
- Militante de corazón refugió a los perseguidos
- Pionero de la Teología de la Liberación
- Una infancia marcada entre el amor materno y la severidad paterna
David Gutiérrez López
De niño caminaba a través de la montaña de Matagalpa llevando al frente una imagen de Jesús de la Buena Esperanza, seguido de su mamá doña Bertha Oliú, y un mozo guiando una carreta de bueyes la que cargaba el zurrón con ropa de la familia para lavarse sobre una piedra en el río, donde se bañaban en constantes zambullidas disfrutando de las frescas y entonces limpias aguas.
Su inclinación y amor a la religión la atribuye a la influencia de un campesino devoto, don Felipe Aguilar hombre recto, honrado y cariñoso que en su humilde vivienda de la finca tenía un altar con “todos los santos de la corte celestial”. También le apasionaba que aquel campesino tenía una serie de libros, los que leí con avidez, entre ellos el Mártir del Gólgota.

Su infancia también la marcó su abuela materna Bertha Sánchez de Oliú, ferviente devota de la Virgen María, quién tenía una panadería en su casa esquinera frente al parque Darío, pero también lo marcó su papá Francisco Molina quién fue extremadamente severo y al que recuerda castigándolo con crueldad con una tajona de cuero con la que también azotaba al caballo, por su devoción religiosa, la que su padre adversaba y consideraba cosas de homosexuales.
“Me llamaba cochón y me daba con las riendas del caballo, pero aún con estos castigos y maltratos nunca anidé odio contra él, sólo trataba de mantenerme alejado”, confiesa Uriel Francisco Molina Oliú, quién ya convertido en sacerdote, cierto día, cuando su padre cifraba más de 80 años, le correspondió cuidarlo, desde bañarlo, limpiarlo, vestirlo y alimentarlo, al quedar paralizado de una parte del cuerpo, tras sufrir un derrame cerebral después de una caída.
Además, le curaba la espalda llena de úlceras que se infestaban producto de la permanencia de encontrarse acostado. Retirar el tejido necrótico era una tarea tediosa que iniciaba a las 6 de la tarde y finalizaba a la una de la madrugada, acompañado únicamente de su amigo el doctor Luis Jara. En este período tuvo que abandonar sus actividades en la parroquia para asistir a su padre.
Sobre la pasión y muerte de Jesús, el entonces niño Uriel siempre se sintió impactado por la X Estación del Viacrucis de las XIV que recorrió el Señor, referida al despojo de sus vestimentas. “Te imaginas la vergüenza para nuestro Señor y su gente los judíos que lo desvistan en medio de tanta gente”, comenta ahora a sus 88 años, donde sobraban los insultos de la plebe, el escarnio y los azotes de los soldados romanos que arrancaban la carne del Nazareno.
Los calzones de Bollo Fino
La familia Molina Oliú estaba constituida por seis hermanos, tres varones y tres mujeres. Vivían en la pobreza. Para ahorrar dinero la mamá les confeccionaba los vestidos de estreno, al mismo tiempo que elaboraba y vestía a la imagen de la Virgen Niña, para asistir al novenario en la Iglesia de San José en Matagalpa.
Su hermana Olga, actualmente de 90 años siempre hacía chistes al contar que su mamá les elaboraba la ropa interior con los sacos vacíos de harina utilizada en la panadería de la abuela; recuerda que habían dos marcas: La Cañón y Bollo Fino, que, de haberse quedado las muchachas en paños menores por algún viento en la calle, habrían publicitado gratuitamente a las dos harineras.
Finalizada la escuela primaria, ingresó al Instituto Nacional del Norte, actual Eliseo Picado, donde se bachilleró en el año 1950. Cuando cursaba el cuarto año de secundaria el profesor de francés don Félix Pedro Arauz, tuvo que realizar un viaje a París y por ser aventajado alumno de esa lengua lo dejó encargado de impartir clases a los alumnos de años inferiores, entre los que se encontraba el entonces joven Carlos Fonseca Amador, de quién recuerda era un excelente y aventajado alumno.
Años después, cuando el jefe y principal fundador del Frente Sandinista se encontraba clandestino en algún lugar de Nicaragua, le envió un correo escrito hasta la iglesia del barrio Riguero, solicitándole una colaboración, que Molina afirma se la cumplió en el momento en cuanto pudo y como pudo
Tras concluir sus estudios secundarios en Matagalpa se trasladó a León para iniciar la carrera de Derecho, donde alcanzó hasta el tercer año, viviendo con muchas limitaciones, alquilando un cuarto que compartía con otros 7 muchachos estudiantes.
En León tuvo una novia y afirma haber conocido y visitado la zona de tolerancia donde proliferaban los prostíbulos y cantinas. “Eso era algo horrible, terrible”, rememora el fraile.
Fue en 1954 cuando tomó la decisión de su vida, convertirse en un seguidor de Jesús de Nazaret y de San Francisco de Asís, para comenzar a estudiar en el seminario. El joven matagalpino viajó a Italia, a la ciudad de Asís y cinco años después, en 1959 fue ordenado sacerdote católico. Posteriormente viajó a Roma, donde realizó una maestría en Biblia, para concluir con un doctorado en Teología.
Su compromiso con la revolución y los pobres desde el Riguero

En el año 1965, tras once años de formación, el joven sacerdote retornó a Nicaragua, sus superiores le asignaron una pequeña iglesia en el antiguo y polvoso barrio Riguero, cuando sus calles no eran pavimentadas y afloraba la pobreza en la mayoría de sus pobladores. Ese templo se llamó de La Santísima Trinidad, pero nunca nadie lo llamó así, todos lo conocieron como Tiempos después, alguien de su congregación le confió la oportunidad de oficiar una misa en la Iglesia del Perpetuo Socorro, de la Managua preterremoto, de 1972, a la que asistían casi la totalidad de los ministros y funcionarios de Somoza y hasta el mismo dictador, en ocasiones, acompañado de su madre Salvadora Debayle.
Inusualmente la misa se celebraba a las 8 de la noche los domingos, luego que los funcionarios gubernamentales y familias habían regresado del mar o de sus haciendas. “Les volaba penca” a los ministros y funcionarios, recuerda Uriel Francisco, quién por segundo nombre adoptó el de Antonio cuando ingresó a la orden de los Franciscanos por su devoción y admiración a San Antonio.
Somoza lo llamó a Montelimar
Cierto día, mientras se encontraba conversando con su amigo de infancia René Lacayo Debayle (primo de los Somoza) repicó el teléfono, al responder escuchó: – “Le habla el general Somoza, estoy invitándolo a Montelimar para que conversemos”. Repuesto de la sorpresiva llamada, aceptó, con cierto recelo y temor, pero entendió que se trataba de un plan de “compadre hablado”, facilitado por René, quién le aseguró que él personalmente lo llevaría y no le pasaría nada.
Concertada la cita partieron al encuentro, “yo iba con miedo” relata el padre Uriel. Cuando llegaron, Somoza
estaba reunido con el Estado Mayor de la Guardia Nacional, (G.N) ni siquiera lo saludó, lo ignoró, entonces el fraile optó por darse un chapuzón en las aguas y al rato también lo hizo el dictador.
Fue durante el almuerzo que entablaron conversación ante la mirada hostil de los militares. Somoza le expresó que sus ministros le habían comentado que en sus homilías nocturnas atacaba a su gobierno y veladamente le amenazó diciéndole: – “¿Ustedes no tienen miedo que aquí se comience a matar curas?”, dijo el dictador, quién ya estaba un poco ebrio con varios tragos de coñac.
La esposa de Somoza, Hope Portocarrero, intervino oportunamente para desviar el tema y hablar un poco de los beneficios del sol para la salud humana. Era la época de las malas relaciones entre la pareja presidencial provocada por la amante de Somoza, Dinorah Sampson con la que huyó dos días antes, al triunfar la Revolución Popular Sandinista el 19 de julio de 1979.
Recuerda cuando en los años 60, al regresar de Roma, él venía con buenas ideas progresistas y fue así que en la comunidad de El Riguero formó un grupo con personas y jóvenes del barrio, quienes comenzaron a realizar jornadas de oración y reflexión de la realidad de pobreza, opresión y corrupción del régimen somocista, las misas se acompañaban con música del grupo Resplandor. La intempestiva llegada de patrullas de guardias somocistas que ingresaban al barrio a llevarse preso a los jóvenes, le fue generando una adversidad hacia el régimen.
Yo no soy molinillo de toda jícara
Cuando ingresó como catedrático a la Universidad Centroamericana (UCA), fue que comenzó a vincularse y a tener simpatía entre los jóvenes estudiantes universitarios que le hacían al joven sacerdote diferentes y constantes bromas. Una de ellas, era desnudarlo y luego vestirlo con el hábito de franciscano. Otra broma era ejecutada por las muchachas que se sentaban en primera fila en minifaldas; como el cura acostumbraba a impartir la cátedra de religión caminando de un extremo al otro del aula, las chicas provocativamente le mostraban las piernas moviéndose al ritmo del sacerdote.
En una ocasión, enterándose de la jugarreta y golpeando el escritorio les dijo: “¡Ahh no jodido, yo no soy molinillo de toda jícara!”, jocosidad que generó risas y carcajadas al escuchar el lenguaje del sacerdote con lo que se ganó las simpatías y afinidad entre los muchachos.
En la UCA se relacionó con jóvenes revolucionarios como Casimiro Sotelo, Julio Buitrago, Ricardo Morales Avilés, Nicho Marenco Gutiérrez, Federico Cerda, entre otros. El padre Uriel refiere que jóvenes de la clase alta de esa universidad buscaban como contactarse con el Frente Sandinista, y vieron en él una manera de vincularse.
Adoctrinado por los muchachos Sus prédicas revolucionarias calaron tanto en los jóvenes cristianos de los años 70, que cierto día un grupo de aproximadamente once muchachos le externaron que se querían ir a vivir a su parroquia y sin mayor trámite, se aparecieron con sus camas y ropas a vivir en comunidad cristiana, leyendo, orando y practicando el cristianismo desde la novedosa Teología de la Liberación. Se quedaron a vivir durante más de dos años.
Entre esos jóvenes estaba Joaquín Cuadra (general y ex jefe del Ejército Sandinista) Osvaldo Lacayo Gabuardi, Álvaro Baltodano, Roberto Gutiérrez. Ney Pastora, Oscar Robelo, la mayoría provenientes de familias adineradas, tras el triunfo revolucionario, integraron el Ejército Popular Sandinista.
Estos muchachos “me adoctrinaron” en el marxismo con textos escritos por la periodista chilena Martha Harnecker (1937-2019) entre otros; Conceptos elementales del materialismo histórico y de El Capital, recuerda sentado en su silla preferida, mientras parece hurgar entre miles de recuerdos que alberga en su cerebro sobre esos años de lucha desigual contra Somoza y la guardia.
Fue tras el asalto de la Casa de Chema Castillo, cuando se conoció que algunos de los muchachos que integraron el comando Juan José Quezada del FSLN, habían convivido con el padre Molina. Con esta acción se rompió el silencio de la organización político-militar y obligó a Somoza a liberar a varios prisioneros políticos, entre ellos, el comandante Daniel Ortega, Jacinto Suárez Espinoza y Lenín Cerna Juárez.
A partir de este hecho, se incrementó la represión y persecución, muchos cayeron prisioneros, otros tuvieron que buscar asilo en embajadas y otros se internaron en la montaña empuñando las armas. El FSLN había demostrado que tenía vida y estaba fuerte después del golpe a la dictadura.
Los ataques y persecución hacia el padre Uriel se incrementaron por parte del dictador. En la emisora estatal además de llamarlo protector de los sandinistas le llamaban “gato” y “gatitos” a los muchachos que él protegía o visitaban la iglesia. De esos mismos ataques era víctima en el diario Novedades, propiedad de la familia Somoza.
El correo de Carlos Núñez
En un viaje que realizó el padre Molina Oliú a los Estados Unidos, compró un radio escáner que interceptaba las comunicaciones de la Guardia Nacional y su operatividad con las secciones de policía llamadas “sierras” y Nido Grande (central de policía) desde donde se coordinaban los ataques, cateos y persecuciones, también se conocía de las acciones de los muchachos del FSLN cuando atacaban patrullas de soldados.
Con esa valiosa información el fraile se las transmitía en pequeños papelitos al comandante Carlos Núñez Téllez, “Roque”, (Miembro de la Dirección Nacional del FSLN y uno de los nueve comandantes de la Revolución después del triunfo Sandinista), de esa manera se fue fortaleciendo el vínculo y colaboración con la causa sandinista.
En la parroquia del Riguero también se realizó la jornada del Periodismo de Catacumbas del 31 al 11 de febrero de 1978, cuando los comunicadores perseguidos e impedidos de informar libremente en sus radionoticieros se lanzaron a hacerlo desde las iglesias, donde el pueblo acudía masivamente a escuchar las noticias libres y sin censura, en una acción que llamó la atención del mundo.
El sobrino capturado y torturado que nunca apareció César Amador Molina, ingeniero de 25 años laboraba en Estructura Kühl, a quién la familia llamaba Cesarín, hijo del neurocirujano doctor César Amador Khühl y Olga Molina, hermana del padre Uriel, como colaborador del FSLN guardaba en su casa un importante lote de armas. Nicho Marenco (qepd) relató que el 8 de septiembre cuando había planificado un ataque a las estaciones de Policía, le abortaron el operativo para que sacara las armas de esa vivienda.
Tenían información que la casa “estaba quemada”, denunciada y podrían caerle. Marenco tras recuperar las armas recomendó a César abandonar el lugar. Al siguiente día, 9 de septiembre de 1978, después de las 6 de la tarde comenzaron los ataques sincronizados a las “sierras” estaciones de policía, mientras el joven se enrumbó hacia Managua, donde fue capturado en la entrada a la Colonia Centroamérica y sometido a crueles torturas. Alguien que lo vio prisionero en la cárcel de Somoza, relató que estaba muy maltratado y con un ojo de fuera.
El padre Uriel desde ese momento buscó a su sobrino en todos lados, hasta en los basureros, buscaba, aunque fuera un zapato para tener una pista, pero con mucho dolor relata que su cuerpo nunca apareció y él no ha dejado de buscarlo ni de preguntarse dónde estará.
La luz del Santísimo lo salvó de morir
En plena insurrección final, iniciada en junio de 1979, un joven oficial vestido de camuflaje saltó de su jeep dirigiéndose a la entrada de la iglesia, colocándole un fusil en la cabeza al padre Uriel quién retrocedió hacia el interior del templo esperando la muerte.
El militar, al voltear su rostro vio la luz que iluminaba al Santísimo, se cuadró militarmente quitándose la gorra y con reverencia expresó: “Dios mío, porqué teníamos que venir a luchar contra un pueblo hermano”. Se retiró cabizbajo, era un oficial salvadoreño llegado a Managua por el tratado del Consejo Centroamericano de Defensa (CONDECA) integrado por los ejércitos del área.
Este hombre de fe, sacerdote franciscano, afirma con emoción como la luz del Santísimo salvó su vida. Con ochenta y ocho años recién cumplidos, sigue pregonando que entre cristianismo y revolución no hay contradicción, abrazando la causa sandinista y de los pobres continúa practicando la enseñanza de: Ama a tu prójimo como a…
El personaje
Uriel Antonio Molina Oliú, nació el 6 de octubre de 1932, en la hacienda Los Placeres, Matagalpa, actualmente recién acaba de cumplir 88 años.
Es hijo del matrimonio formado por Francisco Molina, originario de Terrabona y Bertha Oliú. En 1950 se bachilleró en el instituto Nacional del Norte, de Matagalpa.
Ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de León (UNAN) a la facultad de Derecho, donde cursó hasta el tercer año. Interrumpió sus estudios de derecho para ingresar al seminario en 1954 en Asís, Italia.
Guten Tag, gerne würden wir wissen, ob Uriel Molina in der 1980er Jahren für einige Zeit in Deutschland, u.a. in Bad Hönningen gelebt hat und als Pater gedient hat. Mein Mann, Gerd Pera, hatte sehr guten Kontakt zu einem Pater Uriel Molina, der ihm zuletzt azs der Mision Franciscana, Nicaragua, als P. Uriel A. Molina ofm, Bo. Riguero-Ap. 2339 Managua
geschrieben hat. Gerne wüssten wir ob Pater Uriel noch lebt.
Vielen Dank und herzliche Grüsse aus Deutschland
Gerhard Pera