
Edgar Palazio Galo (*)
El pensamiento sandinista se arraiga en el legado del General de hombres y mujeres libres Augusto C. Sandino, líder de la resistencia armada contra la ocupación militar estadounidense en Nicaragua entre 1927 y 1933. Sandino no solo enfrentó al imperialismo con las armas, sino que también desarrolló una visión política que integraba el nacionalismo revolucionario con la justicia social y la solidaridad internacional.
Décadas después, este legado ideológico fue retomado y enriquecido por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fundado en 1961, que amplió los principios de Sandino integrando elementos del marxismo, la Teología de la Liberación y otras corrientes de pensamiento crítico anticolonial. Para el sandinismo, la verdadera emancipación no se limita a lo material, sino que también abarca lo cultural y lo espiritual: una liberación integral que desafía las jerarquías impuestas y defiende la capacidad de los pueblos para imaginar y construir su propio destino.
Entre los principios fundamentales del sandinismo se destacan la lucha por l a soberanía nacional y la autodeterminación, concebida no solo como un concepto geopolítico, sino también como una filosofía de vida. Este principio adquiere una relevancia especial en el contexto neoliberal, donde la subordinación de numerosos Estados latinoamericanos a las instituciones financieras internacionales y los tratados de libre comercio ha restringido significativamente su capacidad para implementar políticas soberanas orientadas al bienestar colectivo.
Además, el sandinismo promueve una concepción amplia de la justicia social, que incluye la redistribución equitativa de la riqueza, el acceso universal a los servicios públicos y la participación activa de los sectores populares en la construcción de una sociedad más justa.
Frente a la lógica neoliberal, que reduce a los individuos a simples consumidores y a las naciones a piezas funcionales de un sistema global, el sandinismo propone un modelo ético basado en los principios de solidaridad, equidad y dignidad humana. En este marco, la redistribución de la riqueza, la justicia social y la participación democrática no son meras políticas públicas, sino expresiones de una visión del mundo que coloca la vida en el centro, por encima del lucro y del capital.
Neoliberalismo: una recolonización disfrazada de modernidad
Más que un modelo económico, el neoliberalismo constituye una ideología totalizante que reconfigura todas las esferas de la vida bajo la lógica del mercado. Mediante la privatización de los bienes comunes, la precarización del trabajo y la mercantilización de los derechos, este sistema profundiza las desigualdades y despoja a los Estados y a los pueblos de su capacidad para decidir sobre su propio destino.
En ese sentido, su objetivo es mucho más ambicioso que el de un simple sistema de organización económica; aspira a reconfigurar las relaciones sociales, políticas y culturales bajo la lógica del mercado. Como bien señala David Harvey, “el neoliberalismo no es solo un conjunto de políticas económicas, sino una forma de reestructuración radical de la sociedad”.
En este sistema, la narrativa neoliberal actúa como un velo ideológico que encubre las causas reales de la pobreza y las desigualdades, culpabilizando a las víctimas de su situación y presentando las crisis sociales como inevitables, naturales e incluso necesarias. Esta dinámica se articula en torno a la falacia de que el libre mercado, sin la intervención del Estado, puede generar prosperidad para todos, sin importar la evidencia empírica que muestra lo contrario. Como señala Naomi Klein en La Doctrina del Shock, este sistema utiliza las crisis como herramientas para imponer políticas neoliberales, profundizando las desigualdades.
Por otra parte, en América Latina el neoliberalismo ha causado estragos no solo mediante el empobrecimiento material, sino también al erosionar los tejidos sociales y debilitar las democracias. Bajo su lógica, el Estado se ve reducido a un mero facilitador del mercado, una especie de “agente de seguridad” para garantizar los intereses de los grandes capitales transnacionales, en lugar de ser una garantía del bienestar común.
La subordinación a organismos financieros internacionales, los tratados de libre comercio y las reformas estructurales han consolidado una nueva forma de dependencia, menos visible pero igualmente opresiva que las ocupaciones militares del pasado.
El auge del neoliberalismo en América Latina, impulsado por los programas de ajuste estructural implementados en las últimas décadas del siglo XX y extendidos hasta el presente, marcó un punto de inflexión en la historia política y económica de la región.
Este modelo, promovido e impuesto por organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, defiende políticas orientadas a la apertura irrestricta de los mercados, la privatización de empresas públicas y la reducción del gasto social, justificándolas en nombre de una supuesta “eficiencia económica y el crecimiento” con consecuencias devastadoras para las mayorías populares, profundizando las desigualdades y un debilitamiento del Estado como actor regulador y protector de los derechos sociales.
Frente a este panorama, el pensamiento sandinista se erige como una crítica radical y contundente al neoliberalismo, subrayando sus efectos deshumanizantes y su incompatibilidad con los principios de justicia y equidad. El sandinismo señala que la privatización de los recursos estratégicos no solo limita la capacidad de los Estados para garantizar derechos fundamentales, sino que refuerza las estructuras de poder que perpetúan la dependencia económica y política.
Asimismo, el debilitamiento del Estado como actor clave en la regulación económica y la protección de los derechos sociales, ha generado un vacío que las fuerzas del mercado son incapaces de llenar. El neoliberalismo no es simplemente una política económica, sino una estrategia para reorganizar las relaciones de poder en favor de una élite global, reduciendo a las naciones y sus pueblos a simples instrumentos de la economía de mercado.
En lugar de un futuro de crecimiento y equidad, este sistema nos promete un presente de desigualdad estructural y opresión sistémica, en donde las soluciones a los problemas sociales se venden como productos de consumo, mientras los derechos humanos se convierten en una mercancía más en el mercado mundial. Frente a esto, los movimientos de resistencia y los proyectos de emancipación, como los que emergen desde el pensamiento sandinista y otras tradiciones de lucha popular, siguen siendo una respuesta fundamental para la construcción de una sociedad justa e igualitaria.
Respuestas sandinistas al neoliberalismo
El pensamiento sandinista plantea diversas estrategias para enfrentar los desafíos del neoliberalismo en América Latina, una de las cuales se centra en la revalorización del papel del Estado como garante de los derechos fundamentales y como promotor de un desarrollo económico y social inclusivo. Frente a las políticas neoliberales que priorizan el libre mercado y la competencia, el sandinismo considera que el Estado debe ser el principal motor del cambio, dirigiendo los esfuerzos hacia la redistribución de la riqueza y el bienestar colectivo inclusivo.
Este enfoque no se limita a un simple rechazo al neoliberalismo, sino que promueve una visión de justicia social en la que el Estado, además de regular y garantizar derechos, debe ser el impulsor de políticas que transformen las estructuras económicas y sociales, favoreciendo a los sectores históricamente marginados.

Una de las áreas clave en las que el sandinismo ha trabajado para implementar estas ideas es en la educación y la salud, fundamentales para la construcción de una sociedad más equitativa. Desde el retorno al poder del FSLN en 2007, el buen Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional ha priorizado la educación y la salud mediante inversiones en estas áreas cruciales, para la reducción de la pobreza y mejorar la calidad de vida de la población.
Como ha afirmado el comandante Daniel Ortega, la educación es una herramienta esencial para fortalecer la democracia y garantizar la participación activa de la ciudadanía en la construcción de un modelo alternativo de desarrollo. La inversión en estos sectores busca no solo mejorar la infraestructura y los servicios, sino también generar un cambio cultural en la población, promoviendo valores de solidaridad, equidad y cooperación.
Aparte de la educación y la salud, el sandinismo también ha puesto un énfasis especial en el fortalecimiento de la economía solidaria, promoviendo un modelo que favorezca la cooperación y la autogestión frente a las lógicas individualistas del capitalismo neoliberal. Esta propuesta incluye el apoyo a las pequeñas y medianas empresas, las cooperativas y otras formas de organización económica que permitan a los sectores populares participar activamente en la producción y distribución de bienes y servicios.
La economía solidaria no solo representa una alternativa frente al mercado capitalista, sino también una forma de garantizar que el bienestar de la sociedad esté en manos de sus propios protagonistas.
Además, frente a la fragmentación promovida por el neoliberalismo, el sandinismo ha promovido la integración regional como una estrategia clave para contrarrestar las asimetrías del sistema económico global. En este sentido, ha sido un firme defensor de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que busca una cooperación más equitativa entre los países latinoamericanos, fundamentada en principios de complementariedad, solidaridad y justicia social.
Fortalecer la soberanía de los pueblos
El ALBA ha sido una de las respuestas más claras del sur global a la dominación económica de los grandes bloques imperialistas como Estados Unidos y la Unión Europea. Este tipo de integración regional es, para el sandinismo, una forma de fortalecer la soberanía de los pueblos latinoamericanos y evitar la fragmentación impuesta por las políticas neoliberales.
El pensamiento sandinista concibe la integración regional como un proceso que trasciende los aspectos económicos y aborda las dimensiones políticas, culturales y sociales de la construcción de un proyecto común. Por eso, se enfatiza la importancia de la unidad de los pueblos latinoamericanos como una forma de fortalecer la soberanía colectiva frente a la injerencia imperial y construir un modelo de desarrollo alternativo que responda a las necesidades y aspiraciones de las mayorías.
Otra dimensión clave de la respuesta sandinista al neoliberalismo es su apuesta por la participación popular como base de la democracia. El modelo neoliberal, con su énfasis en la exclusión y la concentración del poder económico, ha tendido a marginar a las mayorías de los procesos políticos y económicos. Frente a esto, el sandinismo promueve una democracia participativa y directa, que trascienda lo electoral y se extienda a todas las esferas de la vida social y económica.
La participación popular es vista como un principio fundamental para la construcción de un nuevo orden social que dé poder a los sectores populares en la construcción de un Estado democrático, popular y participativo, que actúa como instrumento de los sectores históricamente excluidos donde, como lo señala el comandante Daniel, el pueblo es presidente.
El sandinismo, por tanto, no solo ofrece una respuesta de resistencia al neoliberalismo, sino también una propuesta transformadora que busca construir un modelo alternativo de desarrollo. Por lo tanto, el objetivo del sandinismo es construir una sociedad que no solo busque el crecimiento económico, sino que esté cimentada en valores de justicia, equidad y solidaridad.
La inversión en sectores clave como la educación, la salud y las pequeñas empresas, la promoción de la economía solidaria y la integración regional son todos componentes esenciales de este modelo alternativo que sigue desafiando las estructuras impuestas por el neoliberalismo, y propone y construye un modelo de desarrollo cristiano, socialista y solidario centrado en las personas, las familias y sus comunidades.
La resistencia cultural como eje central
La resistencia cultural es un pilar esencial del pensamiento sandinista en su lucha contra el neoliberalismo. En un contexto donde éste trasciende lo económico para imponer una homogeneización cultural y valores individualistas, la defensa de las identidades locales y territoriales emerge como un componente clave de resistencia.
Para el sandinismo, la cultura no es solo un espacio de expresión artística, sino también un terreno de lucha donde los pueblos reafirman su historia, tradiciones y aspiraciones frente a intentos de colonización cultural que buscan anular sus particularidades. En este contexto, el pensamiento sandinista no concibe la cultura como un fenómeno superficial ni accesorio, sino un elemento estructural que permea la vida social, económica y política.
Es decir, la cultura actúa como un vehículo de resistencia que permite a las comunidades preservar y fortalecer su identidad frente a las presiones de un mundo globalizado, donde predomina un mercado homogéneo que amenaza con diluir la diversidad cultural. Pierre Bourdieu destaca que la cultura, además de reflejar las estructuras sociales, constituye una forma de capital simbólico que puede utilizarse para resistir la dominación. En el marco del sandinismo, la cultura se convierte en un espacio para construir alternativas emancipadoras.
Esta resistencia cultural incluye la reivindicación de saberes ancestrales y la defensa de los derechos de los pueblos originarios y afrodescendientes, hist óricamen te marginados por modelos de desarrollo impositivos. Las cosmovisiones de estos pueblos, con su profunda conexión con la tierra y sus tradiciones comunitarias, representan un antídoto contra el individualismo y la explotación promovidos por el neoliberalismo.
Aníbal Quijano señala que la “colonialidad del poder” no solo opera en el dominio económico, sino también en el control de los saberes y las formas culturales, legitimando prácticas coloniales y depredadoras hacia los pueblos originarios y sus territorios. El pensamiento sandinista reconoce la diversidad cultural como una fuente invaluable de riqueza y un pilar central para la construcción de una sociedad más equitativa.
Además, la resistencia cultural en el pensamiento sandinista está estrechamente vinculada a una visión de desarrollo sostenible que respeta tanto los derechos de las comunidades como los de la naturaleza. El sandinismo entiende que la lucha contra el neoliberalismo no puede limitarse al terreno económico y político, sino que debe incorporar también la dimensión cultural.
Frente a un mundo globalizado que promueve la homogeneización y el individualismo, el sandinismo defiende las identidades locales, los saberes ancestrales y las expresiones culturales populares como fuentes de resistencia, creatividad y transformación social. En esta línea, el pensamiento sandinista converge con las luchas por la justicia ambiental, reconociendo que el modelo extractivista impulsado por el neoliberalismo es insostenible e inherentemente injusto.
Ante la creciente crisis climática y ecológica, el sandinismo aboga por un modelo de desarrollo que articule justicia social y justicia ambiental, garantizando tanto la equidad entre los pueblos como el respeto por los derechos de la naturaleza. De este modo, la resistencia cultural sandinista se proyecta como un humanismo radical que desafía las estructuras de poder económico y las concepciones hegemónicas de desarrollo, proponiendo alternativas centradas en la vida y la dignidad.
Conclusión
El pensamiento sandinista, en su enfrentamiento contra los embates del neoliberalismo en América Latina, se revela como una corriente ideológica profundamente arraigada en la historia y la realidad de la región. Sus principios ofrecen respuestas contundentes a los desafíos del presente y proyectan una visión transformadora para el futuro.
Al articular de manera coherente la justicia social, la soberanía nacional, la resistencia cultural y la sostenibilidad ambiental, el sandinismo no solo denuncia las injusticias sistémicas del neoliberalismo, sino que también propone un modelo de desarrollo alternativo centrado en las necesidades de las mayorías. La apuesta por una integración regional equitativa, el fortalecimiento del Estado como garante de los derechos sociales y la promoción de una economía solidaria son elementos clave de este proyecto político.
La vigencia del pensamiento sandinista radica en su capacidad para adaptarse a las nuevas realidades sin perder su esencia. La lucha contra la desigualdad, la exclusión y la dominación sigue siendo una tarea central en América Latina, y el sandinismo ofrece un marco conceptual y político para enfrentar estos desafíos. Además, su énfasis en la participación popular y la construcción de un poder popular desde las bases, lo convierte en una fuente de inspiración para los movimientos sociales y las luchas por la justicia en todo el mundo.
El legado del General Sandino y del Frente Sandinista trasciende las fronteras de Nicaragua, ofreciendo un referente invaluable para quienes luchan por un futuro más justo y equitativo en América Latina, donde la dignidad humana y la solidaridad sean los pilares fundamentales.
* Profesor Titular, Departamento de Extensión y Vinculación Social, UNAN Managua.
Estamos en absoluto de acuerdo con el autor, son estas respuesta al modelo neoliberal la que han hecho de este gobierno un ejemplo de soberanía y respeto. Y como se ha remarcado, la adaptabilidad del gobierno a las nuevas realidades son las que han definido la esencia del pensamiento actual. El sandinismo ha logrado la integración nacional y regional con prepuestas claras, hoy nos sentimos apegados a lo locales, regionales y nacional, todo esto por que el Estado ha logrado su jurisdicción en toto el territorios, las instituciones están presentes resolviendo lo problemas y esto crea cierto apego a ese imaginario colectivo, también desde las localidades se ha construid identidad con la promoción y desarrollo de su particularidades, todo esto ha sido posible al FSLN.