinto, tajadas de maduro y plátano verde, tortillas y ensalada pico de gallo con abundante chile picante.

Si le piden nacatamales también se faja con un especial y distinguido sabor muy nicaragüense que ella elabora desde la preparación de la masa hasta amarrarlos en la hoja de “chagüite” (plátano) y ponerlos al caldero a cocer, aromatizados con hierba buena.

Entre sus recuerdos narra que cuando laboraba de jefa de cocina en el Centro de Convenciones César Augusto Silva, un día llegó un joven graduado de chef, con título universitario en mano, recomendado por un comandante de la D.N. Al muchacho lo nombraron jefe de cocina y la Lola pasó a ser la ayudante. Poco tiempo después trabajaron en un evento donde la comida planificada y ordenada por el graduado en alta cocina quedó terriblemente mal, por lo que fue despedido de inmediato. La empírica mujer, retomó la responsabilidad de la cocina gracias a sus vastos conocimientos y experiencia en la gastronomía.

Desde niña conoce el valor de ganarse el real de cada día

Lola desde muy niña comenzó a sufrir las vicisitudes de la dura vida que le correspondió sortear. Se convirtió sin pedirlo, en la hermana mayor de siete hermanos y madre a la vez, porque tenía que vender enchiladas en las calles de la Managua de los años 60 a fin de conseguir dinero para el sustento de aquella prole numerosa, que junto a ella sumaban ocho chavalos, quienes demandaban comida tres veces al día.

Su mamá elaboraba diariamente las enchiladas y en una panita que colocaba sobre su cabeza con un trapo enrollado que algunos le llamaban yagual (proveniente del nahual yahualli) para amortizar el peso y el calor, la niña salía a venderlas por las calles de la antigua Managua.

A sus hermanos menores también les lavaba la ropa, les cocinaba y les daba de comer, trabajo que desempeñó e incrementó durante varios meses, cuando a su mamá la internaron, aquejada por una larga enfermedad en el viejo Hospital El Retiro, destruido por el terremoto de 1972.

Esa situación de trabajadora infantil le impidió asistir a la escuela, porque sus padres urgían de ella el aporte de su mano de obra para garantizar comida a sus hermanos. Sin embargo, en la escuela práctica de la vida aprendió a leer y escribir y a usar las operaciones matemáticas, tan necesarias para ella en el uso diario para calcular la cantidad de productos a utilizar en la preparación de la comida de acuerdo al número de asistentes a una determinada actividad.

Los cálculos matemáticos los realiza al aire, sin usar calculadora, porque en sus tiempos no existía esa tecnología.

La Lola nunca tuvo oportunidad de ir a bailar a una discoteca o algún club de la época cuando entre la juventud comenzaba a despuntar la música rock, principalmente en la famosa Tortuga Morada, donde no solo se bailaba y bebía licor, también se fumaban churros (cigarros) de marihuana que hacía volar en largos viajes aletargados a los drogadictos de esos tiempos con la “hierba maldita”. En parte, era una manera de mediatizar y alejar a los muchachos para no involucrarse en las luchas contra las injusticias y opresión que se vivía bajo la dictadura somocista.

Para ella solo existía trabajo y más trabajo, como que había llegado al mundo para sacrificarse y no conocer la diversión normal en los jóvenes de la época.

Un guardia somocista pretendió violarla

Un desagradable y aterrador momento ocurrido en la vida de la Lola cuando era niña y vendía enchiladas, fue cuando un guardia nacional, cierto día que pasaba por la casa del general de brigada Iván Alegrett (alto militar de confianza de Anastasio Somoza, era el G-3, muerto en septiembre de 1987 en un extraño accidente aéreo junto a dos mercenarios al servicio de la CIA, cuando al parecer se descubrió un complot para botar a Somoza) la llamó supuestamente para comprarle su producto, ella al acercarse inocentemente fue tomada con fuerza por el soldado con claras intenciones de abusarla.

La presencia a lo lejos de una mujer que caminaba acompañada de un hombre y dos niños y la rapidez de pensamiento de Lola, la salvó de ser violada. ¡“Allá viene mi mama”! le dijo la chavala al guardia, en tanto gritaba “¡mamá, mamá, mamá, aquí estoy!”, situación que puso nervioso al abusador que la soltó, le exigió se callara y se largara del lugar.

No con menos suerte corrió una prima hermana de Lola de nombre Manuela Zeledón, quien una noche cuando regresaba a casa después de una jornada laboral sufrió la captura, secuestro y violación de varios guardias que viajaban en un camión. “Todos los guardias del convoy que cuidaban la casa del general Alegrett la violaron”, recuerda todavía con horror y rabia, esta mujer ahora de 71 años al repasar por su mente esos crímenes que quedaron impunes en la dictadura somocista.

Pensaron ir a poner la denuncia a la comandancia de la G.N, también donde el propio general Alegrett, a los medios de comunicación, pero prefirieron callar porque las consecuencias podrían acarrearles una segura muerte de esos asesinos violadores de indefensas niñas y mujeres.

Recogió los sesos de su hermano en una panita

Alejandro López Pastrán hermano de padre de Lola, caminaba tranquilo rumbo a su casa una noche cerca de Montoya, en un mes y día no determinado del año 1978. Una patrulla le cortó su paso, lo golpearon, lo requisaron y se lo llevaron en calidad de prisionero sin ninguna justificación ni cargo. Solo por el delito de ser joven.

Los familiares lo buscaron en las estaciones de policía, hospitales y al final llegaron a la Cuesta del Plomo al occidente de Managua, donde fueron a reconocer un cadáver que se encontraba tirado a un lado de la entonces angosta carretera.

Efectivamente se trataba de Alejandro de 27 años, cuyos “sesos los tuvimos que recoger en una panita”, rememora aún con mucho dolor su hermana mayor, ese horrible episodio que vivieron en carne propia, provocó en ella y su familia tomar conciencia del horror que se vivía bajo la dictadura somocista cuyos guardias acostumbraban tirar en ese sitio a los jóvenes que asesinaban.

Otro hermano de Lola, por parte materna de nombre René Martinica Sánchez, fue capturado y fuertemente golpeado por efectivos de la G.N, quienes creyendo estaba muerto lo dejaron tirado en la calle. La familia lo encontró ya recuperado y vendado en un hospital, luego que unos buenos samaritanos lo encontraron casi muerto y le brindaron ayuda. “El llevaba en su camisa una oración de la Sangre de Cristo”, revela Lola, ferviente cristiana, quien atribuye a un milagro que el muchacho haya sobrevivido a la salvaje golpiza propinada por los soldados.

En textiles Gadala María

Cuando todavía no alcanzaba la adolescencia, la Lola buscó un poco de independencia económica para poder comprarse algún vestido y zapatos del entonces City Club (famosa tienda de la época), o quizás algunos artículos de higiene personal o perfume, porque vendiendo enchiladas lo que ganaba era para completar el gasto de la comida de la familia.

Un día aplicó para un trabajo en la antigua textilera Gadala María, ubicada al occidente de Managua, cerca del barrio Acahualinca, a la que ingresó como aprendiz hasta lograr que la promovieran para manejar diestramente las pesadas máquinas tejedoras de telas.

Todo marchaba bien en la textilera donde realizaba tres extensos y agotadores turnos para ganar un poco más. Siete córdobas de la época, equivalentes a un dólar por un día de trabajo era su salario recuerda la Lola, lo que al final de la semana sumaban 49 córdobas (incluyendo el séptimo día) que le servía para comprar, arroz, azúcar, frijoles y si alcanzaba un par de zapatos para ella o sus hermanos.

Deseosa de aprender a leer y escribir para mejorar sus ingresos, se matriculó en una escuela nocturna de primaria, donde, cansada producto de las largas jornadas de trabajo, el sueño la vencía. La profesora sin consideración, ni ofrecerle otra alternativa para que estudiara, le recomendó que se dedicara a una sola actividad; estudiar o trabajar y por supuesto que eligió la segunda opción porque era lo que le daba de comer a ella y su familia.

Cierto día le correspondió ver un desastroso accidente en un compañero de trabajo cuyo brazo fue prensado y virtualmente desprendido por los rodos de una de las tejedoras que operaba. Haber visto esa desgracia con horror, el temor la invadió y pensó que cualquier día ella podría ser la víctima, entonces tomó la firme determinación de renunciar

En el Rincón Español

Cuando la Lola cumplió sus quince años de vida, no hubo fiesta con caballeros ni damas de compañía, ni vestido rosado, ni vals, mucho menos bebidas y comidas, la pobreza familiar no lo permitió.

Encontró trabajo en el afamado restaurante Rincón Español, propiedad del ciudadano español Julio Tirado, de origen catalán. A sus dieciséis años comenzó a laborar limpiando los pisos, mesas, sillas y la cocina, la que sería su escuela y en la que iniciaría su carrera de chef de forma empírica.

Tiempo después el catalán envió a la Lola como ayudante de cocina, con la intención de que fuese aprendiendo los secretos de la gastronomía internacional y los distintos platillos españoles, principalmente la conocida y popular paella (comida típica española a base de arroz, aceite de oliva con pollo, langosta, almejas, mejillones, calamares, langostinos, un toque de azafrán, e ingredientes como ajo, cebolla, tomate y chiltomas). Apetecido plato que era el más solicitado por su exclusiva clientela.

De esa manera Lola fue desarrollando sus naturales destrezas en la cocina lo que provocó temores en la jefa de cocina de ser desplazada por la alumna, al punto de que cierto día la aprendiz se encontraba preparando una paella y la cocinera de planta comenzó a obstaculizarle su trabajo, intentando ponerle zancadillas a su labor. Esta situación llegó a oídos del dueño quien acudió de inmediato y le gritó a la cocinera con su acento español: “Coño me cago en tu madre… o dejas que aprenda la chavala o le enseño yo”. Eso fue suficiente para que la dejaran aprender y trabajar hasta convertirse en la jefa tiempo después, manteniéndose en ese puesto por largos años.

En el mismo restaurante aprendió el secreto de las afamadas tapas españolas (boquitas) desde salchichas envueltas en canapés de salmón ahumado, panecillos con hígado de ternera, rollitos de queso y jamón serrano, croquetas de pollo, hasta los callos madrileños (trozos de mondongo en salsa). Posteriormente se interesó en incursionar y conocer los secretos de la gastronomía nacional, preparando platos criollos y sazonar las enchiladitas, tacos nicas de carne de pollo y res, fajitas de cerdo, frijolito molidos con chile, crema y queso rallado que también solicitaban los comensales.

Lola considera que ese afamado restaurante y el decidido apoyo brindado por el español Julio Tirado fueron determinantes en su aprendizaje para convertirse y ser reconocida como chef.La noche del 23 de diciembre de 1972, la Lola tuvo un extraño presentimiento de que algo extraño y grave estaba por ocurrir. Les dijo a las cocineras que salieran del restaurante hacia la calle, a las 12.29 de la noche, hora que quedó marcada en el viejo reloj de Catedral, el terremoto de 6.3 grados en la escala de Richter destruyó en un instante la alegre capital, dejando un saldo de más de 10 mil muertos que fueron enterrados en fosas comunes. Faltaba un día para la navidad, celebración que quedó truncada para los capitalinos a causa del cataclismo, dejando una estela de destrucción, dolor y muerte.

Su abuela camufló armas bajó una cama

Durante la lucha insurreccional en los años 70 contra la dictadura somocista, la Lola y su familia estuvieron involucrados en la conspiración al lado de las fuerzas revolucionarias sandinistas. En su casa en el barrio El Pilar de Managua se cavó un profundo hueco (buzón) donde se almacenaban armas que por las noches salían para armar escuadras de guerrilleros quienes hostigaban a las patrullas de la G.N ubicadas en las inmediaciones del entonces Centro Cívico, frente al centro comercial Zumen.

Sobre ese buzón se colocaba una pesada cama donde reposaba la abuela materna de Lola, doña Narcisa Larios, quien padecía de una flebitis en una de sus piernas que la obligaba a permanecer largas horas en reposo.

El responsable de esas armas y jefe de la insurrección en San Judas y barrios aledaños era el comandante Gabriel Cardenal Caldera “Payo” llamado también el “Ángel de San Judas”, a quien la familia de la Lola lo conocía muy bien y ella principalmente lo recuerda con cariño y admiración.

En plena insurrección de 1979, “Payo fue capturado el 16 de junio cuando conducía una camioneta blanca con armas largas camuflada con plátanos que las transportaba hacia los barrios orientales donde se concentraba la lucha contra la Guardia Nacional (G.N), esas armas eran del buzón de la casa de la abuela.

Al pasar por los actuales semáforos de Villa Fontana, el jefe guerrillero sandinista fue detenido y requisado por un retén de soldados que le encontraron un revolver calibre 38. Le acompañaba en la misión el guerrillero Douglas Mejía. De inmediato los golpearon, los metieron al edificio de TELCOR (actualmente CLARO) comenzando el calvario de las torturas, luego fueron trasladados a los sótanos de la Oficina de Seguridad Nacional (OSN) para continuar la macabra sesión de torturas hasta que fueron asesinados a balazos el 4 de julio en el camino de San Isidro de la Cruz Verde, sitio en el que aparecieron sus cuerpos destrozados.

Cuando las fuerzas guerrilleras se replegaron a la zona de la carretera sur en la hacienda El Vapor, efectivos de la G.N irrumpieron en la casa en la que vivía la abuela y registraron toda la vivienda, pero no se atrevieron a quitar de la cama a doña Narcisa. A toda la familia las obligaron a quitar las barricadas, una vez terminado los soldados de Somoza se marcharon. La victoria sandinista estaba cerca.

El personaje

Josefa Dolores Sánchez Ramírez, nació el 3 de febrero de 1950, en el barrio La Veloz, de Managua, de la Central Sandinista de Trabajadores hacia el sur, donde fue el cine Dorado.

Es la mayor de ocho hermanos procreados por el matrimonio de Leoncia Ramírez Larios y Felipe Sánchez Gutiérrez.

Es madre de dos hijas, Perla Rosa López Sánchez y Claudia Isabel Lacayo Sánchez. Es abuela de cinco nietos y bisabuela de seis bisnietos.

Está casada con Roger Napoleón Lacayo, quién se ha desempeñado casi toda su vida como mesero.

Un sueño de Lola todavía no cumplido es tener una casita propia y celebrar su cumpleaños con un asado completo de lomo de costilla adobado con ajo, cebolla, chiltoma, sal y naranja agria, con tortillas calientes y un buen chismol.

Mientras llega ese momento, todos los días cocina ayudando a su hija Perla en un modesto comedor en el barrio España, donde un almuerzo se puede saborear con la sazón y calidad de la Lola.

1 Comment

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *