Padre Uriel Molina: Mi causa es la del Frente Sandinista

  • Un testimonio de vida y lucha por los pobres y oprimidos
  • Expulsado de la orden franciscana acusado injustamente
  • Confiesa haber saboreado el ser sandinista

El padre Uriel Molina Oliú, matagalpino de 85 años y franciscano, dijo que su causa es la del Frente Sandinista, sin pertenecer a su militancia la lleva en el corazón y eleva sus oraciones por Daniel, Rosario y en este momento por el pueblo de Venezuela asediado por fuerzas de derecha y el imperio norteamericano.

El padre Uriel disertó brevemente sobre su vida y acción como sacerdote enseñando y protegiendo a jóvenes cristianos que optaron por la lucha revolucionaria sandinista en contra de la dictadura de Somoza, en los años 60 y 70, tras recibir y lucir orgulloso y emocionado sobre su pecho la Orden Augusto C. Sandino, en su máximo grado entregada por el presidente comandante Daniel Ortega, la noche del 21 de febrero conmemorando el 84 aniversario del asesinato del General Sandino.

“Cuando el Frente Sandinista emergió en la historia, para nosotros fue como que se abriera una luz… “¿Qué es aquella luz?” dice la canción, y esa luz todavía continúa brillando sobre nuestro cielo, y nada empaña su fulgor.

Todas las ventajas que nosotros a diario vemos en este país, llámense carreteras, llámense escuelas, llámense iniciativas de todo tipo, todo eso lo debemos a que se mantiene el ideal de Sandino en la persona del comandante
Ortega y de su señora esposa”, dijo el padre Molina.

Se refirió al recuerdo más grande de Carlos Fonseca, que, viniendo de una madre tan humilde, llegó a fraguar en sus Ideales la liberación de este país, y que solo fue posible gracias a la lucha tenaz del Frente Sandinista y a la multitud de mártires que cayeron en esa refriega, entre ellos algunos de mi parroquia.

El milagro de no morir ametrallado por un CONDECA

Me tocó enterrar a tantos jóvenes, porque la guardia de Somoza a las 9 de la noche entraba en los barrios y masacraba a la juventud. Entonces yo me unía a ese dolor y al mismo tiempo me unía a la causa de los militantes sandinistas que estaban en la dura refriega de quien espera la victoria. Todavía no había habido victoria.

Un día antes del triunfo revolucionario, lo recuerdo muy bien, yo sabía que si la guardia de Somoza rodeaba la Iglesia del Riguero donde yo viví, y en donde viví por 50 años, no me salvaría. Entonces me dispuse resueltamente, endosando el hábito franciscano que era mi divisa, y me fui a la puerta de la iglesia para decirles: “Aquí no hay sandinistas escondidos”, tenía ancianos, mujeres y niños que lloraban de necesidad y de hambre. Saltó un militar de baja estatura, me apuntó con la ametralladora al pecho, y me dijo: “¡Retroceda!”. Yo retrocedí más muerto que vivo, creí que se podía escapar un tiro y ahí quedar. Pero no fue así, el milagro fue de otra forma. El joven militar cuando
me escuchó giró a la luz encendida que yo tenía y es costumbre en las iglesias católicas tener encendida ante el Santísimo Sacramento, se quitó su gorra, se cuadró como militar y dijo esta oración: “Dios mío, ¿por qué teníamos que venir a luchar contra un pueblo hermano?”. Era del CONDECA (Consejo de Defensa Centroamericano) ese militar, no era de la EBBI, (Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería), – fuerza élite de la guardia de Somoza.

 

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