A la memoria de Miguel d’Escoto BrockmannCanciller de la Dignidad
Francisco Javier Bautista Lara (*)
El viernes 26 de noviembre de 1915, hace 105 años, llegó a León, después de desembarcar en el puerto de Corinto, procedente de Guatemala, Rubén Darío (18 enero 1867 – 6 de febrero 1916). Fue el retorno definitivo al lugar de origen y fin de su existencia material después de recorrer el mundo como inquieto viajero errante, dejando una imborrable huella de prolífera producción literaria que impuso el modernismo en la lengua española, con un generoso magisterio asumido por vocación, después de una accidentada carrera diplomática y de la intensa búsqueda que emprendió temprano por el propósito de su vida, asumiendo los costos personales que ello implicaba, para quedarse y convertirse, desde la inmortalidad, en la carta credencial más auténtica y representativa de la diplomacia, la cultura y la literatura universal de Nicaragua y Centroamérica.
La universalidad de Darío tiene al menos seis connotaciones: 1) universal por su presencia física y referencial en casi todo el mundo de su tiempo, 2) por la diversidad y profundidad temática que aborda desde sus versos y su prosa, 3) por el impacto histórico y trascendente de su innovación literaria en la lengua española, 4) por la vigencia clásica de su obra creativa, por superar su tiempo y continuar siendo hito histórica y actual, 5) por traspasar, antes y ahora, las fronteras territoriales de su lugar de origen, y 6) por vencer las barreras idiomáticas al ser traducidos parcialmente sus textos al menos a veinte idiomas.
En Dilucidaciones (El canto errante, 1907), reconoció: “como hombre, he vivido lo cotidiano; como poeta, no he claudicado nunca, pues siempre he tendido a la eternidad”. Y, es cierto, allá, en la eternidad, está. Quedaron atrás sus frágiles y perecederas contradicciones humanas. Sorprendente, más de un siglo después, sigue dando motivos de qué hablar y escribir, estemos o no de acuerdo con él, su presencia no permite la indiferencia.
Casi cualquier tema y en casi cualquier lugar del mundo, podemos iniciar una conversación o avanzar en ella, con un verso o frase dariana, con una anécdota de las experiencias de su vida, en ese camino recorrido que es, en sí mismo, más allá de sus escritos, un aprendizaje, lo que hemos llamado, la “Pedagogía rubendariana” del extraño e impronosticable “Cisne negro” que provocó un gran impacto, que marcó un antes y un después en la poesía y la prosa española, desde la periferia económica, cultural y política, conquistando lo que con justeza se ha dicho es la “independencia cultural”, o “la segunda independencia”, desde Nicaragua, Centroamérica y América Latina, con respecto a la metrópoli ibérica, académica e ilustrada, iniciando la modernidad y superando el colonialismo en la literatura Hispanoamérica. Muy pocos tienen esa versátil cualidad de universal.
Este nicaragüense tan universal y, contradictoriamente, como parte de las múltiples dualidades de su vida, tan local, vivió, además de su patria natal, en otros nueve países, en Honduras, durante su infancia, de donde viene el primer recuerdo, después en El Salvador, Chile, Guatemala, Costa Rica, Argentina, España, Francia y Estados Unidos. Cruzó en barco la larga travesía del Atlántico doce veces, la primera en 1892 y la última en 1914. Pasó, durante su intensa vida de viajero, al menos por doce países más, entre ellos: México, Brasil, Uruguay, Cuba, Colombia, Panamá, Alemania, Italia y Portugal.
Conoció y encontró, lo encontraron, conocieron y/o leyeron los principales personajes de la literatura, la cultura y la política de su tiempo. Entre ellos, Martí, Valera, Campoamor, Unamuno, Gavidia, D’Annunzio, Wilde, Verlaine, Castelar, Turcios, Molina, Gómez, Asturias, Andreve, Miró, Machado, Casal, Balmaceda, Bazil, Cañas, Jiménez, Mitre, Nabuco, Pardo, Picado, Rodó, Belgrano, Sierra, León XIII… Fue incluido en todos los principales (y no tan conocidos) periódicos y revistas iberoamericanas de la época, por lo que resulta casi imposible reunir su obra completa frente a la dispersión territorial y de medios en la que fueron publicados sus versos y artículos.
Es, por sí mismo, mensajero y representante, digno embajador de la cultura y las letras. Aunque el más importante cargo que ocupó en su ansiada carrera diplomática fue Ministro de Nicaragua en España, nombrado por el presidente José Santos Zelaya, -presentó las cartas credenciales ante el Rey Alfonso XIII el 2 de junio de 1908-, el primero fue como parte de la delegación de Nicaragua en la celebración del Cuarto Centenario del descubrimiento en Madrid (1892), y después como cónsul de Nicaragua en el Río de la Plata (puesto que no asumió; febrero 1893), aceptó, en abril de 1893, el de cónsul general en Buenos Aires que le ofreció Colombia, gracias a la generosa gestión del expresidente Rafael Núñez, con el que inaugura su incursión en lo que siempre tuvo interés particular de ser parte.
En León, en la Voz de Occidente, el poeta adolescente escribió, en el artículo La Diplomacia (1883): “El ojo avizor del diplomático penetra en los misterios de la política y sabe distinguir la grave actitud de un gobernante severo y justo, como las tramas que urde, el engaño y la mala fe”. Recién llegado a Chile, antes de la publicación de Azul…, asistió a las clases de Derecho Público e Internacional dirigidas por el abogado y político Jorge Huneeus Zegers. En Madrid, en marzo de 1900, escribió: El cuerpo diplomático hispanoamericano: “Era ya tiempo de que las naciones americanas de habla española se conociesen, se estimasen, se relacionasen y uniesen más entre sí y que este vínculo se extendiese, con positivo interés, hasta la tierra española”.
En 1903 Nicaragua lo designó cónsul en París, en 1905 fue miembro de la Comisión encargada de defender los derechos de Nicaragua en lo relativo a los límites con Honduras, conflicto sometido al arbitraje del Rey Alfonso XIII (la Corte Internacional de Justicia confirmó en 1961, la validez del Laudo emitido por el monarca español el 6 de diciembre de 1906). En 1910 fue designado para participar en los actos conmemorativos del Primer Centenario del Grito de Dolores en México, delegación que fue frustrada por la caída del presidente Madriz, la injerencia norteamericana en Nicaragua y la actitud sumisa del gobierno mexicano que no quiso incomodar a los norteamericanos, por lo que, el distinguido visitante fue recibido en Veracruz con diversas movilizaciones populares y expresiones solidarias; dos meses después estalló la Revolución Mexicana. En septiembre de 1912 el ministerio de Relaciones Exteriores de Paraguay, lo designó cónsul en París, siendo el último nombramiento en esta ocupación paralela y circunstancial que acompañó su imperturbable carrera literaria.
Es Rubén Darío para Nicaragua, el embajador – agente diplomático, representante, estandarte, emblema y símbolo, de pensamiento, acción e identidad más prominente y universal, el que mejor y de manera más incluyente y diversa encarna la nacionalidad nicaragüense, centroamericana e hispanoamericana, desde su vínculo y visión polifacética, literaria, clásica y local, humanista, unionista y bolivariana.
En este camino de aprendizajes que recorremos, como diría el poeta nicaragüense José Cuadra Vega: “Por este mismo camino desconocido / por do venimos, cuando llegamos / desde la Vida, desde la Vida / hacia la muerte, hacia esta muerte, / por este mismo camino desconocido…”, después de publicar Último año de Rubén Darío, Parte I, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica (2015), y la Parte II: Honduras y Panamá (2017), en ocasión de 100 años del deceso y 150 de su nacimiento respectivamente, ahora, presentaremos, con LEA Grupo Editorial (Managua, enero 2021), una edición corregida, aumentada e integrada, en versión digital (según las realidades imponen) e impresa limitada, coincidente con el pensamiento y la práctica unionista del poeta universal: Último año de Rubén Darío. Poeta universal de Centroamérica. Edición conmemorativa del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica (15 de septiembre de 1821 – 2021), y reconozco, según anotó el autor de Cantos de vida y esperanza…, citando al filósofo francés Michel de Montaigne: “Este es un libro de buena fe” (Panamá, 1893).
(*) Escritor. e historiador