Antes de entrar al tema, es necesario un preámbulo para situarnos en el mundo. Los últimos documentos emitidos por los organismos de poder de EE.UU. (Casa Blanca, Secretaría de Defensa, Pentágono) repiten en sus páginas que peligra la hegemonía e influencia de EE.UU. en el mundo:
Augusto Zamora R. (*)
“La seguridad y el bienestar de Estados Unidos están en mayor riesgo que en cualquier otro momento en décadas. La superioridad militar de Estados Unidos, el poder duro de su influencia global y su seguridad nacional, se ha erosionado en grado peligroso. Los rivales y adversarios están desafiando a Estados Unidos en muchos frentes y en muchos dominios. La capacidad de Estados Unidos para defender a sus aliados, sus socios y sus propios intereses vitales está cada vez más en duda. Si el país no actúa rápidamente para remediar estas circunstancias, las consecuencias serán graves y duraderas” (documento de noviembre de 2018).
Quienes amenazan la hegemonía estadounidense son “poderes revisionistas”, término que usan en EE.UU. para referirse a China y Rusia, así como a potencias regionales como Irán o, incluso, Corea del Norte. Otra expresión repetida en esos y otros documentos es “el retorno de la competencia de poderes” a nivel mundial.
Con “poderes revisionistas”, las clases dominantes de EE.UU. se refieren a potencias que tienen la ‘osadía’ de no aceptar la hegemonía planetaria estadounidense y pretenden ‘revisar’ el actual reparto del poder mundial, restando imperio a EE.UU..
Tal ‘revisión’ la plantea China al no aceptar que la Fuerza Naval de Washington controle el Mar de la China Meridional o Rusia, haciendo frente a la expansión de la OTAN por Europa, por señalar dos hechos muy visuales, aunque el reto de los “poderes revisionistas” es mucho más complejo y amplio (incluye Huawei, por ejemplo).
Lo hace Irán, al fortalecerse militarmente y amenazar la supremacía de EE.UU. en el golfo Pérsico. En suma, son “poderes revisionistas” todos los países que no aceptan a EE.UU. como un ‘poder policial internacional’, para recuperar la expresión de Theodore Roosevelt, el primer presidente abiertamente imperialista de la historia estadounidense, hecha en 1904.
Políticas de poder puro
La frase “retorno de la competencia de poderes” hace referencia y nos devuelve al siglo XIX e inicios del XX, cuando las grandes potencias europeas -Inglaterra, Alemania, Francia, Austria, Rusia- competían entre sí por el reparto colonial y la prevalencia de su hegemonía en vastas regiones del mundo, competencia que provocará la I Guerra Mundial.
Desaparecida la Unión Soviética y, con ello, las rivalidades ideológicas, el mundo, para EE.UU., ha vuelto a un escenario decimonónico, donde no se confrontan ideologías, sino políticas de poder puro, zonas de influencia, reparto de mercados. Y, como hace un siglo, lo que no pueda la política, lo tendrá que hacer el poder militar.
Debe señalarse una diferencia sustancial y sustantiva entre el mundo de hace cien años y el del siglo XXI. En el siglo XIX y primera parte del XX la competencia de poderes enfrentaba a cinco potencias europeas que, en lo general, limitaban geográficamente unas con otras y disponían, básicamente, de una potencia similar, con excepción de Inglaterra, cuyo dominio de los mares le había proporcionado, desde el siglo XVIII, una ventaja estratégica sobre las potencias terrestres.
El dominio de los mares determinará, en la I Guerra Mundial, la derrota de Alemania y, en la IIGM que EE.UU. emerja como superpotencia militar, económica y financiera, lo que le permite diseñar el mundo de acuerdo con sus intereses y sustituir a Inglaterra como potencia marítima hegemónica.
El siglo XXI ofrece un panorama inédito en los últimos cinco siglos. La “competencia de poderes” no tiene lugar entre potencias europeas, sino entre potencia no europeas, de las cuales una es americana (EE.UU.), la otra asiática (China) y la tercera euroasiática (Rusia). Dos de esas potencias -Rusia y China- llevan una década labrando una alianza estratégica de magnitud colosal, mientras EE.UU. siente cada vez más el peso de la geografía.
EE.UU. es un Estado-isla en un continente- isla, es decir, un país separado del resto de continentes por miles y miles de kilómetros. Este aislamiento geográfico, que antaño le permitió convertirse en superpotencia, también le obligó a establecer una red inmensa de bases militares a lo ancho y largo del mundo y -lo más relevante de todo- a depender casi exclusivamente de su poderío naval para hacer presencia efectiva en los lugares más estratégicos del planeta. Sin fuerza naval no hay EE.UU..
Dicho en los términos del más relevante geopolítico del siglo XX, Halford Mackinder, EE.UU. es una potencia marítima que debe, desde hace una década, hacer frente a dos formidables potencias terrestres… a las que EE.UU. teme y ese temor, en los últimos años, no ha dejado de acrecentarse, como se puede comprobar leyendo sus últimos análisis estratégicos, declaraciones de ex altos funcionarios y comentarios de ex militares.
La pesadilla Brezinski
La alianza ruso-china es conocida en EE.UU. como “la pesadilla de [Zbigniew] Brezinski”, el ex consejero de Seguridad Nacional de James Carter, quien, en 2017, afirmó que “el escenario más peligroso [para EE.UU.] sería una gran coalición de China y Rusia, unida no por ideología, sino por agravios complementarios”.
La materialización de la ‘pesadilla de Brezinski’ ha llevado, a EE.UU., a hacer un examen general de sus debilidades, posibilidades y potencialidades de cara a una colisión que se cree inevitable, así como a elaborar un nuevo diseño del mundo. El bipolar de la Guerra Fría era claro y simple, con esferas de influencia intocables y áreas en disputa que daban lugar a guerras periféricas que nunca llevaron a choques directos.
El mundo actual no se parece en nada al bipolar. No hay dos superpotencias, sino tres potencias enormes (China, Rusia y EE.UU.), una gran potencia emergente (India) y potencias regionales con intereses propios (Irán, Paquistán, Indonesia, Corea del Norte), lo que hace del mundo una telaraña de difíciles equilibrios pero -atención- las potencias que crecen son las asiáticas y Rusia, mientras EE.UU. se encoje, como piel de zapa de la novela de Balzac.
En diciembre de 2018 se hizo público en EE.UU. un nuevo informe elaborado por varias agencias federales, en el que se lee: “Este informe se enfoca en amenazas emergentes de largo alcance, aquellas que pueden ocurrir en aproximadamente 5 años o más, o aquellas que pueden ocurrir durante un período de tiempo desconocido”.
Afirma el informe que “la naturaleza de la guerra ha evolucionado para incluir conflictos en la “zona gris”, definida como el área entre la guerra y la paz, donde los adversarios más débiles han aprendido a tomar el territorio y avanzar en sus agendas mediante formas no reconocidas como “guerra” por las democracias occidentales. Además, estos conflictos de zonas grises pueden desbordar las estructuras económicas y de seguridad de EE.UU..
Los funcionarios del DOD [Department of Defense] agregaron que los adversarios de todo el mundo pueden erosionar las democracias, a menudo utilizando instituciones democráticas, en la zona gris de conflicto. Los funcionarios del ODNI [Office of the Director of National Intelligence] también señalaron que China y Rusia están siguiendo estrategias en la zona gris para lograr sus objetivos sin recurrir al conflicto militar”.
La “zona gris del conflicto”
Sigue diciendo el informe que “funcionarios del DOD proporcionaron una lista de ejemplos significativos recientes de éxito de adversarios en la zona gris de conflicto, varios de los cuales se han producido sin consecuencias significativas, entre ellas:
“• China utiliza acuerdos económicos bilaterales para marginar los marcos multilaterales de Estados Unidos en Asia, África, América Latina y el Pacífico;
“• “Hombres fuertes” en países como Venezuela, Egipto y Turquía que utilizan instituciones democráticas para promover nuevos paradigmas independientes de las normas liberales occidentales”.
Estamos ya en el punto. Venezuela, como el resto de Latinoamérica, es parte de esa “zona gris de conflicto” donde EE.UU. está ‘obligado’ a presentar batalla no militar para impedir que China y Rusia sigan avanzando en detrimento de EE.UU..
El 6 de enero, al tiempo que lanzaba la campaña para derrocar al presidente Nicolás Maduro, el secretario de Estado Mike Pompeo dirigía diatribas contra China, afirmando que “donde China se presente, sea en Brasil, Ecuador, Chile o cualquier parte”, EE.UU. “está preparado para luchar” contra la potencia asiática.
Expresiones que recuerdan a las de Rex Tillerson, justo un año antes. Tillerson afirmó que “América Latina no necesita nuevas potencias imperiales” y que “la creciente presencia rusa es alarmante también, pues continúa vendiendo armas y equipamiento militar a regímenes hostiles” a EE.UU.. “Nuestra región debe estar en guardia contra los poderes lejanos que no reflejan los valores fundamentales de la región”, dijo Tillerson. Debió decir los intereses de EE.UU.
EE.UU., obviamente, quiere el petróleo y los recursos de Venezuela (y los de toda Latinoamérica), pero por motivos diferentes que en el pasado. Para EE.UU., ahora, lo relevante es presentar batalla y ganar la guerra en esta “zona gris de conflicto” por la simple razón de que Latinoamérica, al igual que en las dos guerras mundiales, debe volver a ser la retaguardia fiel y obediente de EE.UU. de cara a la colisión con China y Rusia, una colisión “que puede ocurrir
en aproximadamente 5 años o más”.
EE.UU. quiere retomar el control de la región para afianzar su seguridad pues, de darse la colisión, la presencia enemiga en su revalorizado patio trasero agravaría su debilidad.
“Cinco años o más” nos sitúa en el año 2024 y siguientes. En mi último libro (Réquiem polifónico por Occidente) señalaba “2025 como año angular de la mayor parte de los programas militares de alta tecnología” que están desarrollando Rusia, China y EE.UU.. ¿Pura coincidencia de fechas o, simplemente, vivimos un periodo de paz armada previo a un conflicto que iniciaría su reacción con aroma nuclear a partir de 2025? Ya se verá.
EE.UU. enfrenta un problema existencial
Pocas dudas pueden haber de que Latinoamérica es considerada por EE.UU. “zona gris de conflicto” y de que EE.UU. quiere acabar con los gobiernos, partidos y líderes que cree aliados de China y Rusia, lo que los convierte en enemigos de EE.UU. Venezuela, en primer lugar, por ser, bajo el chavismo, la mejor y más fuerte aliada de esos países.
A la guerra se han sumado los principales miembros de la OTAN y las oligarquías nativas, éstas, simplemente, para recuperar los gobiernos (el poder nunca lo han perdido). No es casualidad que Lula esté preso (y Brasil de figurante en los BRICS) y Rafael Correa y Cristina Fernández perseguidos judicialmente, ni que las elecciones de 2018 fueran robadas en Honduras…
Hay un plan que busca alinear a la región contra China y Rusia de cara al conflicto que viene. Lo más parecido al plan de EE.UU. contra Venezuela es la operación Maidán, en Ucrania, que tumbó al pro-ruso Yanukovich y llevó al poder al atlantista y anti-ruso Poroshenko. La OTAN quiere elecciones en Venezuela porque está convencida de que, como en Ucrania, ganarán los pro-yanquis y ‘recuperarán’ el país.
Esos son los planes; otras, las realidades. Venezuela no es Ucrania ni Maduro Yanukovich. Tampoco estamos en 1919, EE.UU. no es lo que era y, además, enfrenta un problema existencial: ¿cómo podría EE.UU. sustituir a China como destino de las exportaciones latinoamericanas, si éstas crecieron 30% en 2017 y 28% en 2018? Obedecer a EE.UU. significaría la ruina de las oligarquías nativas sudamericanas.
El surgimiento de un grupo mediador, liderado por México y Uruguay, es demostrativo de que Latinoamérica no es Europa y de que el poder de EE.UU. ya no es incontestado. Y, como planteó el ex consejero presidencial Pat Buchanan, “si el Plan A no tiene éxito, y Maduro… desafía nuestra demanda… ¿qué hacemos entonces? ¿Cuál es el Plan B? “¡Assad debe irse!” dijo Barack Obama. Bueno, Assad sigue ahí, y Obama se ha ido”.
Veremos otras batallas por el dominio de otras “zonas grises de conflicto”, las más inmediatas en Ucrania y Argentina, donde habrá elecciones este 2019. Mientras, la carrera armamentista sigue y EE.UU. quiere extenderla al espacio. La retirada de EE.UU. del acuerdo de prohibición de misiles de corto y medio alcance acerca un escenario de conflicto.
Rusia respondió anunciando el desarrollo de misiles hipersónicos de corto y mediano alcance. China probó hace poco ‘el cañón más poderoso del mundo’, que estaría listo en 2025 y que, disparado desde Filadelfia, convertiría en reliquia Washington en 90 segundos. En 2025 escribiré desde un búnker y un país de cuyo nombre no quiero acordarme, para no dar pistas tempranas de mi tocata y fuga.
(*) Augusto Zamora R. es autor de Réquiem polifónico por Occidente (Akal, octubre 2018) y Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos (Akal, 2016, 3ª edición 2018).