Fabrizio Casari (*)
Los aniversarios siempre deben ser celebrados con sonrisas y con brindis. Cuentan de quién has sido y cómo llegaste hasta allí. En algunos casos las efemérides tienden a establecerse sólo como palancas de la memoria, pero a veces, por elección o por casualidad, se convierten en premisas para el futuro, como recuerdos que anuncian. En el caso de Nicaragua, el 19 de Julio es a la vez memoria y proyecto, una historia increíble y un sueño creíble.
Los 41 años de la Revolución deben ser contados cruzándolos con la historia nacional y la épica de un pueblo: tan íntimamente ligados están el destino del pueblo nicaragüense y del Frente Sandinista que, intentar contar las dos por separado, se convierte en un ejercicio sin sentido.
La historia del Frente Sandinista de Liberación Nacional es la historia de Nicaragua. No sólo la mejor parte de su historia, la que cuenta el heroísmo, la abnegación, la lucha, la resistencia, el proyecto; es también una historia de luto y victorias, de dolores agudos y alegrías indescriptibles, de identidades ocultas y reveladas. Es una historia de magia y arte, de retos imposibles y apuestas locas, de besos con los ojos cerrados y de sueños con los ojos abiertos.
Todo y para siempre, de hecho, cambió el 19 de julio 1979, no sólo el ámbito político. Las mujeres, los hombres, las esperanzas, los sueños; la forma de mirar e incluso de reír, se volvieron maravillosamente insistentes y desordenadas, descaradas y provocativas. A la entrada a la Managua de las columnas guerrilleras, la injusticia buscaba una ruta de escape, porque los justos desfilaban implacablemente. Vinieron a explicar que había terminado el horror y que el amor necesitaba espacio. Allí fue donde el miedo se convirtió en un recuerdo y los traumas, al dormirse y al despertarse, se esfumaron. Hasta el contar cambió de rumbo, ya que los últimos dedos se hicieron los primeros.
La Revolución Popular Sandinista no sólo estableció leyes y normas, derechos y deberes, prioridades y misiones: cambió las costumbres nacionales, la lógica, los argumentos, el sentido común. Hizo que la tristeza y el abandono estuvieran fuera de lugar, convirtió en ilegal la traición y al malinchismo, declaró como vergüenza la rendición y la renuncia. En los mercados, en las calles, en las aulas de todas las escuelas y en los pasillos de todos los hospitales, se respiraba el fin de la noche oscura del somocismo.
Nunca antes la palabra “revolución” había tenido una aplicación y un significado tan objetivo como en Nicaragua. Utilizando las categorías de la semiótica se podría decir que el sentido de la significación de una revolución, que ve la contemporánea transformación global de lo nouménico y lo fenoménico, es completamente verificable en el caso de la Nicaragua Sandinista.
Los hitos históricos
Los 41 años de sandinismo también pueden ser contados en las cifras concretas de su gobierno, los números no mienten. Desde 1979, el proyecto de construcción de la nueva Nicaragua está en marcha. Fue frenado y parcialmente interrumpido, por la guerra mercenaria de los años 80s, que surgió con la intención de establecer que el país nunca debería salir de la miserable condición en la que Somoza lo había mantenido, que era la de patio trasero y que, en el mejor de los casos, podía llegar a ser una república bananera, pero jamás pensarse independiente. Este es un delito de lesa majestad del imperio.
El camino de liberación era inconcebible para los teóricos del racismo y del saqueo. Alfabetizada, saneada e igualada en derechos, Nicaragua era un bulto insoportable de dignidad a los ojos de quienes sentían y sienten la autoridad colonial. El sandinismo sacudió todo en América Central, sopló como un viento de libertad y dignidad nunca derrotado y nunca domesticado y trazó los límites entre la independencia y el anexionismo. Con dulzura pero a la vez con dureza, reprodujo la ley bíblica de David contra Goliat, con palabras que se convirtieron en armas y con el poderoso armamento de la razón. Por tercera vez en la historia, abanderada de rojo y negro, cobijada por el Derecho Internacional, la RPS explicó a los Estados Unidos que Nicaragua no es una tierra de conquista.
Estos 41 años se han forjado en diferentes etapas. Construir, reconstruir, imaginar y planificar, defender la nueva Nicaragua fue la historia de los primeros diez años. De lutos y sufrimientos, por supuesto, de orgullo patriótico y desafíos, de tácticas y estrategias, de reclamos e incluso atrevimientos. No hubo lugar del mundo donde no se levantó la voz en defensa de la independencia de Nicaragua. Los indios se comieron a los cheles: la piel más oscura y los grandes ojos negros desafiaron a los invasores rubios de ojos azules, arrastrándolos atados con una cuerda ante el Derecho Nicaragüense e Internacional.
Después de diez años de guerra, lutos, embargo y privaciones, hubo una derrota electoral, una conclusión quizás inevitable cuando se vota con una pistola en la cabeza. Pero al mismo tiempo, aceptando un veredicto que podía ser enmendado o rechazado, se proclamó la democracia alcanzada y ya no suprimible. Porque incluso cuando se padece una derrota se puede enseñar a los vencedores.
La segunda etapa Los dieciséis años de liberalismo en el gobierno fue el tiempo empleado para reducir a un país al esqueleto de sí mismo. En nombre de la democracia liberal, 20.000 sandinistas fueron expulsados de sus lugares de trabajo, a los estudiantes pobres se le hizo imposible seguir estudiando, los campesinos tuvieron que resistir la venganza de los terratenientes y Nicaragua se convirtió en la bonanza de la familia Chamorro, la representación heráldica de la traición nacional y de la servidumbre manifiesta hacia el imperio.
En esa época se dio la segunda etapa de la Revolución, cuando se luchaba en defensa de lo que se había construido en la primera y se iba construyendo la tercera. Fueron años de resistencia y negociaciones, de batallas en las calles y en el Parlamento, de principios firmes y de astutas tácticas políticas que abrieron los cerrojos donde el sandinismo desquició las puertas de la oligarquía proxeneta.
Fueron también años de abandono y traición por parte de los que habían sido sandinistas porque Somoza les impidió ser una clase dominante. Pero, cuando la era del gobierno terminó, consideraron que no era conveniente volver a la lucha. Los apellidos que llevaban se habían vuelto incompatibles con la falta de recursos. Tomaron lo que pudieron y se inscribieron en el círculo del Tío Sam. El precio que Estados Unidos pidió para admitirlos se fijó en dosis de veneno: romper la unidad del FSLN, destruir su consenso, generar caos en sus filas a fin de reducirlo a una herramienta inofensiva, útil para dibujar la democradura. Pero sólo trajeron consigo las migajas, el lastre del FSLN: la militancia, los electores sandinistas, se quedaron con Daniel Ortega, con Tomás Borge, con Bayardo Arce, con Carlos Núñez, con Doris Tijerino, con Lenin Cerna y con todos aquellos comandantes, dirigentes y cuadros sandinistas que se quedaron, porque la decisión de dedicar la propia existencia a una causa no puede ser alterada por victorias y derrotas. Entre estar dispuesto a dar la vida y tomar rápidamente su parte del botín, hay la diferencia sustancial entre un revolucionario y un oportunista. Los nuevos servidores se presentaron en público con las siglas del MRS, Movimiento de Renovación Sandinista, pero visto el papel terrorista y servil, está claro que se trataba más bien de un Movimiento para el Retorno al Somocismo.
Fueron 16 años de hambre y miseria, abusos y corrupción, pero en el 2006, las víctimas de la oligarquía volvieron a ser mayoría. El Comandante Daniel Ortega, desde siempre y para siempre a la cabeza de su pueblo, doblegó a los corruptos traficantes de esclavos. Desde entonces y durante 13 años, ha caminado la tercera etapa de la Revolución, en la que la Nicaragua sandinista se ha comprometido a hacer lo que empezó después de la liberación del país de la tiranía somocista.
La tercera etapa
Estos últimos 13 años han sido la tercera etapa de aquella Revolución que triunfó en 1979 y hoy las condiciones generales del país no son, en absoluto, comparables a lo que se vio cuando gobernaba la derecha.
El gobierno sandinista ha producido el más impresionante e incisivo proceso de modernización del país y, en medio de una economía social de mercado, lo ha hecho en un sentido socialista, orientándolo hacia la distribución justa de los recursos. El modelo sandinista ha mantenido unidos el crecimiento del PIB y la reducción de la pobreza, vinculando el crecimiento macroeconómico al del tejido social. Ha basado su política socioeconómica en la inclusión y participación social con salud, educación, pensiones, transporte, vivienda, además de aumentos salariales, préstamos subvencionados a familias, cooperativas y pequeñas empresas. Y no sólo en términos económicos el país es otro: su modelo de policía comunitaria ha garantizado los mejores resultados en términos de seguridad en toda la región centroamericana. Desde el punto de vista de la participación, hay un hecho extraordinario, el de la Brecha de Género: desde 2007, Nicaragua ha pasado del 91º al 14º lugar en el mundo.
Las cifras del sandinismo
Crecimiento del PIB entre el 4 y el 5% anual. Fuerte aumento de las reservas de divisas. Premio de la FAO por ser uno de los primeros países en alcanzar los “Objetivos del Milenio” en reducir pobreza y desigualdad (datos también certificados por el Banco Mundial y el FMI). Hay el 50% menos de pobreza (del 48 al 26%) y de extrema pobreza (del 17,2 al 8,3%), y el 55% del gasto nacional es para una mayor reducción de la misma a través de la inversión pública.
¿Más en cifras? Entre 2012 y 2016, hubo un aumento del 40% en el gasto social, con 2.715 millones de dólares destinados a la inversión pública. De ellos, 805 millones de dólares se gastaron en sistemas de transporte aéreo y terrestre, 145 en salud pública, 423 en electricidad, 254 en agua y saneamiento y 107 en educación. Nicaragua es un país pobre, por supuesto, pero las políticas gubernamentales combaten a la pobreza y no a los pobres.
En Nicaragua la condición estructural de la pobreza no se transforma en una tijera que incrementa cada día más las desigualdades: existen 52 programas sociales destinados a reducir la distancia entre pobreza y bienestar. Se distribuyen más de cien mil paquetes de alimentos cada mes, porque el sandinismo es enemigo irreductible del hambre y de la pobreza extrema. No son solo políticas para enfrentar el hoy, también tienen perfil de perspectiva.
La reorganización sistémica de la capacidad productiva ha concretado lo que se entiende por soberanía nacional en materia de energía y alimentos. En la alimentación, las graves carencias latinoamericanas no se ven en Nicaragua, donde se ha alcanzado sustancialmente la autosuficiencia alimentaria, mientras que la energética está en camino, ya que todo el país está servido por la red eléctrica, con una cuota de renovables equivalente al 70% del total de la energía utilizada.
La movilidad interna de un país que siempre había sufrido la falta de desarrollo de las redes de carreteras, ha cambiado. En trece años se han construido más de 3.500 km de carreteras y el transporte público es el de menor costo de toda la región. Y ya son pocos los que se duermen suplicando la misericordia del cielo: más de 50.000 casas han sido destinadas a familias que no estaban en condiciones de comprarlas.
La educación es gratuita, la idea de país incluye un pueblo educado y culto. La Constitución establece que el 6% del PIB se destina a la educación. Pero el derecho a estudiar comienza en los primeros años y tiene el acceso gratuito en todos los niveles.
La nueva Nicaragua puede reflejarse en los ojos de los más vulnerables, porque desde el 2007 la salud volvió a ser gratuita: 19 son los hospitales construidos y equipados en los mejores niveles, 170 son las guarderías y decenas y decenas son las clínicas renovadas o construidas. Y hoy, para enfrentar la emergencia del Covid-19 mejor que cualquier otro país de la zona, no solo hay hospitales: también hay 10 clínicas móviles con las que la atención médica pública y gratuita llega hasta la última casa en todos los rincones del país, sin importar lo remoto que sea. La atención sanitaria nicaragüense alcanza hoy picos de excelencia que no se encuentran en ningún otro país de América Central.
El estado de bienestar adquirió significado y esto molesta a los oligarcas, porque cuando los derechos dominan, los privilegios no caben, la equidad no se casa bien con el negocio. En Nicaragua los especuladores estadounidenses de fondos de pensiones privados encuentran poco terreno fértil, porque las pensiones públicas están entre las más generosas del mundo; 20 años de cotizaciones son suficientes para tener derecho a ellas a los 60 años.
En el 2018, la oligarquía intentó dar el espaldarazo, ésta era la orden de los gringos. Todavía se respira la derrota de los vendedores de la patria, la miseria de su oro, lo repugnante de sus salarios pagados por el enemigo, la infinita vergüenza de quienes venden sus almas al diablo y a bajo precio.
La apuesta del golpe resultó ser errónea. El FSLN ha demostrado que está más unido y vivo que nunca, que es capaz de desatar una fuerza política y militar a la altura de cualquier desafío, que es capaz de salvaguardar la Constitución y las Instituciones, que sabe mantener unidos a gobernantes y gobernados, que es capaz de mantener seguro al país y que reconoce en la figura de su Comandante de todos los tiempos, Daniel Ortega, un liderazgo inexpugnable del más alto perfil.
Hacia el 2021
Este aniversario número 41 se celebrará de forma distinta. La pandemia impide las manifestaciones masivas a las que el FSLN siempre nos ha acostumbrado. Pero las precauciones y la atención no impedirán que el sandinismo, genuino anticuerpo contra la servidumbre, festeje su cumpleaños y recuerde a todos, amigos y enemigos, que el camino en Nicaragua está trazado. Cada casa de sandinista ha sido plaza, física y virtual, de un compromiso inderogable.
No hay vuelta atrás, que lo sepa la derecha. Mejor que ni piense a intentonas golpistas que serían fatales para quienes las promuevan. Así como sería erróneo pensar que serán los gringos los que decidan el voto. Inútil tratar de transformar una caravana de politiqueros y oportunistas en una opción política. La opción sigue siendo una sola: la que ve a Nicaragua como una nación libre, soberana y sandinista.
(*) Periodista, Analistica Político Director de Periódico Online www.altrenotiza.org