Llevar seis décadas consecutivas de estar creando y produciendo lo que a uno le gusta y seguir como que se empieza, es algo admirable que sólo lo puede hacer una persona con un don nato, mucho ánimo y energía e inagotable amor al arte. Una de ellas es Otto de la Rocha, quien recién arribó a su 61 aniversario de vida artística con una celebración a lo grande, como él se lo merece.
El 15 y 16 de agosto pasado, muchos artistas se reunieron en el Teatro Rubén Darío para rendirle homenaje al compositor y cantante de música nacional y creador de tantos personajes que prácticamente ya son como un miembro más de cada una de la mayoría de las familias nicaragüenses. “Es el reconocimiento al trabajo que he hecho durante todos estos años”, dice escuetamente el canta-autor cuando le preguntan sobre el significado de este acontecimiento.
Contrario a lo parlanchín, bromista y desinhibido que es cuando está encarnando a sus personajes, Otto es una persona muy seria y un tanto lacónica que casi raya en la timidez. Parece que se inhibe frente a una grabadora, pero cuando actúa se explaya frente a un micrófono de radio o televisión, o encima de una tarima o escenario.
El lo explica brevemente: “Todo actor es así. Me ponen a ser un viejo y mentalmente soy un viejo, me ponen a ser un campesino, e inmediatamente lo soy. Uno toma posesión muy a fondo del personaje para que pueda resultar bien”. Y realmente, en estos 61 años todo le ha resultado bien, desde que a los 13 años se vino a Managua buscando nuevos horizontes para “dar a conocer el talento que Dios me dio”.
Atrás quedaba su pueblo natal Jinotega, donde fue criado con tres hermanos en una casita de piso de suelo y cocina de fogón con mucho amor y cariño por su mamá y su abuelita, a pesar de “las buenas penqueadas que me zampaban cuando salía a serenatear” desde los 10 años. “Eramos muy pobres, pero muy felices”, dice al recordar su infancia.
Pero Otto viene de una familia llena de arte. Su abuelo materno, Juan Fajardo fue también compositor y músico, y era primo hermano de la mamá de Carlos Mejía Fajardo, papá de Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy. “Tenemos esa vena artística”, comenta para asegurar que desde antes de los 13 años empezó a escribir y cantar “canciones que ya no valen la pena”.
Volcán del arte
Se vino a Managua solo en 1947, y tuvo la suerte de encontrarse con una amiga de su mamá y abuelita, que le brindó posada en su casa. En ese entonces la radio más popular del país era La Voz de la Victoria, en cuyas instalaciones se estaba realizando un programa de cantantes aficionados. “Me fui solito con mi guitarra y gané el primer lugar en dos semanas consecutivas”, rememora. A partir de ahí empezó hacer más erupción el volcán del arte que llevaba por dentro.
Comenzó cantando con Tríos en eventos y a relacionarse con grandes canta-autores de la música nacional: Camilo Zapata, Jorge Isaac Carballo. Erwing Krügger, Víctor M. Leiva, todos “padrotes del canto nacional y los que me inyectaron la decisión de componer canciones típicas de Nicaragua”.
Con Camilo Zapata hizo una gira por toda Centroamérica; con Erwing Krügger formó el Trío Chontal; con Jorge Isaac cantó con el Trío Los Nícaros; con Víctor M. Leiva no cantó pero tuvo una gran amistad. “Cantábamos todo tipo de música, pero a la que más le hacíamos ganas era a la música nacional”, afirma, y contó que una vez en una fiesta les pidieron que tocaran un rockandroll. “Carballo, que era muy inteligente y muy vivo, lo cantó”.
Desde esa época hasta a la fecha ha compuesto como cien canciones, muchas de ellas muy conocidas como la famosa Pelo´e maiz, Managua Linda Managua, Plutarco Malpaisillo y Una canción, esta última la primera que produjo en su estilo y que se ha convertido en una especie de himno nicaragüense para los enamorados.
“Todas mis canciones son basadas en hechos reales, son pedacitos de mi vida amorosa”, expresa, para confesar que la mejor época de su vida es la actual porque el público sigue reconociendo y gustando de sus canciones.
Paralelo a su canto y composiciones, Otto se fue destacando con la creación de un sinnúmero de personajes. El primero nació en 1961 con el nombre del Indio Filomeno a sugerencia de Camilo Zapata. “Una vez que iba hacer un squech, yo no sabía ni cómo hacerlo, me dijo: Yo te voy a escribir el papel”, reconoce.
Programas y personajes
Camilo le puso el nombre y Otto le dio las características: “un indio machetón que hablaba muy grotescamente”, quien pese a que “me maltrataba mucho la garganta” fue un personaje que estuvo en el aire hasta 1982, primero en la Radio Mundial y luego en La Corporación, cuando decidió dejarlo descansar y desarrollar al ahora famosísimo Anicieto Prieto.
Con el Indio Filomeno también nació un montón de personajes como La Chepona, Filito, el Turco Mustafá y el Che Guarusa, entre otros; y por último Aniceto Prieto, que vio la luz del día en el programa Pancho Madrigal de Fabio Gadea Mantilla, con características que casi nada tienen que ver con su creador.
Aniceto es pintoresco, dicharachero, habla mucho en doble sentido, la picardía no le falla, un hombre que es todo y no es nada. “Es el personaje característico que hay en todos esos pueblitos: picado, inventor de muchas cosas para beber guaro; en fin, es un personaje que tiene la idiosincrasia del nicaragüense”, lo retrata Otto.
Otro personaje es el Turco Mustafá. Como cada árabe que vive en casi todos los pueblos de Nicaragua, para él los negocios son primero, “que empiezan a vender cortes de tela para hacer ropa y terminan con una tienda.
Otro no menos famoso es el cuentista Lencho Catarrán, que nació en 1982 en la Voz de Nicaragua. A Otto no le resultó difícil montar este programa con la experiencia de 20 años que había adquirido cuando trabajó con Pancho Madrigal, pero lo desarrolló con otro tipo de temática. Por ejemplo, “Fabio utilizaba mucho en Pancho los cuentos de espantos que ahora casi nadie tiene miedo, y Lencho aborda temas de la vida cotidiana”.
Otro programa que ha pegado es La palomita mensajera. Aquí Otto, además de brindar servicio social a los oyentes, hace una algarabía matizando las canciones “arranca monte” que transmite.
No le pide nada más a la vida
¿De dónde saca tanta energía para crear? “Yo digo que es el hambre. El hambre me hace crear seguramente tantas locuras y tantas cosas”, responde en forma de broma; pero ya en serio, considera que “son dones que Dios nos da y que algunos aprovechamos más que otros”.
En el arte, él es autodidacta. Fue aprendiendo de los grandes personajes de la vida radial, aunque estudió Comercio y trabajó en este oficio académico durante 20 años hasta que a partir de 1997 decidió dedicarse enteramente a la vida artística, que le han merecido una considerable cantidad de reconocimientos, entre ellos la Orden Cultural Rubén Darío y la Orden Cultural Salvador Cardenal.
61 años después, Otto es padre de 10 hijos, uno de los cuales lleva también la vena artística que le legó su bisabuelo materno. Gabriel, de 22 años, trabaja con papá en Lencho Catarrán haciendo personajes como Gabo y Milciades, además de cantar y tocar guitarra. “Yo le he sacado el unto y él que tiene talento”, asegura con orgullo el canta-autor.
Ahora bien, sus planes son seguir trabajando “hasta que Dios me llame”, y grabar este año sus últimas producciones. “Como artista he tenido suerte porque la gente me ha brindado su respaldo y su cariño”, admite, convencido de que no le puede pedir nada más a la vida. ”No me puedo quejar porque mis personajes, mis programas me han dado para vivir y me siguen dando para vivir”.
Y a nivel personal, tampoco se puede quejar. “He tenido 10 hijos que me han querido mucho”, dice, destacando a su esposa, la actriz Georgina Dávila, la famosa Lupita de Aniceto Prieto. “Tiene mucho talento, me quiere mucho. Así es que no me puedo quejar”.
(Publicado en la sección de Personaje de Visión Sandinista en la edición n°148 del mes de agosto de 2007).