Fabrizio Casari
Un año después del intento de golpe, podemos decir que Nicaragua ha salido de la peor parte de la crisis y ahora enfrenta una confrontación fisiológica entre un gobierno cristiano, solidario y socialista, contra una derecha apócrifa, egoísta, xenófoba y fascista. Sin embargo, en lugar de analizar los daños sufridos por el país en el intento de golpe de Estado, queremos insistir en algunos detalles que, tal vez, merecen ser investigados más a fondo.
Desde el 18 de abril hasta julio de 2018, Nicaragua fue el escenario de la primera aplicación a gran escala de la potencia de fuego de las redes sociales hábilmente manipulada. De hecho, el golpe de Estado se abrió con una mentira: la que hablaba de un hombre muerto que nunca existió; continuó con otra mentira: la que definió a los vándalos como una oposición cívica y pacífica de los estudiantes; y terminó con otra mentira, que habló de la represión indiscriminada.
La mentira, en definitiva, fue el arma utilizada para sustentar las armas de fuego. La novedad histórica fue la unidad organizada de la gran prensa escrita, televisión y radio, con los medios sociales de la red. Los contenidos idénticos y la simultaneidad de la acción indicaron el carácter común de los objetivos políticos.
La manipulación de los hechos en algunos casos y su invención absoluta en otros, la apropiaciónindebida de canciones y lemas pertenecientes a la izquierda y el sandinismo lanzados por la extrema derecha, han sido parte de la acción destinada a confundir, generar incertidumbre e inquietud. Útil para mantener a la gente asombrada y reducir así el riesgo de una posible reacción popular.
En Nicaragua también se ha librado la guerra de la verdad contra la mentira. La falsedad, la manipulación, la inversión de la realidad, fue la narrativa con que se vendió al mundo una insurrección popular que solo era una intentona oligárquica y clerical apoyada por el imperio. Mentiras y fuego fueron las herramientas de una oposición fascista que necesitaba alterar constantemente la percepción de lo que estaba sucediendo para tratar de ampliar las filas de su consentimiento, tanto a nivel nacional como internacional.
Las formas en que se desarrolló el terror golpista fue otra cosa sin precedentes en la historia de Nicaragua. Nos sorprendió la capacidad de penetración de las ONG afiliadas al golpe en las profundidades más oscuras de la micro y macro delincuencia del país; de cómo era posible ofrecer de forma descarada el putrefacto intercambio de dinero por sangre, incluso proponiendo una dimensión de nobleza nunca conocida, tratando de pintar lo malo como bueno.
Lecciones para aprender
Vino el odio. Profundo, total, absoluto. Su tamaño, su reiteración contra los militantes sandinistas, el personal de las instituciones, los medios, los bienes públicos; toda la población, en fin, vio la ostentación del odio para el odio, de un asalto ludista, del placer de quemar, destruir, violar, matar, causar dolor y sufrimiento.
Esta ha sido la responsabilidad de la derecha: haber entretenido el peor de los acuerdos, el que intercambia legalidad con ilegalidad, camuflando la delincuencia de disidencia y usarla para las peores atrocidades. No solo el terror para ganar una guerra, sino también una guerra para propagar el terror. Esta fue la esencia del golpismo.
Una dimensión bestial a la que no estaba acostumbrado un país como Nicaragua, tierra de un pueblo dulce, notoriamente capaz de humanidad hasta en el combate; donde los episodios de brutalidad gratuita, numéricamente fisiológicos en todas las sociedades de masas, eran históricamente marginales. Esto también dejó al país sin palabras durante unos días, incapaz de reconocer tanto odio porque vio algo que consideraba innatural del país en el que nació y se crió.
Luego están las lecciones para aprender. Aunque históricamente Nicaragua tiene una derecha arraigada en el tejido social y significativa en el electoral, se asumió erróneamente que la afirmación creciente del sandinismo y la falta de unidad interna en la oposición eran ahora un hecho político sobre el cual descansar. Fue un error que posiblemente condujo a una subestimación de los sectores más rencorosos de la misma y, por lo tanto, también nos sorprendió la disposición política de aumentar sus filas recurriendo al reclutamiento masivo de la delincuencia.
Por supuesto, era una delincuencia que había estado frustrada durante al menos los últimos 12 años, debido al control y la represión que le infligió la Policía Nacional, lo que frustró sus ambiciones de que pudiera dar el salto a una organización más grande. Se evitó que se convirtieran en maras siguiendo el ejemplo de El Salvador y Honduras, donde ahora representan un contrapoder que compite con el poder público.
En Nicaragua, el cuadro sistémico fue diferente: aunque ha crecido fuertemente en los años de neoliberalismo, en los últimos 12 años, con el regreso del FSLN al gobierno, el marco del crimen había cambiado por completo.
La actividad de prevención y represión llevada a cabo por la Policía Nacional había logrado dos resultados: impedir la penetración del narcotráfico mexicano, colombiano y centroamericano en el territorio nacional y, al mismo tiempo, reducir considerablemente los márgenes de maniobra de la delincuencia nicaragüense, que ha diluido las vocaciones criminales que se redujeron a un fenómeno de marginación social. Vieron en el golpe la posibilidad de vengarse, de volver a sacar cabeza, sintiéndose exonerados por el golpismo en sus actas criminales.
Nueva tarea: reducir los espacios al golpismo
No es casualidad que, además de la idiotez de exigir la renuncia y la expatriación de todo el gobierno, el golpe nunca haya querido o podido proponer ninguna agenda política. No solo había la negativa de una tregua reiterada de manera obsesiva bajo las indicaciones del fascista Báez, sino que precisamente debido a la dependencia en la gestión de las pandillas delictivas, el vandalismo fue la única expresión posible de la actividad golpista. Sin el terror, simplemente, el golpe habría muerto en 24 horas debido a la falta de apoyo popular.
Un año después, los intentos de devolver al país al caos continúan en forma miserable, numérica y políticamente improbable, pese al gran esfuerzo de los golpistas disfrazados de curas. La cuestión en la mesa no es la continuación de la intención del golpe, ya que este tema está cerrado quieran o no. El asunto, en cambio, es la supervivencia de la extrema derecha que necesita el dinero de Washington para sobrevivir; pero el dinero no llega si no hay conflicto y no hay conflicto sin las provocaciones de los pequeños grupos delincuenciales del MRS.
Al dinero y a la ambición y sed de poder se debe la misma guerra dentro de la oposición, que anuncia una pasada de cuenta interna en lugar de una unidad de acción en vista de 2021. Todo tiene como objetivo final la acreditación política exclusiva en los EE. UU., que solo permite el desembolso de dinero con el que se mantiene la oligarquía y sus grupitos de vendepatria, que actúan para volver el país al dominio de los Chamorros y afines.
El hecho de que el partido de los oligarcas, en consonancia con la Casa Blanca, en un intento de llenar sus bolsillos ha decidido que los liberales y los conservadores ya no están calificados para el papel político opositor, muestra que la situación es grave, pero no seria.
Lo que no significa poder descansar, todo lo contrario. La democracia nicaragüense está llamada a responder con la mayor energía posible, cerrando la temporada de perdón aquí y ahora para aquellos que tienen la desestabilización permanente como alfa y omega de su existencia.
El FSLN está ahora llamado a una nueva tarea: reducir cada día más los espacios para el golpismo y la subversión, derrotar el odio con una propuesta de nueva hermandad, pero con los ojos bien abiertos y preparados para todo. La disponibilidad a un nuevo encuentro no debe equivocarse como debilidad al enfrentamiento. Porque, parafraseando a Bertold Brecht sobre el nazi-fascismo, “la bestia fue matada, pero la matriz que la dio a luz todavía está embarazada”.