América Latina, dolor de cabeza de EE.UU.

Fabrizio Casari(*)

Habìa una vez, no hace mucho tiempo, una América Latina que redujo las desigualdades, amortiguó los conflictos, hizo crecer las economías en todo el subcontinente, mejoró todos sus índices de desarrollo y aumentó la cooperación y la integración continental. Incluso, estableció lugares políticos y económicos independientes del consenso de los Estados Unidos, planificó políticas de paz en el continente y trabajó con posiciones comunes en los foros internacionales.

Obvio entonces que aquella América Latina era la peor amenaza para el imperio que, en un intento por detener su carrera hacia la decadencia, desde el primer mandato de Obama ha decidido regresar a lo en que descansa su poder económico: por lo tanto, dirigir la mirada hacia el sur para tomar lo que cree ser suyo, según la tristemente conocida Doctrina Monroe.

Pero a pesar de las agresiones diplomáticas, las amenazas militares, las grandes cantidades de capitales invertidos, las sanciones, la desestabilización y los complots, la operación tiene, hasta la fecha, un balance negativo: no ha habido una reconquista de América Latina por parte de los Estados Unidos.

Creía, el neoliberalismo, que podría burlarse de la historia, no quiso tener en cuenta que lo que se demostró en una década de democracia popular, desarrollo social y crecimiento económico, ya había establecido una conciencia generalizada diferente sobre las teorías económicas necesarias para el crecimiento y el desarrollo. En lo económico y en lo político el desafío todopoderoso quiso acabar con el avance latinoamericano que el imperio había padecido.

El parcial fracaso de la operaciòn radica precisamente en su decisión de imponer las antiguas recetas de depredación y humillación, en un intento de devolver a las manos de los Estados Unidos, el FMI y las oligarquías locales, las economías mejoradas por los gobiernos progresistas anteriores.

La Casa Blanca decidió dar prioridad a las necesidades de saqueo de las multinacionales estadounidenses, a la ansiedad de acumular liquidez y control militar de rutas y toda extensión abrumadora de su esfera de influencia. En los países “recuperados”, la recesión, auténtica primera dama del monetarismo, regresó triunfante a la escena introducida por la deflación endosando un traje oscuro.

Los países que se “recuperaron” bajo el mando de Washington durante los últimos años, padecieron un agravamiento sustancial de las condiciones de vida de las poblaciones. Los índices de desarrollo se han precipitado, llevando la desnutrición, el analfabetismo, la mortalidad infantil y los fenómenos epidemiológicos a la palestra como detalles de un empobrecimiento general y abrupto de los respectivos países y del continente. Claro está: las recetas del FMI, que constituyen el programa del gobierno liberal de derecha, son incompatibles con las vidas de millones y millones de seres humanos.

Políticas neoliberales dañinas

Además, las políticas neoliberales, que ya son dañinas en los países capitalistas avanzados, producen una inmensa destrucción y autenticas tragedias en sociedades económicamente más frágiles y socialmente empobrecidas, a menudo aún vinculadas al ciclo de producción agrícola y con fuertes desigualdades internas. Las dramáticas crisis sociales que determinan estas políticas, de hecho, ni siquiera garantizan la estabilidad de la estructura financiera de los estados; la destrucción del ciclo microeconómico no salva al macroeconómico.

Son políticas que generan solo fracasos. No funciona la ecuación que propone el liberalismo entre recortes de gastos, rigor económico y equilibrio presupuestario: la economia no crece, aumentan las desigualdades e incluso los déficit. Los países se empobrecen, las personas mueren de hambre y enfermedades, el gasto social se reduce a cero y, al mismo tiempo, las finanzas públicas se deterioran. Este es el verdadero equilibrio del liberalismo: enriquecimiento para una minoría y hambre para la mayoría.

El otro aspecto de la reconquista se expresó en lo “político”. La derecha internacional había aplaudido durante mucho tiempo el giro hacia el Sur del complejo militar-industrial que tiene horror a la soberanía nacional en el patio trasero.

El dinero fue el arma principal con la que Estados Unidos decidió detener la integración latinoamericana y la estrategia de reconquista adoptó armas sofisticadas basadas en dos palancas sustanciales: la desestabilización de los países socialistas y progresistas, Venezuela, Cuba y Nicaragua, y el uso de magistrados corruptos, comandados por Washington, para conspiraciones y maquinaciones contra los líderes de la izquierda latinoamericana en el Cono Sur.

Porque la derecha ha entendido que la única forma de vencer a los candidatos de la izquierda es hacerlos ilegales. Todo con el apoyo masivo de los medios para la formación de la opinión pública que introdujeron en el sentido común la ecuación absurda entre la izquierda y la corrupción. Una operación paradójica pero efectiva, gracias a la televisión, la radio, los periódicos y las agencias de noticias a quienes se ha agregado la máquina de guerra de propaganda en Internet.

Golpes militares y parlamentarios, conspiraciones políticas y judiciales, desestabilización y sanciones han sido las herramientas utilizadas para tratar de derribar a los países resistentes. La aparición en la escena de las guerras de cuarta generación fue la figura de una administración que decidió identificar el odio ideológico con su identidad política.

Pero los objetivos de la Casa Blanca son casi todos fallidos y Trump ha tenido bajas en todas partes, desde Venezuela hasta Nicaragua, desde Bolivia hasta Argentina, desde la OEA hasta las Naciones Unidas. Haber invertido para la reconquista en personajes de bajo nivel como el incapaz Macrì, el traidor Moreno y el grotesco Bolsonaro, caricatura surrealista de un jefe de estado, resultó un desastre. La recuperación de las comodidades estadounidenses del continente, que también tuvo éxitos significativos, ya se ha detenido.

El carrusel de la historia ha comenzado a girar en la dirección correcta, la que contrasta los intereses de las multitudes con los de las minorías cleptómanas.

¿Y ahora? La visión general del contexto latinoamericano indica un continente en convulsiones políticas y luchas sociales. Argentina está lidiando con la crisis humanitaria más grave en su historia reciente, con hambrunas y destrucción que asustan a todo el continente. Incluso la Conferencia Episcopal local, ciertamente no etiquetable como progresista, ha pedido al gobierno de Macrì que declare un estado de emergencia humanitaria. Colombia, según el informe de la FAO, es un país con más del 14% de la población que se alimenta de las sobras cuando puede encontrarlas.

Fracaso tras fracaso de EEUU

Perú se encuentra en una crisis política y representativa en el contexto de un choque virulento entre poderes estatales.  Chile está envuelto en las llamas de protesta contra el enriquecimiento de algunos frente al empobrecimiento de la mayoria. Ecuador se ha visto sacudido hasta sus cimientos por la rebelión de las comunidades indígenas contra un presidente que ha traicionado y cedió la soberanía nacional al FMI.

Brasil, auténtico poder económico y político hasta el gobierno de Dilma, se ve afectado por una crisis social muy severa, una credibilidad política reducida al mínimo y se habla de una posible solución militar a la imposibilidad de mantener el gobierno de Bolsonaro. Haití está en medio de una violenta revuelta social. En Honduras el presidente está bajo investigación por tráficos ilícitos. Panamá e incluso la insignificante Costa Rica han tenido que doblegar con una represión brutal las protestas sociales que los han cruzado en los últimos meses.

Manifestaciones en Ecuador
Manifestaciones en Ecuador

Como quiera que lo lea, el mapa interactivo de América Latina indica que Trump ha fallado en su intento de recuperar el continente. La declaración de guerra a los países socialistas (Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia) está destinada solo a producir sufrimiento económico inútil y violaciones de los derechos humanos de las poblaciones relativas, pero también prepara otro revés para un presidente que no parece tener el sentido de lo ridículo.

Venezuela resiste, aunque sea el objeto de uno de los bloqueos más vergonzoso e ilegal de la historia de América Latina, junto con el continuo robo en todo el sistema bancario internacional, que incauta fondos y activos en ausencia de legitimidad y derecho internacional.

Hacia Nicaragua se ha intentado una medicina idéntica, basada en la desestabilización y intento de golpe de estado, sanciones y presión para frenar al gobierno sandinista. Inútil: el FSLN es más cohesionado que antes, Daniel Ortega es más fuerte y las encuestas indican la creciente confianza de la población en su gobierno.

Cuba, después de la ilusión generada por Obama, que quiso reconsiderar la política fallida de Estados Unidos con la isla, sigue siendo el blanco donde las víboras de Miami, basura de todas partes del continente, arremeten su odio sangriento.

Contra toda la comunidad internacional, Estados Unidos ha sobrecargado las presiones existentes, restablecido las normas suspendidas por Obama y exacerbado las medidas contra la isla usando la parte peor de la ley Helms-Burton, que la comunidad internacional había rechazado, proponiendo por enésima vez un comportamiento alineado con la piratería y no con el derecho internacional.

En lo diplomático tampoco le fue mejor: si Trump esperaba tener éxitos a través del Grupo de Lima, se equivocó también. El Grupo de Lima, en efecto, es la colcha destinada a curar la artritis de los EE.UU. que no aguantaron el cambio de clima. No es más que la organización de contornos fascistas que cubren los gobiernos de ultraderecha, desde Brasil a Chile, de Argentina a Colombia. Un organismo ya debilitado política y numéricamente, que se ha deslegitimado definitivamente con las posiciones tomadas sobre la crisis venezolana y el apoyo brindado a sus socios matones en Ecuador y Chile.

El ciclo de la historia es imparable

Porque solo un organismo títere, desprovisto de cualquier decencia política y diplomática, podría alcanzar el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. No reconocer a un presidente legítimamente elegido y, en cambio, reconocer a uno que nunca había sido votado y nunca elegido fue el punto más bajo de la caída de rehenes de los gobiernos que Washington asigna generosamente a sus representantes. Anillo de seguridad del imperio, dio la espalda a la tradición política y diplomática internacional que requiere respeto por la soberanía de cada Estado, no injerencia en sus asuntos internos y respeto por las reglas que rigen el sistema de relaciones internacionales.

Hay que precisar cómo los estrategas estadounidenses han considerado proceder con la reconquista del continente no solo por hostilidad política o para considerarlo el mejor laboratorio posible por sus recetas económicas y represiva. Consideraron también que para enfrentar el desafío global con Rusia y China, había que apuntalar el dominio sobre América Latina, donde descargan sus excedentes y donde extraen la riqueza que transforma EE.UU. de grande país a superpotencia. Equivocación de un personal político notoriamente de poca previsión, inepto y con una fuerte vocación criminal que cree poder detener la decadencia del imperio.

Pero por mucho que amenace, ataque y sancione a la mitad del mundo, los Estados Unidos viven un declive que se hizo evidente con la desaparición de la primacía estadounidense en la esfera financiera, tecnológica y política, que se intenta remediar con el dominio militar y monetario fortalecido.

A esto sirve, al final, la terapia guerrera para el imperio enfermo: usar la fuerza contra la tendencia cada vez mayor de deshacerse del dominio gringo y, por ende, del dólar como moneda para los intercambios internacionales, lo que reduciría en gran medida el poder de chantaje de los Estados Unidos y sus ganancias impuras.

Estados Unidos, a voluntad y a su conveniencia exclusiva, con el objetivo de reducir el crecimiento de los países competidores y aprovechar el mercado, impone sanciones, embargos y bloqueos, exige libertad de mercado cuando exporta y aplica aranceles cuando importa, como única forma de mantener a flote la exportación estadounidense que ya no supera la producción euroasiática en ningún sector.

Pierde en lo estratégico, en lo militar, en lo comercial y en lo político. Perder su patio trasero sería una pieza más en el puzle breve de su pérdida de poder absoluto, sería la admisión de querer mandar al mundo sin lograr hacerlo ni cerca de su casa. La victoria en Bolivia y en Argentina abriría una nueva fase para la progresiva reorganización del continente, y el efecto dominó que produciría un nuevo gobierno en Brasil generaría un choque violento para los planes de reorganización imperial.

Solo quedarían Chile y Colombia para proteger el contenedor de los Estados Unidos. Un resultado al menos decepcionante para quienes se imaginaban recuperando todo y volviendo a casa sin tener nada. El ciclo de la historia es imparable: la aspiración hacia la mejora de las condiciones de vida de cientos de millones de latinoamericanos no se combina con la necesidad de robar de la economía estadounidense. América Latina no puede ser la que dona sangre y riquezas al renacimiento del Imperio. Mejor busquen otras ideas que pensar de parar al reloj que cuenta el tiempo en adelante y nunca hacia atrás.

(*) Periodista, analista político y director del periódico online www.altrenotizie.org

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